Regreso a casa (2001)


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Dir. Manoel de Oliveira | 90 min. | Francia – Portugal

Intérpretes: Michel Piccoli (Gilbert Valence), Catherine Deneuve (Marguerite), John Malkovich (John Crawford), Antoine Chappey (George), Leonor Baldaque (Sylvia), Leonor Silveira (Marie), Ricardo Trêpa ( Guardián), Jean-Michel Arnold (Doctor), Adrien de Van (Ferdinand), Sylvie Testud (Ariel), Isabel Ruth (Milkmaid), Andrew Wale (Stephen), Robert Dauney (Haines), Jean Koeltgen (Serge)

Una paja a los 90 años (en realidad, 92). Este podría ser el título de una reseña de Regreso a Casa, del centenario y activo director portugués Manoel de Oliveira; filmada cuando el director tenía esa edad. Su obra no sólo es una recusación y crítica al sistema de Hollywood y al cine industrial, sino que también la he puesto la valla bien alta a sus colegas de la vanguardia; al menos, desde un punto de vista cuantitativo. Habiendo sido duramente criticado por hacer “teatro filmado”, en Regreso a Casa, De Oliveira empieza con una larga secuencia de la representación en un teatro de una obra de Ionesco, el creador del teatro del absurdo. Y la película termina en el rodaje de la adaptación cinematográfica del Ulises de Joyce, lo cual es un absurdo artístico, ya que sólo un director muy pretencioso (y quizás vanguardista) podría intentar competir con semejante monstruo literario. O sea, ironía y auto-ironía.

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Una paja a los 90 años (en realidad, 92). Este podría ser el título de una reseña de Regreso a Casa, del centenario y activo director portugués Manoel de Oliveira; filmada cuando el director tenía esa edad.

Aunque más exacto sería decir no una sino muchas pajas de este veterano realizador, quien ha realizado más de 40 películas en su dilatada carrera; las que podrían haber sido hasta 14 más, ya que António de Oliveira Salazar, el (homónimo) dictador portugués, prácticamente le prohibió dirigir durante igual número de años.

Pero, además, en el caso de este filme, podemos hablar de una paja fina, ya que prestan su concurso una gloria de cine, como Catherine Deneuve y una casi-gloria, John Malkovich; para no hablar del papel principal, que recae en el gran Michel Piccoli.

Pajas más o pajas menos, lo importante en el caso de este director es que, siendo posiblemente el decano de los directores cinematográficos del mundo y habiendo alcanzado la venerable edad de 100 años en plena vitalidad creativa, pertenece a la vanguardia; es decir, que practica un cine iconoclasta y provocador.

Si sumamos a ello que este cineasta empezó en el cine mundo, participó como actor en la primera película hablada en Portugal, pasó del blanco y negro al color, y del celuloide a la grabación digital; comprenderemos por qué, en los últimos años, se ha convertido en un director favorito de los festivales.

Manoel de Oliveira es la historia viva del cine.

Su obra no sólo es una recusación y crítica al sistema de Hollywood y al cine industrial, sino que también la he puesto la valla bien alta a sus colegas de la vanguardia; al menos, desde un punto de vista cuantitativo.

je_rentre_a_la_maison 02Mientras veía Regreso a Casa, pensaba en los tres filmes del joven realizador argentino Lisandro Alonso, el rey de los tiempos muertos y del aquí no pasa nada. Pensaba, con envidia, cómo se había dado el lujo de hacer esas cintas y el esfuerzo de imaginación que supuso crearlas y realizarlas. Pero él sólo ha hecho tres. Imagínense cuánto le falta para llegar a las 40 y pico de De Oliveira. Y sin que pase nada en ellas ¡Cuadro!

Ciertamente, es injusto y equivocado decir que en este tipo de cine “no pasa nada”. Esa es la impresión que deja en el espectador poco avisado de la naturaleza y entresijos del lenguaje audiovisual; o del acostumbrado al cine meramente comercial. En realidad pasan muchas cosas en estas películas, sólo que fuera de ellas y su sentido se adquiere cuando se las contrasta con lo que sucede (o es mostrado) dentro de ellas.

