Dir. Woody Allen| 96 min. | España – EE.UU
Intérpretes: Rebecca Hall (Vicky), Scarlett Johansson (Cristina), Javier Bardem (Juan Antonio), Penélope Cruz (Maria Elena), Chris Messina (Doug), Patricia Clarkson (Judy Nash), Kevin Dunn (Mark Nash), Julio Perillán (Charles)
Estreno en España: 19 de setiembre de 2008
Estreno en Perú: 26 de febrero de 2009
Esta es una de las películas más simpáticas de las que he visto recientemente de Woody Allen. Es ágil, ligera, volátil, un poco acelerada y está ambientada, como lo indica su título, en Barcelona; además de Oviedo y Avilés, en España. Como ya es habitual en su filmografía, el director y comediante norteamericano se dedica a burlarse sibilinamente del mundo de los intelectuales y artistas; en este caso de dos estudiantes estadounidenses –Vicky y Cristina– que se enredan con un pintor español (Juan Antonio) y su disparatada ex esposa (María Elena).
Esta es una de las películas más simpáticas de las que he visto recientemente de Woody Allen. Es ágil, ligera, volátil, un poco acelerada y está ambientada, como lo indica su título, en Barcelona; además de Oviedo y Avilés, en España. Este último dato marca un cambio con respecto a sus anteriores películas que transcurren en Londres. En esta oportunidad Allen aprovecha la famosa iglesia de la Sagrada Familia, construida por Gaudi, así como otras locaciones hispánicas para desarrollar su cinta.
Como ya es habitual en su filmografía, el director y comediante norteamericano se dedica a burlarse sibilinamente del mundo de los intelectuales y artistas; en este caso de dos estudiantes estadounidenses –Vicky y Cristina– que se enredan con un pintor español (Juan Antonio) y su disparatada ex esposa (María Elena). La historia podría haber sido hecha también por Almodóvar, pero con resultados muy distintos, ya que Allen va siempre por la superficie de sus personajes y está más interesado en contar una historia que en profundizarla en cualquier sentido.
Estas características, sin embargo, han merecido algunas críticas en España. Se le acusa de dar una mirada turística sobre el país, de no aprovechar la disparidad de caracteres de las dos protagonistas para explotar más los conflictos entre ellas y el pintor Juan Antonio; del cual, además, se critica que sea presentado como estereotipo del español latin lover.
Críticas algo injustas ya que Woody Allen siempre es superficial, así toque temas “profundos” o mencione autores, títulos u obras famosas. Se debe comprender que este director no es un intelectual (salvo en cuestiones de dramaturgia y humor), sino un intelectualista que no se toma en serio y que, en cambio, se dedica a burlarse de los verdaderos intelectuales. De ahí su éxito entre el público ilustrado y académico. En tal sentido, lo que le interesa son las historias o, incluso, las meras anécdotas; y su talento inigualable es saber desarrollarlas, atacándolas por diversos y humorísticos ángulos. Destaca no la personalidad de sus protagonistas sino las relaciones que establecen entre ellos con fines narrativos, centrados en una constante fijación en el sexo y las relaciones sentimentales. Su leitmotiv es el contraste entre la lógica racional de las relaciones humanas y los actos irracionales a los que conduce el deseo. En el caso del filme que comentamos, la ironía surge a partir de la contraposición entre las opuestas concepciones sobre el sexo y las relaciones de pareja entre Vicky y Cristina y cómo estas se trastocan por las reacciones que genera el deseo que ambas terminan por sentir hacia el galán español. Sin embargo, con la aparición de María Elena, la ex esposa de éste último, las cosas cambian.
La película transcurre de manera tan rápida que realmente solo después de verla uno comienza a reírse de lo ridícula que podría ser la novata –en el arte y el amor– Cristina y el sonso desenlace de su aventura; pero, sobre todo, por lo descabellada de la relación triangular entre ellos y la ex esposa del pintor. El resto de historias secundarias son elementos comparativos adicionales que giran y adornan esa anécdota central. Es más, nunca dejará de sorprender que los personajes de Allen, todos, encarnados generalmente por los mejores actores (y, sobre todo, actrices que él convierte en sus fetiches) del momento, se comporten de manera muy parecida; es decir, nerviosos, ligeramente atropellados, ansiosos, neuróticos y autorreferenciados. Lo mismo ocurre en esta cinta, aunque de manera más tranquila. Y no hay que buscarle más pies al gato, ya que esto es lo único que interesa a este veterano realizador.
Obviamente, Almodóvar hubiera hecho otra película, trabajando más el lado transgresor de la anécdota y convirtiéndola posiblemente en un relato más complejo (de hecho, el tema da para más). Igualmente, la Barcelona de ese director –tal cual aparece en Todo sobre mi madre– es mucho más detallada, significativa y trabajada que los escenarios tipo postal de Allen. Y es que Vicky Cristina Barcelona no es una película pretenciosa ni mucho menos ambiciosa, sino light y –pensada para el público norteamericano– pintoresca. Hay también, en ese sentido, un ligero juego irónico con las diferencias culturales entre anglosajones y latinos; donde los primeros son más experimentadores o despistados (emocionalmente) y los segundos más entradores y creativos; siempre en materia de relaciones y sexo. Diferencias que no hay que tomar en serio, pues el objetivo del filme no es burlarse de los estereotipos, sino de los personajes: En todo caso, el ambiguo final deja en pie una reflexión sobre las diferencias entre Estados Unidos y Europa. La pareja española requeriría el tercer componente –americano– para viabilizarse; y pese a que ello es posible, Cristina no da ese salto audaz hacia un tipo de relación diferente y se retira, con resultados insatisfactorios para todos.
Hay que hacer una mención especial a la cálida fotografía lograda por Javier Aguirresarobe y a las actuaciones solventes, aunque sin justificar el Oscar como mejor actriz de reparto para Cruz. Esta película constituye un pequeño divertimento cinematográfico y no más, tampoco.
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