Dir. Robert Rodriguez | 105 min. | EEUU
Intérpretes: Rose McGowan (Cherry Darling), Freddy Rodríguez (El Wray), Josh Brolin (Dr. William Block), Marley Shelton (Dra. Dakota Block), Jeff Fahey (J.T.), Michael Biehn (Sheriff Hague), Rebel Rodriguez (Tony Block), Bruce Willis (Tnte. Muldoon), Naveen Andrews (Abby), Julio Oscar Mechoso (Romy), Stacy Ferguson (Tammy), Nicky Katt (Joe), Michael Parks (Earl McGraw), Quentin Tarantino (Lewis, el violador)
Estreno en el Perú: 26 de marzo del 2009
Esta película es la primera parte de un díptico denominado Grindhouse que constituye un homenaje conjunto de Rodríguez y Tarantino a determinado tipo de películas comerciales, marginales, conocidas como tipo B hasta Z. De allí que ambos directores simulen algunos efectos de la mala proyección de estos filmes en salas de barrio; lo que incluye efectos que simulan imágenes rayadas y saltos de imagen propios de una copia trajinada. Más aún, Rodriguez llega a quemar un fotograma y, de paso, suprimir un rollo entero; aparentemente a causa de su contenido sexual. Todo simulado, por supuesto, para generar un efecto irónico y a la vez nostálgico en torno a estas cintas.
Esta película es la primera parte de un díptico denominado Grindhouse que constituye un homenaje conjunto de Rodríguez y Tarantino a determinado tipo de películas comerciales, marginales, conocidas como tipo B hasta Z. De allí que ambos directores simulen algunos efectos de la mala proyección de estos filmes en salas de barrio; lo que incluye efectos que simulan imágenes rayadas y saltos de imagen propios de una copia trajinada. Más aún, Rodriguez llega a quemar un fotograma y, de paso, suprimir un rollo entero; aparentemente a causa de su contenido sexual. Todo simulado, por supuesto, para generar un efecto irónico y a la vez nostálgico en torno a estas cintas.
De humores y nostalgias
Curiosamente, en países como Perú, estos mismos defectos de copia y exhibición se aplican más bien a la proyección de obras maestras del cine. Así, por ejemplo, hace apenas unos cinco años tuve oportunidad de ver Exótica, de Atom Egoyan, en el cine El Pacífico, donde el proyeccionista le cercenaba parte del cráneo a los personajes, sin que nadie diera la cara para corregir el entuerto; además, la sala tenía un intenso olor a creso, que trataba de tapar en vano un remoto aunque persistente aroma a metano, en involuntario homenaje a los sórdidos servicios higiénicos que se muestran en ese filme.
Los cineclubes de los años 80 también aportan su cuota de humor y resignada mordacidad. Recuerdo nítidamente mi horror cuando un viejo proyector de 16 milímetros atascó una copia de El tambor de hojalata de Volker Schlöndorff y el fotograma de la abuela de Oskar, así congelado, empezó a arder, convirtiendo la emulsión de la película en un collar de grotescas burbujitas reventándose; lo que obligó a suspender la proyección. Increíblemente, en el local había tijeras y, con la ayuda de cinta adhesiva, el rollo fue reparado y la función continuó.
Y cómo no recordar una proyección –si mal no me equivoco– de El año pasado en Marienbad de Alain Resnais en la hoy desaparecida cooperativa Santa Elisa, en Lima; en donde el proyeccionista confundió el orden de uno de los rollos. Algunos se dieron cuenta, protestaron y avisaron a los que estábamos en la fila para la siguiente función. Pero varios salían alabando el filme por sus presuntamente audaces cambios de tiempo y otras virtudes vanguardistas de la obra. Pero, ¿se habría cambiado verdaderamente el orden de los rollos? Dada las características de esa película, los que presenciamos la siguiente función nos quedaríamos con la duda y nunca supimos si realmente la vimos en el orden correcto; lo que podría interpretarse como una alabanza a la flexibilidad del famoso auteur.
A veces, la culpa no es totalmente del exhibidor, ya que el público pone de su parte. Por esos mismos años pasaron La caída de la casa Usher, de Jean Epstein, en el Museo de Arte de Lima. A poco de comenzar de la función se empezó a levantar un barullo de protesta en la sala. Pensé que posiblemente se debiera al mal estado de la copia. Lo cierto es que la función se suspendió, se encendieron las luces y contemplamos una agria discusión entre un profesor de filosofía de la Universidad Católica cuyo nombre no voy a mencionar y un grupo de iracundos padres de familia, con sus hijos, que habían ido a lo que creían sería una típica matiné de domingo, quizás esperando ver una cinta como la que homenajea Rodriguez en Planeta Terror. En cambio, se encontraron con una vieja película impresionista en blanco y negro; pero, sobre todo, ¡muda! De hecho, otro grupo había ido a increpar al proyeccionista por “haberse olvidado del sonido”; algunos gritaban: “¡súbele el volumen!”. Finalmente, el encargado se disculpó con los revoltosos y les devolvió la entrada, tras lo cual se reinició la proyección.
