The International
Dir. Tom Tykwer | 118 min. | EE.UU. – Alemania – Reino Unido
Intérpretes: Clive Owen (Louis Salinger), Naomi Watts (Eleanor Whitman), Armin Mueller-Stahl (Wilhelm Wexler), Ulrich Thomsen (Jonas Skarssen), Brian F. O’Byrne (The Consultant), Michel Voletti (Viktor Haas), Patrick Baladi (Martin White), Jay Villiers (Francis Ehames), Fabrice Scott (Nicholai Yeshinski)
Estreno en el Perú: 16 de abril de 2009
Estreno en España: 24 de abril de 2009
Agente internacional habla de la gran corrupción y la paranoia generalizada. Tom Tykwer coloca a un agente de Interpol y una fiscal como exploradores y conductores narrativos que de forma paulatina conocen con el espectador el oscuro entorno del poderoso banco IBBC y sus vínculos, mientras investigan el tráfico de armas que se le atribuye. Vemos una metrópoli occidental próspera y sofisticada, pero por lo bajo -y con frecuencia saltando a la superficie- yace un mar infestado de negocios, complots y protecciones, que a punta de balazos y persecuciones terminan por destruir, literalmente, esa cara de progreso y civilización.
Tom Tykwer es ambicioso. Narra tres veces de modo distinto una misma historia (Corre, Lola, corre), filma una fantasía imposible de olores (El perfume), asume el episodio de París, te amo que más tiempo abarca y comprime (Faubourg Saint-Denis, el de Francine, la joven actriz que interpreta Natalie Portman). Pero es irregular, la adaptación de la novela de Süskind se quedó corta y la pieza parisina no pasa de ser un curioso ejercicio. En Agente internacional repite estas fortalezas y debilidades. Incursiona en el subgénero de las sinuosas conspiraciones políticas y económicas que trascienden nacionalidades y fronteras, pretendiendo la entrega más alambicada y espectacular, con un relato de eficaz armazón y enorme parafernalia que avanza a grandes trancos, pero que cuando se acerca a la resolución se complica y retrocede en sus logros al intentar explicar el misterio tan laboriosamente elaborado.
La película, como muchas otras de su tipo, gira alrededor de la gran corrupción y la paranoia generalizada, un viejo elemento acrecentado en los tiempos del 11-S, como el motor de las operaciones de las agencias policiales y de inteligencia de los países más prominentes del mundo, en un perpetuo tira y afloja de las altas esferas de poder que llega a adquirir vida propia. Tras el impactante prólogo, en el que un hombre muere súbitamente en una calle de Berlín, Tykwer coloca a un agente de la Interpol, Louis Salinger (Clive Owen) y a una fiscal, Eleanor Whitman (Naomi Watts), como exploradores y conductores narrativos que de forma paulatina van conociendo junto con el espectador el oscuro entorno del poderoso banco IBBC y sus vínculos, mientras investigan el tráfico de armas que se le atribuye. Embarcados en una envenenada travesía, el peligro acecha todo el tiempo y hasta los peatones anónimos pueden ser potenciales enemigos. Es el escenario en el que un sinnúmero de turbias criaturas, bien caracterizadas por un elenco multinacional, complejizan la trama y provocan desenlaces anticipados, como la intensa secuencia en el museo donde Salinger tiene que asociarse en medio de un feroz tiroteo con el sujeto que quería arrestar, que se convierte en el objetivo de quienes no quieren que brinde información.
Cintas como Agente internacional dan una visión espuria de la metrópoli occidental. Se le presenta próspera y sofisticada, pero por lo bajo -y con frecuencia saltando a la superficie- es un mar infestado de negocios, complots y protecciones, que terminan destruyendo literalmente esa cara de progreso y civilización a punta de balazos y persecuciones. Si Martin McDonagh empleaba las locaciones medievales belgas en In Bruges para el purgativo exilio de un par de malhadados sicarios, Tom Tykwer echa mano de la más funcional modernidad, la tecnología de estreno y los accidentes urbanísticos de las grandes ciudades europeas para llevarnos hasta los techos y lanzar los disparos desde fuera del encuadre. Su visión del heroísmo es amarga y nunca idealizada, porque quien supuestamente lo encarna, el agente Salinger, en buena medida de manejo autónomo y alejado de la fiscal, es un sujeto demacrado, que avanza con determinación pero siempre es vulnerable por sombras pretéritas y superado por las gigantescas dimensiones de lo que busca asir. Como muestra, poco después de una reunión con los protagonistas, Tykwer recrea una figura emblemática de la intriga fílmica que da vueltas principalmente desde la despedida de Kennedy en Dallas: el magnicidio político, en pleno ejercicio del cargo o en campaña.
Owen asume con aplomo un rol complejo y poco simpático. Watts también cumple, aunque hace un papel más simple y breve. Y Armin Mueller-Stahl, el criminal Semyon de Promesas peligrosas de Cronenberg, aporta su habitual relieve, pero el repentino énfasis de su contradictorio personaje forma parte de los tropiezos del realizador por querer innecesariamente desbrozar la telaraña. Es que el McGuffin, uno de los legados de Hitchcock, sólo requiere activar los resortes de la narración y la puesta en escena, no volver a él con ganas de decirlo todo, lo que suele ser contraproducente y quita puntos en el balance.
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