Death Proof
Dir. Quentin Tarantino | 114 min. | EEUU
Intérpretes: Kurt Russell (Stuntman Mike), Rosario Dawson (Abernathy), Vanessa Ferlito (Arlene), Sydney Poitier (Jungle Julia), Tracie Thoms (Kim), Rose McGowan (Pam), Jordan Ladd (Shanna), Mary Elizabeth Winstead (Lee), Quentin Tarantino (Warren), Marcy Harriell (Marcy), Eli Roth (Dov), Omar Doom (Nate), Zoe Bell (Zoe Bell)
Estreno en el Perú: 14 de mayo de 2009
Ahora bien, A Prueba de Muerte no es del mismo nivel que Tiempos Violentos o Perros de la Calle, ni tampoco de la saga de Kill Bill; aunque no está tan lejos de lo alcanzado en esas obras. Antes que nada debe aclararse que esta película no se exhibe utilizando una copia mala, vieja o dañada: los rayones y saltos son ex profeso, como parte del homenaje que Tarantino hace a los filmes de persecuciones en carreteras tipos B a Z de los años 60 y 70, y a su visionado en cines de barrio. Otra diferencia es que en el filme que comentamos hay un menor desarrollo dramático, aunque muy bien manejado dentro de sus patrones estilísticos.
Antes que nada debe aclararse que esta película no se exhibe utilizando una copia mala, vieja o dañada: los rayones y saltos son ex profeso, como parte del homenaje que Tarantino hace a los filmes de persecuciones en carreteras tipos B a Z de los años 60 y 70, y a su visionado en cines de barrio. De allí también la tipografía y línea gráfica de los créditos, el tipo de fotografía y la recreación –por cierto, más recargada– de vestuario y ambientes de esa época.
Sin embargo, este recurso a subgéneros (y subculturas) se hace desde un punto de vista personal; es decir, se introducen en el marco de un concepto propio del director estadounidense. En tal sentido, la cinta mantiene las mismas características estilísticas de su cine. Hay un gran virtuosismo visual y sonoro, y aunque no es una de sus obras principales, logra ser amena y entretenida, gracias a su ironía y a las –en este caso, dos grandes– secuencias de acción; sumadas a una peculiar visión de las relaciones de género.
Ahora bien, A Prueba de Muerte no es del mismo nivel que Tiempos Violentos o Perros de la Calle, ni tampoco de la saga de Kill Bill; aunque no está tan lejos de lo alcanzado en esas obras. En cambio, un punto a su favor es que tiene un menor grado de violencia con respecto a los filmes mencionados. De esta manera, se demuestra cómo las características formales del cine de Tarantino pueden mantenerse tranquilamente sin necesidad de apelar demasiado a la violencia; y cómo ésta, más bien, es un testimonio involuntario de tendencias profundas en la sociedad norteamericana –expresadas mediáticamente en el cine y la televisión– en la obra de este realizador. No en vano, muchos de sus personajes –como en este caso– proceden o laboran en los medios de comunicación.
Otra diferencia es que en el filme que comentamos hay un menor desarrollo dramático, aunque muy bien manejado dentro de sus patrones estilísticos. Tiene dos partes muy marcadas, siendo más trabajada –dramáticamente– la primera; aunque la segunda posee su encanto, pues gira en torno a una espectacular persecución final. Y no olvidemos, tampoco, que A Prueba de Muerte es –a su vez– una especie de secuela o segunda parte, junto a Planet Terror, de un díptico (el proyecto Grindhouse) compartido con Robert Rodríguez. En ese sentido, hay algún paralelismo con los dos “volúmenes” de Kill Bill, el primero de los cuales es narrativamente más elaborado que el segundo. Entonces, hay una cierta tendencia a trabajar películas o estructuras bipartitas en la obra de Tarantino.
Sigamos. Las dos partes de este filme tienen la misma estructura, del tipo “recitativo y aria”. Primero, una extensa serie de secuencias puramente dialogadas (el recitativo), seguidas de una explosión de acción y violencia finales (el aria, con cabaletta); la primera (que transcurre en Texas), más breve e impactante y la segunda (que se desarrolla en Tennessee), más prolongada, debido a la citada persecución on road. Y en ambas también encontramos el mismo objetivo del protagonista principal, Stuntman Mike, con respecto al grupo de mujeres (más mocosas, al inicio y más mayorcitas, al final). Y la diferencia entre ambas partes es que mientras en la primera la sorpresa está mucho mejor preparada (tanto por el protagonista como por el director), en la segunda Mike resulta –dramática e inesperadamente– un improvisado; lo cual es una debilidad en el filme.