Habiendo sido duramente criticado por hacer “teatro filmado”, en Regreso a Casa, De Oliveira empieza con una larga secuencia de la representación en un teatro de una obra de Ionesco, el creador del teatro del absurdo. Y la película termina en el rodaje de la adaptación cinematográfica del Ulises de Joyce, lo cual es un absurdo artístico, ya que sólo un director muy pretencioso (y quizás vanguardista) podría intentar competir con semejante monstruo literario. O sea, ironía y auto-ironía.

En ambas secuencias lo central ocurre en off, es decir, fuera del encuadre. En el primer caso, le comunican al protagonista, el actor Gilbert Valence, que han muerto su esposa, su hijo y su yerno en un accidente automovilístico. En la otra, Valence comete unos pocos (y poco importantes) errores durante la filmación y, al día siguiente, interrumpe el rodaje y retorna a casa, a descansar. Entre ambos episodios tenemos pura vida cotidiana del protagonista, tomando café, reuniéndose con su representante y jugando con su nieto; en largas tomas fijas, varias de ellas en situaciones repetitivas, del tipo “como siempre, aquí no pasa nada”. O sea, autobiografía estética.

Pero, como vemos, sí han ocurrido cosas y nos corresponde –como espectadores– imaginarlas y relacionarlas con lo que se nos ha mostrado. Porque este cine no nos da los asuntos bien masticados y claramente resueltos. Al contrario, nos corresponde a nosotros hacer esa chamba, digiriendo las situaciones e incluyendo el componente emocional; ya que estas cintas tienden a ser objetivas, distantes y elípticas. Todo lo cual también hace las delicias de los críticos, a quienes nos encanta imaginar las más variadas interpretaciones, en muchos casos inútiles, ya que –después de todo– se ocupan de lo no visto o lo sugerido; o quizás, más benévolamente, porque cualquiera puede llegar a la misma conclusión que nosotros.

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Por tanto, aquí va la mía, completamente subjetiva, personal, sentida y obvia.

Cuando se pasa de los 60 o 70 años y la muerte ha dejado de ser una mera idea con la que uno se ha familiarizado en algún momento antes de los 30 o 40, ya se ha visto partir a varias personas, más o menos cercanas. La muerte, entonces, brinda una sensación de sobrevivencia y si se sigue una vida activa, de fortaleza y sabiduría. Se cree estar acostumbrado a superar la desaparición física de quienes nos rodean o, incluso, de quienes amamos. Lo superamos y la vida sigue adelante, casi como si nada hubiera pasado. Todo marcha bien, podemos defender nuestros principios, no queremos cambiar esa vida, mas bien la disfrutamos. Hasta que, inesperadamente, en un momento cualquiera, en lo más íntimo de nosotros se produce un vacío. Y nos derrumbamos. Entonces, a mayor edad, mayor posibilidad de derrumbe definitivo. Así le ocurrió a Arturo Toscanini, quien con casi 87 años encima, sufrió su primer y único fallo de memoria en toda su vida profesional, mientras dirigía la Bacanal de Tannhäuser, de Wagner, el 4 de abril de 1954. Entonces vino el derrumbe. El Viejo regresó a casa y ya no volvió a dirigir. Quizás Manoel de Oliveira esté a la espera de ese momento y, aterrado, lo haya querido conjurar mediante esta película.

Es posible que no nos guste hacer este tipo de inferencias; sin embargo, visto desde el lado positivo, este cine nos permite participar del resultado creativo, estimula nuestra imaginación e, incluso, ¡nos da la oportunidad de ser críticos de cine!

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Una respuesta

  1. […] de cintas entre las que destacan las magníficas Francisca, Viaje al principio del mundo, La carta, Vuelvo a casa, y Una película […]

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