Dir. Olivier Marchal | 125 min | Francia
Intérpretes: Daniel Auteuil (Schneider), Olivia Bonamy (Justine), Catherine Marchal (Marie Angéli), Francis Renaud (Kovalski), Gérald Laroche (Matéo), Guy Lecluyse (Jumbo), Philippe Nahon (Charles Subra), Clément Michu (Émile Maxence), Moussa Maaskri (Ringwald), Jean-Paul Zehnacker (Me Colmeman)
Estreno en España (DVD): 27 de febrero de 2009
Alejándose de todas las pinceladas que sugieren y confirman las tonalidades muy afrancesadas del cine vecino, léase ese toque caheriano, godardiano, tavernierano, el (en exceso sobrevalorado) movimiento nouvelle vague, o la reciente comedia paleta, Olivier Marchal se ha tomado muy en serio experimentar y formar parte del grupo de los nuevos cineastas de su país, especialmente en cuanto al género que le enmarca, el negro o thriller. Empezaré rotunda, afirmando que MR73 es una delicatessen muy negra, repleta de emociones, un drama con transfondo de thriller, una película hecha con el corazón a pesar de su aparente frialdad cerebral. Es un culto al personaje, en este caso un policía al límite, sobreviviente de una catástrofe familiar que le hunde en las tinieblas de la desesperación, el alcohol y un no-futuro.
Matar a Dios
Vienen de estrenarse en DVD dos buenas policíacas, Cuestión de honor de Gavin O’Connor, y MR73 del guionista y realizador francés Olivier Marchal. Junto a la película recién estrenada en cine, Cleaner de Renny Harlin, forman una trilogía sobre la soledad, la desesperación, la batalla perdida contra las instancias superiores y sobre todo la afilada y cáustica interrelación del cuerpo policial. Aprovechen este buen momento de coincidencias para adentrarse en el noir bien fait. Sobre la cinta de O’Connor ya hablé cuando se estrenó en la gran pantalla, de la de Harlin hace unos días. Me acerco, ahora, con interés a la francesa, disponible actualmente en videoclubs de alquiler.
Alejándose de todas las pinceladas que sugieren y confirman las tonalidades muy afrancesadas del cine vecino, léase ese toque caheriano, godardiano, tavernierano, el (en exceso sobrevalorado) movimiento nouvelle vague, o la reciente comedia paleta, Olivier Marchal se ha tomado muy en serio experimentar y formar parte del grupo de los nuevos cineastas de su país, especialmente en cuanto al género que le enmarca, el negro o thriller. Este ex policía, con experiencia como actor y guionista, con dos buenas películas anteriores en su haber, Gangsters (2002), y 36 Quai des Orfèvres (2004), ambas, como la que me ocupa, ambientadas, y dramatizadas en el mundo policial, universo que Marchal conoce bien, exprime una nueva mirada a la calidad francesa, por la que siempre he apostado con mis dados.
Empezaré rotunda, afirmando que MR73 es una delicatessen muy negra, repleta de emociones, un drama con transfondo de thriller, una película hecha con el corazón a pesar de su aparente frialdad cerebral. Es un culto al personaje, en este caso un policía al límite, sobreviviente de una catástrofe familiar que le hunde en las tinieblas de la desesperación, el alcohol y un no-futuro. El detective Schneider, un magnífico -como de habitual- Daniel Auteuil, resulta de una fusión entre polícias duros y desesperados, Léo Vrinks de 36 Quai des Orfèvres; Marc Jansen de Gangsters; el detective Jerry Black, (sosias del bronco comisario Matthäi del escritor Friedrich Dürrenmatt) en The Pledge de Sean Pean; el borracho Chinaski, personaje de Bukowski–Schroeder; el Mattei Bourvil amante de los gatos de Melville en Le cercle rouge, 1970; o también el policía interpretado por Claude Brasseur en La guerra de los policías de Robin Davis (1979). Jean-Pierre Melville, Marcel Carné, Jacques Becker, tradición del buen cine negro galo, influencias claras y sutiles en el Marchal de hoy.
Estamos ante un réquiem. Schneider es una bomba de relojería, un superviviente en constante estado de embriaguez. El acertado y correcto juego fotográfico nos plantea las escalas emocionales entre las que se mueve el detective, devenido en policía de papeleo y denuncias. El por qué de ésto se plantea desde el esplendido comienzo de la cinta, ya anunciado con la frase del policía: “Dios es un hijo de puta y algún día lo mataré”. El encañonamiento con su arma reglamentaria, una MR73, a un conductor de autobús urbano con pasajeros, anuncia el comienzo de su descenso, aunque siga conservando aún, a pesar de su fantasmal presencia, el instinto de detective que podrá desplegar, entre la neblina del alcohol, en un asesinado en serie, el de varias mujeres con un dato en común, la compañía de un animal doméstico. Junta a esta trama, se desarrollan otras paralelas, como la de un asesino en serie que después de más de tres décadas en la cárcel va a salir con una condicional. Una aparente rehabilitación con mala pinta.
Lo que Olivier Marchal ha desarrollado en su tercer largometraje, basado en hechos reales que él mismo ha conocido, es un encontronazo de un grupo de personajes al límite entre el bien y el mal. Hienas y chacales en el mundo policial, errores del pasado que pesan como losas (un pasado delineado con secuencias en blanco y negro) ásperos, rudos, violentos personajes que otro maestro, Sidney Lumet, tan bien expuso en su filmografía, desde el incorruptible Serpico. Líneas argumentales en diversas direcciones, (además de las corruptelas de los miembros de la policía) las que Marchal sustenta en perfecto equilibrio, sin que oscurezcan nuestra percepción del principal, fabricadas y dirigidas con mucha solvencia (así como la soberbia dirección de actores) narrativa, porque el film está construido desde el interior de los personajes, desde una base, como he apuntado antes, emocional, donde la ambientación de escenarios aporta mucho al estado de ánimo, ahí es nada como utiliza el realizador francés la lluvia para apuntalar ese poso grave y amargo.
La recompensa de ver MR73 en su estreno DVD es el añadido extra que aporta. En lugar del común “Como se hizo” de cualquier film, Marchal ha organizado un suntuoso documental sobre la puesta en marcha de la cinta, con unos actores muy preparados, demostrando unos conocimientos cinéfilos que enriquecen el formato. Actores secundarios que en conjunto y a pesar (o sin pesar) de que Auteuil centra toda la atención del objetivo, aportan granos muy nutritivos al thriller en cuestión (no deja de ser una trama de investigación policial), que nos hacen deleitarnos.
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