Es cierto que las conversaciones, que ocurren en bares o carros, son largas y pueden resultar un poco agotadoras; no obstante, son presentadas en encuadres muy cerrados, lo cual crea una tensión e intensidad muy fuertes, a despecho de la simpática banalidad de parte de esas pláticas. Lo cual favorece un cierto suspenso (o tensión) que se resolverá en la primera mitad de la película, y luego, el mismo procedimiento se repetirá en la segunda mitad. Además, estas secuencias sirven para mostrar los roles de género y su relativa inversión en términos de poder, que se describe en esta película.
En efecto, lo más llamativo es lo que podríamos llamar “la venganza de las mujeres”. Ya en Kill Bill se notaba una gran preeminencia de éstas con respecto a los varones; y si bien en ambas obras se describía un mundo de violencia, era también –por momentos– un mundo femenino, tanto así que en el “segundo volumen” vemos el triunfo final de la “hija” sobre el padre, de la mujer sobre el varón (lo cual también sugiere una cierta lectura psicoanalítica).
Pero en este caso, el tema del predominio femenino está mucho más marcado, ya que ellas ejercen una especie de cuasi matriarcado. En todo momento –y para ello las largas secuencias de conversación– se muestra que la mujer tiene un gran control y poder para mantener a los hombres “a raya”; y defenderse de un mundo patriarcal en aparente declive. Mientras que el varón está subordinado, en primer lugar, desde el punto de vista sexual, ya que debe urdir engaños para obtener migajas eróticas (besuqueos con plazo fijo) y debe llegar hasta lloriquear o regatear como un niño para conseguir algo de placer físico de las chicas.
Paralelamente, las mujeres muestran su sensualidad continuamente, tanto en las conversaciones como corporalmente; sobre todo, en el primer grupo de mujeres, que son adolescentes. Lo cual tiene a los hombres en estado de permanente ansiedad, merodeándolas y planeando emborracharlas para poder finalmente satisfacer su deseo. De allí que el protagonista principal, un asesino de mujeres en carreteras, aparezca como un macho maduro aunque trasnochado, cuyas artes seductoras estimulan una danza sensual que no conducirá al sexo sino a la muerte. Es decir, que el único macho que logra calzar con éxito en su rol de poder y dominio, sólo puede ser… un feminicida. Otros varones que aparecen, lo hacen en roles de servicio, como el mesero y dueño de una taberna (interpretado por el propio Tarantino), un farmer medio tarado que ofrece en venta el carro de época para la ya citada persecución o como el muchacho que atiende en una gasolinera.
¿Qué tan cierta es esta presentación contemporánea de las relaciones de género? ¿representa este enfoque el tipo de relaciones deseables? Ciertamente, la película no llega a tanto, ni pretende hacerlo; le basta con plantear este escenario polémico. No obstante, y a contrapelo del avance profesional de la mujer en las sociedades occidentales, el director podría ser cuestionado más bien por encubrir la realidad de la persistencia de relaciones patriarcales al interior de las mismas. Igualmente, podría criticársele no considerar la posibilidad de relaciones armónicas y con responsabilidades compartidas, más allá de los roles de género, en vez de una inversión en las relaciones de poder entre hombre y mujer. Claro que estas objeciones son las del “aguafiestas”, ya que eso eliminaría la gracia de la parodia, que es lo que al director más le interesa mantener. En otras palabras, Tarantino sólo busca burlarse y divertirse (y divertirnos) bromeando con un hipotético matriarcado en las carreteras de las conservadoras Texas y Tennessee; sin mayores pretensiones. Sin embargo, toda obra artística nace en un contexto “mundano”; es decir, no es un simple juego estético, sino también parte de una sociedad y cultura determinadas. E incluso, colabora en la construcción de ese contexto, por más “artificial” que haya sido elaborado el producto artístico. De allí que –medio en serio, medio en broma, o sin querer queriendo– el cine de este director siempre refleja o plantea asuntos relevantes del mundo actual.
Otro aspecto importante es esa extraordinaria cultura musical de Tarantino, que lo hace rescatar una serie de canciones y músicas que calzan muy bien con su homenaje a este tipo de películas (incluyendo a los dobles que hacen las escenas de mayor riesgo, aquí representados por una de ellas, Zoe Bell); para no hablar de la excelente realización y fotografía. Todo ello coronado con la citada persecución final, la cual está filmada con gran virtuosismo técnico. En suma, estamos ante una película amena, entretenida, un poquito más fatigosa que en sus películas anteriores, un poquito menos violenta y, por tanto, también un poco menos adrenalítica; pero sumamente disfrutable. A la vez que, mediante sus componentes paródicos, plantea –conscientemente o no– asuntos tanto en la relación entre medios de comunicación y violencia, como en la relación entre géneros.
Deja una respuesta