Die Fälscher
Dir. Stefan Ruzowitzky | 98 min. | Austria – Alemania
Intérpretes: Karl Markovics (Salomon Sorowitsch), August Diehl (Adolf Burger), Devid Striesow (Sturmbannführer Friedrich Herzog), Martin Brambach (Hauptscharführer Holst), August Zirner (Dr. Klinger), Veit Stübner (Atze), Sebastian Urzendowsky (Kolya Karloff), Andreas Schmidt (Zilinski), Tilo Prückner (Dr. Viktor Hahn), Lenn Kudrjawizki (Loszek)
Estreno en España: 14 de marzo de 2008
Estreno en el Perú: 30 de abril de 2009
Este filme es mucho más interesante de lo que aparenta a primera vista, pese a que no es tan original ni hace un gran despliegue de producción, como podría suponerse tratándose de una obra ubicada dentro del ultra competitivo espacio del cine sobre el Holocausto. En principio, Sally tenía experiencia de superviviente, ya que era considerado como uno de los más diestros falsificadores de billetes en Alemania, pero también con gran talento para las artes gráficas; esas destrezas las usaría en su encierro, primero en el campo de concentración de Mauthausen y, luego, en Sachsenhausen. En esas circunstancias es puesto a la cabeza de un grupo de judíos prisioneros encargados de fabricar libras esterlinas y luego dólares para inundar de billetes falsos a los enemigos del fascismo en los últimos años de la guerra.
Esta es una película mucho más interesante de lo que aparenta a primera vista, pese a que no es tan original ni hace un gran despliegue de producción, como podría suponerse tratándose de una obra ubicada dentro del ultra competitivo espacio del cine sobre el Holocausto. Por otra parte, siendo una producción austro-alemana, representa un nuevo ejemplo de exploración de los horrores que ambas naciones produjeron durante el periodo del nazismo; en este caso, desde un ángulo más matizado de este fenómeno histórico.
De hecho, la primera película que viene a la mente es la extraordinaria El Libro Negro, de Paul Verhoeven, más compleja que Los Falsificadores y que podría incluir sus contenidos. Tanto así que comparten como asunto central la necesidad (y el desarrollo de la capacidad) para sobrevivir en situaciones extremas, como la de ser judíos en lugares controlados por los nazis. Sólo que mientras en el filme de Verhoeven la heroína realiza sus actividades de espía y contraespía forzada por las circunstancias, en la de Ruzowitzky, el falsificador profesional Salomon Sorowitsch (Sally), convierte esta condición casi en un credo político. O sea, que la cinta hace una defensa del pragmatismo político –centrado, en este caso, en la defensa y protección de la vida–, por oposición al idealismo –y a su frecuente contraparte– el dogmatismo políticos; siempre en el marco histórico concreto del Holocausto.
En principio, Sally tenía experiencia de superviviente, ya que era considerado como uno de los más diestros falsificadores de billetes en Alemania, pero también con gran talento para las artes gráficas; esas destrezas las utilizaría durante su encierro, primero en el campo de concentración de Mauthausen y, luego, en Sachsenhausen. En esas circunstancias es puesto a la cabeza de un grupo de prisioneros judíos encargados de fabricar libras esterlinas y luego dólares para inundar de billetes falsos a los enemigos del fascismo en los últimos años de la guerra. Gracias a ello se convirtieron en internos privilegiados dentro del campo, así como colaboradores del régimen; lo que alimentó los dilemas morales entre los líderes de este grupo. Este episodio ocurrió históricamente y se denominó “Operación Bernhard”.
El conflicto principal opuso a Sorowitsch –quien defendía la supervivencia a toda costa y priotegía la vida de los prisioneros– contra el operario comunista Burger, quien planteaba un irreal sabotaje y, en la práctica, la autoinmolación del grupo. En el contexto de la guerra, se preferiría la posición principista de Burger; pero desde el punto de vista de quienes estaban internados en el campo de exterminio, más eficaz resultaba la estrategia de Sorowitsch, quien gozaba del apoyo mayoritario y se negaba a delatar a su opositor. De otro lado, la tensión entre estos dos puntos de vista retrasó la aplicación del plan nazi en su última etapa. Lo interesante, sin embargo, es que al final –cuando son liberados tras la derrota nazi–, aquella mayoría que se oponía a Burger, se voltea y lo presenta como el “héroe” que frenó el plan; Sorowitsch, en cambio, pasará al olvido y sus esfuerzos y liderazgo (no exento de riesgos y con igual dosis de heroísmo) pasa desapercibido. Este planteamiento ético es sin duda la parte más polémica del filme, y lo emparenta con el tipo de problemática que –en otro contexto narrativo– se plantea en la cinta de Verhoeven arriba mencionada.
