Dir. Gorka Merchán | 100 min. | España
Intérpretes: Álex Angulo (Germán), Juan José Ballesta (Gaizka Garay), Irene Bau (Ane), Verónica Echegui (Sara), Iñaki Font (Robus), Carmelo Gómez (Txomin Garay), Emma Suárez (Blanca)
Estreno en España: 03 de abril del 2009
La casa de mi padre forma ya parte de una (no muy extensa) filmografía sobre el tema ETA, y lo hace, como no debía ser menos, con gran equilibrio de funambulista, más que muchos de sus predecesores, que no han sabido o no han querido indagar más en la casa de cada parte. Sé que pocos reseñistas se quieren molestar en tocar un tema que consideran tan peliagudo. De hecho no hay muchas críticas sobre la cinta y sí mucha información neutra. No es fácil hablar de un tema que tiene tantas aristas y encierra tanto dolor. Gorka Merchán ha visto, como muchos vascos, la evolución del conflicto desde la muerte de Franco. En realidad fue creciendo con ello, habida cuenta que el director nació en 1976. Un espectador situado desde la barrera, siempre y cuando no le haya afectado personalmente ninguna muerte.
Todos odian
Casi todos. Txomin no odia, solo tuvo y tiene miedo, pero le pone cojones, como él dice, diciendo no. Gorka Merchán traslada al cine la problemática vasca de hondas raíces del terrorismo, y lo hace con una opera prima dotada de naturalismo, buenas dosis de dramatismo, buenos diálogos y mejores actores. La casa de mi padre forma ya parte de una (no muy extensa) filmografía sobre el tema ETA, y lo hace, como no debía ser menos, con gran equilibrio de funambulista, más que muchos de sus predecesores, que no han sabido o no han querido indagar más en la casa de cada parte. No hay duda que la cinta de Merchán está en el contrapunto de Todos estamos invitados de Manuel Gutiérrez Aragón. Aunque ambas toquen la misma melodía, lo hacen con diferentes instrumentos, y con un director de orquesta, en este caso, que no es ajeno al conflicto ni a la tierra que lo sufre
Sé que pocos reseñistas se quieren molestar en tocar un tema que consideran tan peliagudo. De hecho no hay muchas críticas sobre la cinta y sí mucha información neutra. No es fácil hablar de un tema que tiene tantas aristas y encierra tanto dolor. Gorka Merchán ha visto, como muchos vascos, la evolución del conflicto desde la muerte de Franco. En realidad fue creciendo con ello, habida cuenta que el director nació en 1976. Un espectador situado desde la barrera, siempre y cuando no le haya afectado personalmente ninguna muerte. Está tan cansado como la mayoría, e intuyo que junto al guionista Iñaki Mendiguren ha soltado al aire una petición de diálogo, de voluntad por todas las partes de acabar con muertes tan inútiles de una vez, ahí es nada. Alejado de la cocina política, lo cual le agradecemos, pues eso lo chamusca todo, ha centrado su mirada en un drama íntimo y familiar, que no deja de tener excesivos marcajes lacrimógenos, (sin olvidarnos que un tiro en la cabeza es demasiado dramático siempre, no importa como intentes contarlo, así lo demostró Jaime Rosales a su vez con su proyecto de teleobjetivos Tiro en la cabeza ) pero, aún así, y a diferencia de un documental bien pertrechado, Merchán se acerca más, con este pequeña ventana, a la enmarañada y complicada realidad. La de muchos pueblos pequeños que viven el conflicto a ras de odio entre sus pocos habitantes, y donde siempre se hace sentir más esta violenta problemática.
Es en uno de estos pequeños pueblos, donde todos se conocen, y donde su gente (casi sin ser consciente) coloca una etiqueta de especial, de apestado, a todos los marcados con la tiza de la banda terrorista, donde se desarrolla la trama de La casa de mi padre. Normalidad es una de las palabras más usadas en esta historia de ficción, pues su protagonista quiere ser normal, quiere alcanzar ese estado que le arrebataron hace años . Txomín, un empresario que tuvo que huir, junto a su mujer e hija, a Argentina debido a las amenazas de ETA, vuelve al cabo de diez años a Euskadi para ver a su hermano enfermo, con el que no ha mantenido relación por las diferentes ideologías de ambos. Si bien Txomin, un dotado y hábil Carmelo Gómez, no alberga ya resentimiento, no ocurre así con el entorno abertzale que le amenazó, (en el que Merchán coloca a una mujer como ejecutora), ni con su mujer Blanca, (magnífica Emma Suárez, como es su habitual) que guarda y empaqueta más su impotencia y su odio.
Txomín encuentra a su hermano débil y con la guardia baja respecto a su inflexible toma de posición. Recibe la petición de éste de que se ocupe de su sobrino Gaizka, hijo del enfermo, un joven vinculado con la kale borroka, para que lo aparte antes de males mayores.
“Llevamos 40 años con una fórmula que está claro que no funciona. Ya era hora de que todos demos un paso al frente y que intentemos cambiar esto de verdad”, cuenta Merchán sobre su trabajo. Esas muertes delante de miradas infantiles llevan aún más odio, y más tristeza en su mensaje. Con pinceladas costumbristas y culturales, aborda el director la situación conflictiva de odios desde las dos partes, si bien es muy escasa en la de la izquierda abertzale, donde justo hace objetivo en la cuñada de Txomin, sin atreverse a meter más la historia por ese camino, sin visualizarla. No se arriesga Merchán a ser polémico y ser tachado de ambiguo, como Medem con “La pelota vasca, la piel contra la piedra”. Aunque utilice también la pelota vasca como símbolo de mediación, como mensaje de un intento de diálogo. Entre los acordes de un hermoso tema cantado a dúo por Amaia Montero y Mikel Erentxun, (Lau Teilatu) discurre un drama familiar que concentra demasiados atentados en un entorno muy pequeño, lo que puede dar pie a imaginar al foráneo que aquí vivimos en constante estado de sitio. Algo que mueve al tópico fácil. El mismo realizador termina diciendo en más de una entrevista que la convivencia actual en el País Vasco es más pacífica que nunca, a pesar de que aún hay importantes muros que derribar.
Gran acierto del novato director supone la elección de actores. Juan José Ballesta (Gaizka) es una promesa a la que agradecemos que se haya distanciado de esa generación Y de adolescentes guaperas de telenovelas seriadas. Su agente sabe encauzarle en trabajos serios, donde sale a relucir ese talento para la actuación que nos encandiló en El bola, (2000, Achero Mañas). Verónica Echegui le da una replica de frescura y juventud, además de inteligencia, nunca tan bien plasmada por ella. Adorable!. Alex Angulo y el resto de secundarios sostienen meritoriamente la historia. Sí, el trabajo de sus actores ha conseguido elevar a lágrima viva la función.
La casa de mi padre es como un espejo para la población vasca, ante el que hemos permanecido mudos. Merchán quiere decirnos algo que ya sabemos, pero que olvidamos con facilidad, los seres queridos son más importantes que ninguna ideología, cualquiera que ésta sea, en cualquier país, en cualquier mundo. Una bandera nunca es un motivo para morir, ni para matar, al contrario de lo que dice la madre de Gaizka, cuñada de Txomin, hermana herida. Hay que apaciguar los odios de esta tierra entre todos, políticos, familiares, educadores, carceleros, presos, jovenes rabiosos, y los que miran desde la barrera….
A la película le faltan muchas cosas, pero no le sobra nada.
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