Dir. Jaume Balagueró, Paco Plaza | 102 min. | España
Intérpretes: Manuela Velasco (Ángela Vidal), Javier Botet (Niña medeiros), Manuel Bronchud (Abuelo), Martha Carbonell (Sra. Izquierdo), Claudia Font (Jennifer), Vicente Gil (Policía)
Estreno en España: 23 de noviembre de 2007
Estreno en Perú: 12 de marzo de 2009
Quizás la mejor recomendación que pueda darse es que esta es una de las películas de terror que más me ha asustado (¡y a muchos!) en los últimos tiempos. Asustado, agotado, estresado, asombrado… son adjetivos que describen las sensaciones que deja este notable aporte español a este apasionante género. En primer lugar, en el filme español el personaje que maneja la cámara es un profesional que hace parte de un equipo periodístico que cubre un acontecimiento nocturno y no un aficionado medio figuretti que revolotea por todos lados, como ocurre en la mencionada cinta estadounidense. Esto es importante, porque concentra el trabajo de cámara en lo importante y no se ve obligado, como en su par americana, a simular tomas inútiles o un manejo torpe del equipo, propio de un amateur.
Quizás la mejor recomendación que pueda darse es que esta es una de las películas de terror que más me ha asustado (¡y a muchos!) en los últimos tiempos. Asustado, agotado, estresado, asombrado… son adjetivos que describen las sensaciones que deja este notable aporte español a este apasionante género. Y pese a no tener el grado de elaboración dramática de dos ilustres antecesoras hispánicas –El cuarto del niño, de Alex de la Iglesia y la reciente El orfanato, de Juan Antonio Bayona– [REC] se ubica al mismo nivel que la mencionadas, desde el punto de vista del objetivo primordial de este tipo de cintas, el cual es producir miedo, pavor, horror…
Parecería ser que los directores Barlagueró y Plaza vieron Cloverfield y decidieron que ese filme no utilizaba tan eficazmente el artilugio de la cámara en mano y el tiempo real como soporte vertebrador de un relato de terror. De allí que decidieran corregir lo que ahora podrían verse como defectos de la mencionada cinta norteamericana. En primer lugar, en el filme español el personaje que maneja la cámara es un profesional que hace parte de un equipo periodístico que cubre un acontecimiento nocturno y no un aficionado medio figuretti que revolotea por todos lados, como ocurre en la mencionada cinta estadounidense. Esto es importante, porque concentra el trabajo de cámara en lo importante y no se ve obligado, como en su par americana, a simular tomas inútiles o un manejo torpe del equipo, propio de un amateur. En segundo lugar, en [REC] la unidad de tiempo y de lugar refuerzan poderosamente la unidad de acción, la cual está centrado en un solo hecho que afecta a un grupo reducido de personajes, lo que no ocurre en Cloverfield, donde hay varias y diversas locaciones y donde la acción está un poco más desperdigada; lo que deja momentos donde la tensión decae y el público siente una fatiga que –en el contexto de un uso permanente de la cámara en mano– invita al aburrimiento. Además, si bien se pretende un filme “testimonial”, el objetivo de los personajes de la cinta yanqui no es sólo dejar un documento que atestigüe la existencia del monstruo (que finalmente parece ser derrotado), sino de los trágicos esfuerzos de este grupo de amigos por huir del gigantesco bicho. La cinta española, en cambio, se focaliza en un único fenómeno, que se va manifestando en los diversos personajes en un solo lugar hasta el final.
En efecto, [REC] –cuyo nombre viene del botón de la cámara con la que ésta empieza a grabar (record)– transcurre en escasas tres locaciones sucesivas. Las dos primeras –una estación de bomberos en la madrugada y el trayecto de un vehículo bomberil por las calles de Madrid– son meramente introductorias, mientras que en la tercera –un viejo edificio de apartamentos en los que, además, quedan encerrados bomberos, policías, periodistas y vecinos– es que ocurre la acción principal de la película. Así que la unidad de acción queda sellada.
En este marco presenciamos un impecable ejercicio de crescendo cinematográfico, en el cual las secuencias desarrolladas en las dos primeras locaciones también tienen un papel de contraste; ya que si algún espectador llegó tenso o estresado, aquí se le apacigua con unos toques de humor y mucha dosis de tranquila labor cotidiana. Luego, ya instalados en la vorágine de horror dentro del edificio, hay también algún momento de humor (entrevistas a los vecinos) que explota sus diferencias culturales y hasta humor negro (entrevista a la niñita enferma); así como un breve episodio de múltiples sospechas entre los personajes, atizadas por el encierro. Sin embargo, rápidamente se desbarra hacia una intensificación emocional que llega al paroxismo en el tramo final de la cinta.
Este crescendo se apoya en un manejo virtuoso de la banda de audio del filme. Primero, corrigiendo el sonido ambiental que capta la cámara y, luego, introduciendo y amplificando ruidos de toda índole que coadyuvan a mantener la tensión casi permanentemente. Además, son clave los silencios, es decir, momentos en los que a la cámara se le va el audio (¿por algún desajuste del cable del micrófono?), de tal forma que se crean situaciones de tensión exclusivamente sobre la base del contraste abrupto entre ruido y silencios, independientemente de lo que pueda ocurrir en la acción. Sin este soporte, la emoción se perdería irremediablemente. En cuanto al trabajo de cámara, se entiende que un camarógrafo de prensa grabe todos los detalles crudos de las escenas que registra, ya que estas pueden ser editadas o –si se trata de prensa amarilla, como parece ser el caso, dado que se trata de un programa nocturno– requeridas. De allí que se justifique la grabación de varios bocadillos gore, que sugestionan al público para las escenas de persecución, que muchas veces aparecen convenientemente borrosas por el movimiento de la cámara en mano. Sumemos a ello el uso de la visión nocturna en el ático del edificio para fines de suspenso, los planos de detalle de situaciones horrendas, los expresivos primeros planos y el uso algo alocado del zoom, y tendremos los instrumentos apropiados para aterrar al público.
Si bien buena parte de la anécdota del filme muestra el inicio de una epidemia de zombies y la cuarentena subsiguiente, luego incorpora elementos de casa embrujada y, ab origine, de posesión diabólica; es decir, de todo lo que podría causar miedo. En ese sentido, es extraordinaria también la ambientación de esa especie de laboratorio satánico del ático (con sus matraces y tubitos de alquimista y las fotos y recortes pegados en las paredes que adornan las habitaciones de los asesinos seriales), que suspende del horror para alimentar de tétricas referencias la aparición del último engendro de la cinta. Estamos, pues, ante lo que podríamos llamar un monográfico compacto de algunos de los referentes clásicos del cine de terror, pleno de diversas alusiones a temas clásicos del género. (¿Y acaso el origen multicultural de los vecinos no sugiere una diabólica mini torre de Babel?)
Es cierto que el guión no es el punto fuerte de esta película, no sólo por su simplicidad y, en cierto sentido, previsibilidad; pero estas características le permiten dar mayor espacio a elementos como la dosificación y ritmo creciente de elementos emocionales apoyados en una banda de audio virtuosamente construida y un notable trabajo de cámara que aprovecha la ventaja (y supera el reto del uso) de la cámara subjetiva para instalar, desde el inicio, este mecanismo de sensibilización en el público. Este último punto es clave, ya que [REC] consigue beneficiarse de las ventajas de esa técnica, eliminando o sorteando la desventaja que supondría su uso permanente. En suma, película altamente recomendable para aquellos que quieran entregarse al disfrute de emociones fuertes.
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