Dir. Saul Dibb | 110 min. | Reino Unido – Italia – Francia
Intérpretes: Keira Knightley ( Georgiana Cavendish), Ralph Fiennes (Duque de Devonshire), Charlotte Rampling (Lady Spencer), Dominic Cooper (Charles Grey), Hayley Atwell ( Bess Foster), Simon McBurney (Charles Fox), Aidan McArdle (Richard Sheridan), John Shrapnel (General Grey), Alistair Petrie (Heaton), Patrick Godfrey ( Dr. Neville)
Estreno en Perú: 08 de enero de 2009
Estreno en España: 03 de abril de 2009
Una duquesa es casi una reina, título honorífico de la nobleza más alta, y especialmente si consigue el punto de mira del pueblo. La Duquesa de Devonshire (Georgiana Cavendish, nacida Spencer) fue un icono en la llamada época georgiana, la que abarca un siglo de los reinados de los Jorges, del I al IV, y del que surgió una más que interesante riqueza cultural gracias a la literatura, artes y música, (época en la que se encuadra Jane Austen, la preferida de cineastas para adaptar al cine). Una apuesta arriesgada la adaptación del premiado libro de la biógrafa Amanda Foreman, sin duda, a la que Dibb ha dado un toque elegante, lujoso, hasta diríamos aristocrático, con una dirección correcta en su conjunto, una puesta en escena sobresaliente, pero desprovista de alma, de naturalidad, de recovecos, de historia a lo grande, de un todo indefinido que la hace insuficiente.
Esclavos de la aristocracia
Los ingleses tienen muy buena mano para la realización de series y películas históricas, saben mirar con indulgencia, unas dosis de ironía y mucha devoción a su pasado y sobre todo a sus reinas. Una duquesa es casi una reina, título honorífico de la nobleza más alta, y especialmente si consigue el punto de mira del pueblo. La Duquesa de Devonshire (Georgiana Cavendish, nacida Spencer) fue un icono en la llamada época georgiana, la que abarca un siglo de los reinados de los Jorges, del I al IV, y del que surgió una más que interesante riqueza cultural gracias a la literatura, artes y música, (época en la que se encuadra Jane Austen, la preferida de cineastas para adaptar al cine). Época que también vio surgir discretamente ciertas reformas sociales y la intención de abolir la esclavitud. Moderada libertad, como se menciona en la cinta de la que les voy a hablar. Pero igualmente deslumbró, contradictriamente al nacimiento de aires democráticos, la aristocracia inglesa, con esa poderosa flema de las buenas maneras y la guarda de las convenciones y alianzas de provecho. Fue su momento, diríamos. Y el pueblo pobre y trabajador que siempre se sintió atraído por estas almas de sangre azul y cuitas sentimentales infelices, se entretenía mirando y murmurando. Ahí esta el pasado reciente con Diana de Gales. Pero Lady Diana era una Spencer descendiente de la rama de un hermano de Georgiana, y la insistencia en comparar ambas mujeres resulta más un dato publicitario, que de interés. En todo caso sería más acertado acercarse a la más natural e impetuosa Sarah, la Duquesa de York, descendiente de Georgiana vía su hija ilegítima Eliza Courtney.
Decía al comienzo que los realizadores ingleses saben mirarse y mirar su pasado en las pantallas, sin embargo, siendo inglés, el director Saul Dibb, cuya experiencia anterior no va más allá de algunas series de TV, ha rematado una película histórica muy al «estilo yanqui» en La Duquesa. Una apuesta arriesgada la adaptación del premiado libro de la biógrafa Amanda Foreman, sin duda, a la que Dibb ha dado un toque elegante, lujoso, hasta diríamos aristocrático, con una dirección correcta en su conjunto, una puesta en escena sobresaliente, pero desprovista de alma, de naturalidad, de recovecos, de historia a lo grande, de un todo indefinido que la hace insuficiente.
Y sin embargo la composición de los personajes es singular y admirable. Keira Knightley es el centro absoluto del trabajo de Dibb. Keira, a quien los personajes de época le dan una gracia especial, (ya lo vimos en Orgullo y prejuicio, Joe Wright, 2005), compone una Duquesa de Devonshire correcta, aunque echamos en falta un mayor desgaste físico hacia el final de una década movida para Georgina. Es como si Dibb hubiera preferido centrarse en la sencillez de lo folletinesco del personaje, sin ahondar en lo que supuso culturalmente esta mujer que entró de golpe en la madurez al hacer una buena boda, que luchó con las armas que pudo, (las de siempre para le época) para aportar algo más que herederos a su entorno noble. Quizá sea ahí donde falla Dibb, en el resultado que consigue: una hermosa postal de época, con tristes juglarías de entretenimiento rosa, una curiosa vida marital a tres, hijos ilegítimos y legítimos por doquier, sin centrare en la importancia social y pública, tan esencial para entender un personaje de nuestro pasado. Esto es, la película hubiera necesitado de una ardid más intelectual.
Ralph Fiennes da un rostro perfecto del Duque de Devonshire, oponiéndome a lo que algunos críticos opinan. Fiennes es el perfecto inglés para un papel aristocrático, mostrando tan bien esa flema, esa parsimonia que le es tan natural y que cuadra con la frialdad de una nobleza convencional y estática, fría y contundente, pero sobre todo calma. Ya saben el dicho que se Sales atribuye, matar pidiendo perdón con la máxima educación. Visto desde la actualidad de los derechos alcanzados por la mujer, nos estremecemos algunas al ver las pequeñas muertes de cada día que tantas Georgianas sufrieron, desde sus cortadas adolescencias, casamiento a los 16 o 17 años, hasta la concluyente realidad de que nada podía hacerse ante el poder de las leyes masculinas. Desde las ventanas por las que miran en La Duquesa, que tan bien expresa Gyula Pados con su magnífico trabajo fotográfico, las esquinas borrosas son como una metáfora de su propia situación de mercancía para alianzas. Esclavos de la sociedad con la etiqueta de privilegiados.
En todo caso, después de 10 años de embarazos varios, y algunos abortos, decepciones y sinsabores sin fin, las mujeres de la época envejecían con una rapidez pasmosa, (y morían poco más allá de los cuarenta años). Desde el túnel del presente y a fuerza de hacerme repetitiva, Keira/Georgina, si bien mantiene un juego expresivo significativo, no está trabajada en esa transformación física. He ahí la superficialidad que imprime Dibb en su película. La estampa idealizada de una reina del pasado, como si formara parte del vestuario y el detalle escénico, por otro lado tan bien conseguido. Pero el pueblo de hoy, pide más. Pide ahondar, pide que cuando le dan una película histórica, se centre en los resquicios, se convierta en documento donde mirar nuestro desconocido y manipulado pasado.
Bella estampa, no obstante.
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