The Wrestler
Dir. Darren Aronofsky | 111 min | EEUU – Francia
Intérpretes: Mickey Rourke (Randy ‘The Ram’ Robinson), Marisa Tomei (Cassidy), Evan Rachel Wood (Stephanie), Mark Margolis (Lenny), Todd Barry (Wayne), Wass Stevens (Nick Volpe), Judah Friedlander (Scott Brumberg), Ernest Miller (The Ayatollah), Dylan Keith Summers (Necro Butcher), Tommy Farra (Tommy Rotten), Mike Miller (Lex Lethal)
Estreno en Perú: 21 de mayo de 2009
¿Hay que ver The Wrestler solamente para ser testigos de la resurrección de Mickey Rourke? No solo por eso. The Wrestler es una película hecha para el lucimiento del protagonista, la analogía perfecta con la vida real del interprete elegido. Esta película, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia 2008, presenta una vez más la historia del héroe caído que vuelve por una última oportunidad. La oportunidad del último aplauso. Es entonces que The Wrestler funciona como la representación de otras representaciones. Para los fanáticos, la lucha libre representa el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal. Cambie usted el escenario de un teatro por un ring, coloque en lugar de actores a luchadores, no importarán los diálogos sino la acción de los golpes.
¿Hay que ver The Wrestler solamente para ser testigos de la resurrección de Mickey Rourke? No solo por eso. The Wrestler es una película hecha para el lucimiento del protagonista, la analogía perfecta con la vida real del interprete elegido. Nadie mejor para ponerse en la piel de Randy “The Ram” Robinson, un luchador en el ocaso, que el mismísimo Mickey Rourke, el guapo actor de los ochentas que de pronto decidió dejar la actuación para ser boxeador, y que luego volvería tras la fama perdida, a empezar con papeles menores, en producciones de bajo presupuesto, con un rostro tan golpeado que ya no parecía ser el suyo.
A primera vista The Wrestler ni parece una película de Darren Aronofsky, el director de Pi (1998), Réquiem por un Sueño (2000) y La Fuente de la Vida (2006), pues estas eran películas que mostraban a un director preocupado por contar historias a partir de un elaborado tratamiento visual. The Wrestler en cambio narra la vida de un hombre ordinario en el tránsito de envejecer, en planos sin mayor artificio. Pero las cuatro películas si coinciden en la construcción de sus personajes. Son personajes que quieren alcanzar algo que resulta esquivo a su destino. Como los protagonistas de las tres anteriores filmes de Aronofski, Randy The Ram tiene una obsesión que sobrepasa sus limites y que irremediablemente lo va destruir.
Esta película, ganadora del León de Oro en el Festival de Venecia 2008, presenta una vez más la historia del héroe caído que vuelve por una última oportunidad. La oportunidad del último aplauso. Si nos referimos solo a deportes, el boxeo ha dado grandes películas bajo esa línea argumental, lo que hasta ahora no había sucedido con la lucha libre de entretenimiento, un deporte espectáculo que especialmente en Estados Unidos mueve millones de dólares y cuenta con fanáticos de todas las edades.
Desde que tenía seis años de edad soy uno de esos fanáticos que veia por TV las luchas de Hulk Hogan pensando que quien ganaba era el mejor. Y no. Como muestra The Wrestler los luchadores salen al ring habiendo acordado con su rival qué movimientos usar, cómo reaccionar ante una llave y de qué modo acabará la pelea. Pero sí hay golpes muy reales y cortes que los mismos luchadores se hacen para sangrar. Es parte del espectáculo.
Es entonces que The Wrestler funciona como la representación de otras representaciones. Para los fanáticos, la lucha libre representa el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal. Cambie usted el escenario de un teatro por un ring, coloque en lugar de actores a luchadores, no importarán los diálogos sino la acción de los golpes. Donde si tienen que coincidir es en el drama. Porque para que la lucha sea buena hay que saber venderla. Tiene que haber tensión, suspenso, y el malo tiene que someter al bueno, castigarlo hasta que sangre si es preciso. Porque así cuando finalmente el luchador bueno gané, como está planeado, su victoria tenga más valor ante los aficionados. Moraleja: tienes que ser un chico bueno, pero para serlo tendrá que dolerte. Y bajo esa lógica funciona este filme, con una mirada muy íntima, pero nada complaciente. Randy The Ram se siente protegido entre las cuerdas del ring; porque es afuera, en el mundo real, donde siempre es dañado. Y no recibe golpes físicos (de los que uno siempre puede curarse en el hospital) sino otro tipo de golpes, demasiado duros para un gigante con sentimientos.
Randy The Ram ha hecho de este lugar su habitat y su familia la integran los otros luchadores y sus fanáticos. En cambio ha descuidado sus relaciones personales: no tiene una mujer que lo ame y su única hija no quiere ni verlo. En su búsqueda de redención Randy The Ram se ocupará de estos asuntos. Sobre ellos es que se estructura la película. Así se van intercalando tres tipos de secuencias. Están aquellas en las que nuestro protagonista busca a Cassidy (Marisa Tomei), una bailarina nudista, a la que recurre para que lo acompañe y escuche sus pesares, pero a quien no puede tocar, porque eso está prohibido para los clientes. Y Randy es un cliente más mientras pueda pagar.
Están también las secuencias en las que trata de reconciliarse con su hija Stephanie (Evan Rachel Wood). Esta historia tiene solo tres momentos. En la primera, ella lo rechaza; en la siguiente se reconcilian; y al final otra vez la relación padre ausente-hija dolida parece quebrarse. Es la historia menos lograda de la película quizá porque es muy esquemática, y lo que surge de sus diálogos y sus miradas tiene pocos matices. Ella lo perdona de un momento a otro luego de haberle dicho poco antes que lo odiaba, y Randy vuelve a fallarle, porque está escrito que así tiene que ser. Randy siempre falla fuera del ring.
El otro bloque de secuencias está compuesto por Randy luchando por pocos billetes, intentando sobreponerse con medicamentos y calmantes a un corazón y a un cuerpo que ya no responden como antes, y trabajando en un supermercado (para variar, como cortador y despachador de carne).
En muchos momentos Aronofsky decide poner la cámara detrás de su protagonista, como si el espectador estuviera respirándole la nunca. Es porque Randy siempre está ingresando a distintos escenarios: el ring, los almacenes del supermercado, el mostrador para atender al público. Busca un lugar, no lo encuentra.
Hay una toma que resume la caída del personaje con un movimiento de cámara. Sucede en el patio de un colegio, donde varios ex luchadores están sentados en un mesa con camisetas, cintas de video, revistas, afiches de antiguas peleas. Esperan que llegue alguien a pedirles un autógrafo o posar para una foto. Pero casi nadie llega al lugar. Una mirada de Randy alrededor de sus colegas, basta para ver a unos que se han quedado dormidos de tanto esperar, a otros mirando el vacío, a otros en sillas de ruedas o muletas.
¿Se recordará The Wrestler porque fue el gran papel de Mickey Rourke y no le dieron el Oscar a mejor actor, siendo para muchos un premio cantado? Quizá, pero Rourke es de esos actores a los que la derrota no les cae nada mal.
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