The Boat That Rocked
Dir. Richard Curtis | 129 min | Reino Unido – Alemania
Intérpretes: Philip Seymour Hoffman (The Count), Bill Nighy (Quentin), Rhys Ifans (Gavin), Nick Frost (Dr. Dave), Katherine Parkinson (Felicity), Chris O’Dowd (Breakfast DJ Simon), Rhys Darby (Angus), Tom Wisdom (Midnight Mark), Ralph Brown (Bob), Kenneth Branagh (Ministro Dormandy), Jack Davenport (Twatt), Emma Thompson (Charlotte), Talulah Riley (Marianne), January Jones (Elenore), Gemma Arterton (Desiree)
Estreno en España: 29 de mayo de 2009
Homenaje. ¿Qué es sino un homenaje a la vasta y rica producción de música rock y pop habida a partir de los años sesenta, periodo de profundos cambios sociales, lo que Richard Curtis, un pelín nostálgico, nos ha dispuesto en bandeja con su barco del rock?, todo un homenaje y un revival de la música rock, a la que había que buscar salida para darla a conocer, y uno de los medios por entonces, hablamos de las décadas 1960 y 1970, era la radio. Si los medios oficiales, ciegos como siempre, no satisfacían las nuevas demandas sociológicas del pueblo, que mejor que ponerse manos a la obra, y voilà, solapados en la clandestinidad lanzar las ondas musicales que les hacían vibrar. Las radios piratas supusieron el espaldarazo que elevó a la música rock a la categoría de revolución y mito musical, y lo pirata a una nueva concepción de libertad y mini sociedad independiente. Un anarquismo pacífico que rompía las leyes creadas al gusto de los peleles del poder, a los que no gustaba nada (y sigue sin gustar) que la gente se sintiera libre y suelta, como subraya Curtis en boca de sus personajes en una de las brillantes ráfagas del film
Piratas pata rock
Les confieso que he estado dándole mil vueltas a como encarar el comentario del “bienvenido a bordo” con que nos invita el guionista y director Richard Curtis, cuya fama de creador de historias con exquisita vena british le vino dada con el enorme éxito alcanzado por Cuatro bodas y un funeral en 1994. No se me ocurre otra cosa que colocarme gafas multifocales (de hecho es lo que debemos hacer con toda obra fílmica) y observar los diferentes ángulos, caras, desfiladeros, rampas y mástiles, cada uno con su bandera independiente, para poder conformar la reseña de una sola pieza, y sugerirles la boîte de destellos que ha dejado en mi cabeza Curtis con su segundo trabajo como director, The Boat that Rocked.
Varias son las palabras clave alrededor de las que giro todo el elemento náutico nostálgico-rockero de Curtis; Homenaje, Título, Pirata, Disc Jockey, Puzzle, Atrezzo-ambientación, o flotar. Con ellas trataré de explicar que he sacado en claro entre los acordes y melodías, que aún chapotean en mi memoria, de Icons como Bowie, Cat Stevens, Hendrix, The Who, Cohen, Stones, Beach Boys, The Supremes, Moody Blues…Oh Yeee!
Homenaje. ¿Qué es sino un homenaje a la vasta y rica producción de música rock y pop habida a partir de los años sesenta, periodo de profundos cambios sociales, lo que Richard Curtis, un pelín nostálgico, nos ha dispuesto en bandeja con su barco del rock?, todo un homenaje y un revival de la música rock, a la que había que buscar salida para darla a conocer, y uno de los medios por entonces, hablamos de las décadas 1960 y 1970, era la radio. Claro que las radios oficiales, siempre rezumando conservadurismo, destilaban apenas unos pocos minutos de esa nueva música, un poco diabólica, con letras desvergonzantes. Los oyentes, jóvenes en su mayoría, ansiosos de nuevos ritmos que les hicieran mover las caderas o soñar con momentos románticos, monopolizaban su pequeño aparato de radio cual de un tesoro escondido se tratara, esperando evadirse, ya en el monótono trabajo, ya en la noche entre sábanas, y así alimentar el arco iris que estaba amaneciendo en la moda, las costumbres, el sexo, la diversión y las drogas. Todo a ritmo de rebeldía contra los acartonados residuos de los cincuenta.
Título. Esta es una de las pocas veces en que la traducción de un título de película es soberbia, más que correcta. Un duo enriquecido, un juego de palabras perfectas para definir la película y la importancia de lo que se cuenta. Radio encubierta es un As de nuestro idioma, que reververa los dos significados de la película: ondas camufladas en la cubierta de un barco. Buscar la equivalencia de un título foráneo en nuestro idioma expone nuestra riqueza lingüística, siempre y cuando no nos alejemos de la esencia de la película y la vulgaricemos, como ocurre en cantidad de ocasiones. Chapeau en este caso, aunque tenga que usar de extranjerismos. La nota de esta variedad titularística se puede observar en los títulos que cada país ha querido otorgarle a la cinta británica; Francia: Good Morning England; Brasil: Os Piratas do Rock; Alemania: Radio Rock Revolution; Grecia: Rock on plo; Rusia: Rock-volna…un mundo.
