Hoy, 20 de junio, se ha cumplido el centenario de Errol Flynn, un actor que a estas alturas ya es casi desconocido. Sin embargo, tuvo un periodo de gran popularidad entre mediados de los años 30 y mediados de los 40. Supo aprovechar sus regulares recursos interpretativos, desenvolverse en varios géneros y sostener dilatadas colaboraciones con Michael Curtiz (una docena de cintas) y Raoul Walsh (media docena), dos artesanos de la época en que ese término valía mucho más que en el Hollywood actual. Flynn pasó por la aventura, el bélico, la comedia, el western y el drama, convirtiéndose en el emblema de la picardía, la galantería, el arrojo, el despliegue físico y el heroísmo. Sus principales películas fueron El capitán Blood, Las aventuras de Robin Hood, Gentleman Jim, Murieron con las botas puestas, Objetivo Birmania, entre otras.
En la década de los 50 su figura decayó totalmente, entre el serio deterioro de su salud y el impacto de una nueva generación que lo hizo ver más antiguo de lo que era. Su despedida fílmica llegó en 1958 bajo la dirección de John Huston, en The Roots of Heaven. Al año siguiente, murió de un infarto fulminante, destrozado por los míticos excesos que formaron parte de la comidilla del cine norteamericano. Tan consumidos quedaron sus órganos que el forense que le hizo la autopsia se asombró de que hubiera alcanzado los cincuenta años de edad. Vean un fragmento de la cinta que lo lanzó al estrellato, El capitán Blood, de Curtiz:
Como el general Custer en Murieron con las botas puestas, de Walsh.
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