Dances With Wolves
Dir. Kevin Costner | 180 min. | EEUU
Intérpretes: Kevin Costner (John J. Dunbar), Mary McDonnell (Stands With A Fist), Graham Greene (Kicking Bird), Rodney A. Grant (Wind In His Hair), Floyd ‘Red Crow’ Westerman (Ten Bears), Tantoo Cardinal (Black Shawl), Robert Pastorelli (Timmons), Charles Rocket (Elgin), Maury Chaykin (Mayor Fambrough), Jimmy Herman (Stone Calf), Nathan Lee Chasing His Horse (Smiles A Lot), Michael Spears (Otter), Jason R. Lone Hill (Worm), Tony Pierce (Spivey), Doris Leader Charge (Pretty Shield)
Este filme es un homenaje al género del western y una reivindicación –en los términos de Hollywood– del pueblo indio norteamericano. Hay un tono épico en todo el filme, apoyado en una fotografía que aprovecha al máximo el paisaje, mediante espléndidas panorámicas, así como de la música, que con una noble línea melódica apoya este trabajo sobre los exteriores. Estos elementos naturales configuran un entorno legendario y la voz del protagonista, que nos lee sus reacciones apuntadas en un diario, le dan un matiz “histórico-testimonial” al relato. El empaque audiovisual se remata –como lo hemos indicado al inicio– con un acertado trabajo con panorámicas, fotografía y música.
Este filme es un homenaje al género del western y una reivindicación –en los términos de Hollywood– del pueblo indio norteamericano. Hay un tono épico en todo el filme, apoyado en una fotografía que aprovecha al máximo el paisaje, mediante espléndidas panorámicas, así como de la música, que con una noble línea melódica apoya este trabajo sobre los exteriores.
En consecuencia, los personajes son enfocados, generalmente, desde abajo (es decir, en contrapicado) para darles una “estatura” épica. Esto se resalta por la conversión de la naturaleza en un elemento dramático de la película. El paisaje enfatiza la soledad del protagonista, pero también su ansia de conquistar un nuevo universo: la frontera. Su relación solidaria con el caballo y el lobo es un nexo adicional hombre-naturaleza. Y esta es el punto de contacto entre el soldado colonizador y los indios, relación que alcanza su plenitud en las secuencias en que el protagonista danza, solitario, ante la mirada atónita del lobo y el estupor del caballo. Pero, además, en la soberbia escena de los búfalos retumbando en la inmensidad de la pradera, donde la identificación del protagonista con los indios y su cultura es total. Para ambos, protagonista y los sioux, el búfalo (y su cacería), representan lo que para nosotros sería la conquista del espacio.
Estos elementos naturales configuran un entorno legendario y la voz del protagonista, que nos lee sus reacciones apuntadas en un diario, le dan un matiz “histórico-testimonial” al relato. El empaque audiovisual se remata –como lo hemos indicado al inicio– con un acertado trabajo con panorámicas, fotografía y música.
El guión, por ejemplo, muestra que hay buenos y malos en ambos bandos –soldados e indios. La contradicción héroe-indios se resuelve en dos fases: relación con la naturaleza (que hemos reseñado más arriba) y relación sentimental. La heroína también tiene su historia; es una doble víctima: de los indios “malos” (pawnee), que mataron a sus padres, y de los soldados blancos, que mataron a su marido. Esto constituye el hílo dramático que comunica, primero, con la participación del héroe en la lucha contra los pawnee, y luego, con su lucha final con los blancos. Si consideramos, adicionalmente, personajes como el guía borrachín y sucio del comienzo, a los soldados blancos analfabetos y los más dubitativos, los indios pawnie y los matices de personalidad entre los propios sioux, reconoceremos variedad y riqueza de acciones humanas. Dicho más claramente: el filme es mucho menos maniqueo o esquemático de lo que normalmente se espera en una película puramente comercial o de género.
Para algunos, Costner peca por excesivamente melodramático y, sobre todo, por tener una actitud paternalista hacia los indios. Este enfoque no toma en cuenta los limites que el propio realizador se impone, a partir del objetivo que persigue. En este caso, utilizar los parámetros del western para revertirlo, más o menos como –en su momento– lo hicieron los brasileños con el género de las telenovelas. Por tanto, lo relevante es examinar cuán “revertido” ha terminado el asunto. Y pienso que bastante. Por ejemplo, cuando los blancos matan al caballo y al lobo, muestran, ideológicamente, las consecuencias de su “colonización”: destrucción del medio ambiente y la cultura indígena. Es cierto que el héroe –individual, solitario y blanquiñoso– lidera la cacería del búfalo y la defensa contra los pawnee, pero finalmente resulta rescatado por los sioux. (Además, el triunfo contra los primeros no hubiera sido posible, en una noche con lluvia, sin la intervención del guía sioux.) Por si fuera poco, no hay happy end, sino un notable final abierto, con el que el realizador se las ha arreglado para satisfacer tanto al espectador convencional como a la mala conciencia de los norteamericanos.
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