Pirata. Si los medios oficiales, ciegos como siempre, no satisfacían las nuevas demandas sociológicas del pueblo, que mejor que ponerse manos a la obra, y voilà, solapados en la clandestinidad lanzar las ondas musicales que les hacían vibrar. Las radios piratas supusieron el espaldarazo que elevó a la música rock a la categoría de revolución y mito musical, y lo pirata a una nueva concepción de libertad y mini sociedad independiente. Un anarquismo pacífico que rompía las leyes creadas al gusto de los peleles del poder, a los que no gustaba nada (y sigue sin gustar) que la gente se sintiera libre y suelta, como subraya Curtis en boca de sus personajes en una de las brillantes ráfagas del film. Comparando el hoy con el ayer, y los cambios tecnológicos habidos, podemos situar paralelismos entre la recién aprobada y controvertida ley francesa contra la piratería y los oscuros ministros británicos (encabezados por un Kenneth Branagh payasamente sobreactuado) aupados en inquisidores de las emisoras a las que se enganchaban todos, casi sin excepción. Nuestra realidad digital impone, también hoy, una revisión de los conceptos monolíticos de la propiedad intelectual, porque piratas somos todos un poco. Tú también lector, aunque no lo creas. Interesante y actualísima reflexión a tener presente, la que nos ofrece Curtis con este homenaje.
Disk Jockey. La labor que éstos realizaron para elevar la moral de la juventud que empezaba a desfibrilarse con descargas eléctricas rockeras fue la de auténticos dioses de ensueño. Sus palabras, sus gestos, su actitud, su aspecto, crearon moda, la moda del gurú. Y nadie como los británicos para elevar las excentricidades a categoría de ley. Los gurús -piratas- de las ondas son el monumento al que ha sacado brillo Curtis. Volvemos a la palabra homenaje. Homenaje a los DJs de Radio Caroline (en la que está basada la amalgama de historietas) emisora pirata que emitía sus programas, a finales de 1970 y la década de 1980, desde la embarcación MV Ross Revenge anclada en el Mar del Norte, en aguas internacionales a varios kilometros de la costa inglesa. Sus componentes fueron perseguidos por las autoridades, pero aún así fueron capaces de mantener durante las 24 horas del día, programas de la música que iban descubriendo y amando ellos mismos y que hacía furor entre los oyentes de condición bien versátil.
Puzzle. Richard Curtis, cuya experiencia en articular un conjunto de historias dentro de un todo ya se había hecho patente con su primera realización, Love Actually 2003, desarrolla en Radio encubierta un puzzle de piezas que dibujan cada una de ellas una historia personal: los aconteceres del grupo de gente (hombres en su mayoría, exceptuando alguna mujer que seguía siendo más un apoyo servil que estratégico) que se embarcó en tal proyecto pirata, conviviendo en un lugar pequeño y claustrofóbico, a través del cual hacían partícipes de sus vivencias personales a los oyentes. Todos los hechos contados están basados en realidades ocurridas a los diversos DJs y staff en general, y para ello nada como un estupendo elenco de actores entre los que destacan mi adorado Philip Seymour Hoffman (cuando el resto del reparto enfatiza exageradamente su personaje, él sigue manteniendo el equilibrio mímico), Rhys Ifans, Nick Frost, o Bill Nighy. Todas estas piezas están presentadas como en un popurrí que hay que encajar, y una vez llegados al final, nos damos cuenta que algo ha fallado en el bricolaje, provocando un resultado un tanto picasiano en su conjunto. Por contra, si nos acercamos con lupa a cada pieza suelta, brillan éstas como pequeñas proezas narrativas y visuales: como la aparición del DJ americano estrella, la confrontación entre Conde (Seymour Hoffman) y Gavin (Rhys Ifans) en los mástiles, la llegada del barco cargado de bombones, el trabajo general de Atrezzo, vestuario y ambientación que sin grandes virtuosísmos de mainstream nos hacen revivir la etapa florida de los sesenta, provista, propio de Curtis, con una mirada excesivamente suave a las drogas y al sexo.
Flotar. Quizá la clave de esta gran fiesta rockera esté en la metáfora final, la gran alegoría que no podía ser interpretada y simbolizada por otro que no fuera el gordito, pero resultón, Seymour Hoffman, en un rockanbolesco reflotar de las profundidades como un Titanic que resurge con nueva energía para seguir alimentando la diversidad musical, y con ello dejar bien claro que el rock nunca se hunde, con el público oyente y fan como socorristas improvisados.
Hay momentos de risa, escasos todo hay que decirlo, un montaje fresco que se muestra lucido en las secuencias entrelazadas de los oyentes ensimismados con sus Djs por doquier y los grises meandros del poder, pero lo más destacado son los momentos musicales. Esplendidos.
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