El segundo gran punto de Los Falsificadores es que reúne un repertorio de percepciones y actitudes al interior del grupo de prisioneros judíos con respecto al gobierno nazi. Así, tenemos el ex funcionario bancario que repudia al falsificador y se esfuerza por mostrarse ante sus guardianes como una persona honesta, respetable y cumplidora de sus deberes ciudadanos (y que recuerda al personaje del filme El Señor Klein de Joseph Losey). Tenemos a los más débiles, como el joven artista ruso (Kolya) que Sorowitsch auxilia y con quien comparte aficiones artísticas; y esa actitud –de proteger a sus compañeros de prisión– nos recuerda, aunque en menor escala, al protagonista de La Lista de Schindler, quien usaba su posición de poder para salvar judíos. A ellos deben sumarse la mentalidad pragmática de la mayoría (liderada por el protagonista) y el tipo idealista encarnado por Burger.
Todos estos temperamentos y tensiones internas afloraban ante las humillaciones, abusos y crímenes que –pese a todo– cometían sus carceleros. Entre estos, la cinta muestra dos tipos: el SS típico, sádico e indiferente al dolor humano (Holst) y el funcionario políticamente oportunista que –consciente del desastre que se aproxima a Alemania– utiliza (y “protege” a medias e interesadamente) a los judíos para que le fabriquen dinero (Herzog); quién también será “capaz de todo” para sobrevivir. Mediante este personaje, el director ha querido incluir a aquellos que supuestamente “miraron al costado” y/o dijeron no participar en el Holocausto, al “meterlos” al interior (y encabezando) de un campo de concentración.
La misma visión de los campos es compleja, ya que al inicio vemos cómo un prisionero es maltratado por un “Kapo”, es decir, un guardián judío; que muchas veces era más cruel que los propios nazis. Recordemos también que Sally, antes de ser detenido, criticaba a los judíos por no “asimilarse”; y, ya en el campo, se adecuaba a las exigencias de sus carceleros, primero como pintor de escenas propagandísticas de los alemanes y, luego, aceptando el encargo de Herzog en Sachsenhausen (y ganándose el calificativo de “pequeña puta” por Burger). Por otro lado, Herzog mismo confesó a Sorowitsch que él había sido comunista, pero luego comprendió que debía “mirar por sí mismo”, antes que por otros, y estar siempre con los “de arriba”; magistral, en esta línea, es el breve escena con la esposa del jefe del campo. Como vemos, el filme transcurre mayormente en la zona de grises, que podrían ser mucho más oscuros que el polo correspondiente al blanco y negro.
En consecuencia, estamos tanto ante una crítica profunda (aunque puntual) al pasado nazi, como ante un complejo cruce de dilemas morales que la película plantea, antes que resuelve. Tanto así que ni la transformación del protagonista principal aparece muy enfatizada, dejándola un poco en la ambigüedad del desenlace en el casino. No hay tampoco ninguna idealización en torno a los principales protagonistas judíos de la cinta; antes que héroes, en esta película sólo tenemos sobrevivientes. Nada más.
De allí que el tratamiento audiovisual sea distante y hasta frío, de acuerdo a la personalidad del protagonista principal; pero también para dar una imagen lo más objetiva posible sobre los asuntos arriba referidos. Mientras que la tensión se mantiene por la presión de los carceleros, en sus dos modalidades (la de Holst y la de Herzog); lo cual viene apoyado por una tendencia a los bruscos movimientos de cámara (al hombro) y una música apropiada para este fin. Aunque también la banda sonora se enriquece con música bailable de la época, específicamente tangos, que crean un contraste con la terrible y permanente tensión en el campo, siendo el único elemento de compensación a tal zozobra; al mismo tiempo que recuerda el pasado bohemio y cantinero de Sorowitsch.
En suma, una película notable que, en todo caso, nos inocula la idea de que debemos luchar para impedir que surjan regímenes políticos como los que producen este tipo de circunstancias y situaciones.
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