Dir. Gus Van Sant | 128 min. | EEUU
Intérpretes: Sean Penn (Harvey Milk), Emile Hirsch (Cleve Jones), Josh Brolin (Dan White), Diego Luna (Jack Lira), James Franco (Scott Smith), Alison Pill (Anne Kronenberg), Victor Garber (George Moscone), Denis O’Hare (Senador John Briggs), Joseph Cross (Dick Pabich), Stephen Spinella (Rick Stokes), Lucas Grabeel (Danny Nicoletta), Brandon Boyce (Jim Rivaldo), Howard Rosenman (David Goodstein), Kelvin Yu (Michael Wong).
Estreno en el Perú: 26 de marzo del 2009
La nítida historia de Harvey Milk, un actor famoso por sus interpretaciones y sus propias proclamas, y un marco de producción que lo aleja de los márgenes de amplia independencia en los que ha trabajado frecuentemente, no es lo más cómodo para Gus Van Sant. Una vida particular y un contexto histórico verificable no le permiten trabajar con la libertad expresiva de sus mejores obras, en las que toma lo esencial de los referentes biográficos, cuando éstos existen, y los estiliza a través de una mirada poética, que suele subrayar la melancolía, la soledad y las ansias de libertad por encima de las precisiones argumentales.
Milk es la manifestación más notoria de la militancia gay de Gus Van Sant, elaborada alrededor de un personaje emblemático de la lucha por los derechos de la población que la encarna, el activista Harvey Milk, el primer caso de un homosexual declarado que se convirtió en representante político en Estados Unidos. Pero no precisamente por razones formales y estéticas, sino porque trata un nítido caso real, con un actor famoso por sus interpretaciones y sus propias proclamas, y un marco de producción que lo aleja de los márgenes de amplia independencia en los que ha trabajado frecuentemente, y lo acerca a un público mayoritario. En ese sentido, no es la más cómoda para Van Sant ni la más lograda, porque el abordar una vida particular y un contexto histórico verificable, no le permite trabajar la historia con la libertad expresiva de sus mejores obras, en las que toma lo esencial de los referentes biográficos, cuando éstos existen, y los estiliza a través de una mirada poética, que suele subrayar la melancolía, la soledad y las ansias de libertad por encima de las precisiones argumentales. Así fue en la notable Elephant, que recreaba la tragedia del Instituto Columbine a manos de un par de adolescentes –la misma que Michael Moore revisó en su premiado documental Bowling for Columbine–, y en Last Days, que narraba, como anuncia el título, los momentos crepusculares de un artista que viene a ser, sin su nombre, Kurt Cobain.
Luego de un breve prólogo de imágenes documentales, Van Sant empieza a trocear un largo flashback que sirve de ordenado hilo narrativo, en cuyo transcurso Harvey está grabando un audio para la posteridad y de modo intercalado vamos conociendo su trayectoria. Y entonces Sean Penn llena la pantalla y se apodera del relato, como inquilino del biopic espectacular y perdurable que resume y actualiza las grandes existencias y hace ganar Oscars, pero a costa de las posibilidades de su autor. A pesar de que la película en general es bastante digna y mantiene el interés -el director parece estar maduro como para no repetir errores como la copia imposible de Psicosis o el convencionalismo mayor de Good Will Hunting-, apela al maniqueísmo para ensalzar a su estandarte, rodeado de torpes y enfermizos ultraconservadores, amantes problemáticos que sobre todo le restan fuerzas, algunos compañeros de lucha no tan convencidos como él, y un otros diverso y neutral que merodea sin relieve.
Harvey Milk es osado y programático, autosuficiente y protagónico, de mediática vehemencia, consciente de la Historia y de lo que él representa, lo que contrasta con los demás personajes vansantianos, que huyen de todo lo que signifique visibilidad y se ensimisman hasta rozar el autismo, no tienen plan de vida alguno, y si lo tienen es para encontrarse con la muerte, ajena o propia. Esas características se cumplen curiosamente al costado de Harvey, en el rol de Jack (Diego Luna), su pareja inestable y conflictiva, cual fricción de sensibilidades y vertientes del cine de Van Sant. Pero además, de modo trágico y siniestro, sí existe una semejanza respecto de Harvey, el adolescente más intrépido de su filmografía. El concejal de San Francisco planea, vislumbra, organiza, en aras de justicia y una mejor sociedad, pero se topará también con el brazo más patológico de la intolerancia que enfrenta, alojada por supuesto en «el orden», el statu quo que reprime y, cuando ya no puede, mutila.
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