Pero lo que sí rebasa todo lo imaginable fue una proyección de Blade Runner, en La Habana, Cuba, en 1988. Estaba yo en un taller de guión y los fines de semana íbamos a esas gigantescas salas de cine que perviven en esa ciudad caribeña. Con lo que no contábamos era que la copia estaba ¡en blanco y negro! Todo el cuidadoso trabajo de iluminación de Ridley Scott, destinado a crear una sensación “realista” de una futurista Los Angeles oscurecida por la contaminación ambiental, se fue al tacho. Lo que teníamos era una permanente gama de grises entre la que transitaban los personajes, a veces como meras manchas que desafiaban los experimentos más vanguardistas.
Ocurre que en Cuba, sometida a un relativo bloqueo comercial, muchas películas son pirateadas; y quienes hacen las copias aparentemente son burócratas o técnicos sin mayor criterio estético o, tal vez, simplemente no había película de color disponible y entonces se utilizó el blanco y negro. Eso sí, la proyección era en una gigantesca pantalla para películas de 70 milímetros, lo que permitía apreciar con notable detalle hasta el mismo grano de la película, en un puntillista juego de sombras. Más de un millar de espectadores presenciamos la película sin proferir un murmullo de queja, con la misma rutinaria resignación con que más tarde esperaríamos el avance de la larga fila para comprar un helado. Oh contradicciones del socialismo real.
En suma, lo que festeja Planeta Terror como proyección de películas de bajo presupuesto con argumentos copiados en serie en cines de mala muerte en Estados Unidos, son muchas veces las mismas condiciones en que los cinéfilos debemos ver obras artísticas por estos lares del Sur; y, aún así, Rodríguez se queda corto. Por tanto, rememoramos estos episodios con humor, pero en realidad se trata de nostalgias distintas, por ser manifestaciones culturales muy diferentes.
Creando una tradición, un público
Pero la ironía suprema es que, siendo así las cosas, ¿cuántos de nosotros, que alabamos estas cintas-homenaje al Grindhouse, hemos visto este tipo de películas?
En lo personal, sólo recuerdo una vez, en el cine Orrantia, en Lima; por entonces ya en plena decadencia, poblado de envases de popcorn en los pasillos sin barrer. Era una película producida por Roger Corman y dirigida por Luis Llosa, cuyo nombre benévolamente he olvidado y que fue presentada en una copia ¡con el sonido no sincronizado! Es, creo, la única vez en mi vida que presencié una verídica y deleznable película tipo C o menos. Productos hechos en Hollywood con semejantes problemas técnicos jamás serían aceptables por los aficionados que hoy alabamos estas piezas producidas por Tarantino.
Por tanto, este cineasta propone una cierta idealización cuyo objetivo es que vayamos atesorando en nuestra memoria una nostalgia por ciertos filmes, que ahora se vuelven “de culto” y cuya fama nace de parodias realizadas con mucho mayor ingenio y destreza técnica que los originales; y sazonadas con algunas alusiones a directores talentosos de la serie B, como John Carpenter, por ejemplo. De igual forma que las películas de Ed Wood volvieron a la vida y a algunas pantallas gracias al notable biopic paródico realizado por Tim Burton. Se re-crea, pues, una tradición sobre lo que nunca existió (el visionado de cintas basura), que en realidad está dirigida a sembrar un terreno en el que se cultivara a un público no para aquellas películas del pasado, sino para las próximas de la dupla Tarantino-Rodriguez.
Ahora sí, Planeta Terror
Planeta Terror está basada en una variante del clásico de Don Siegel La invasión de los ladrones de cuerpos (1956), la cual consiste en que el virus o bacteria –que no se sabe bien de donde proviene– se instala en una base militar, se esparce entre los soldados y estos se convierten en zombis; un pequeño grupo de personas inmunes se junta para combatir la plaga. Sin embargo, la cinta tiene elementos originales: una pareja de médicos a cual más desquiciado, un chef obsesionado con la salsa parrillera y una bailarina porno habilitada con un arma de fuego a manera de prótesis de su pierna. Todo saturado de humor gore a cargo de diversos devoradores de cuerpos.
Con estos elementos, en torno a una reencontrada pareja de amantes, Rodriguez logra armar una historia coherente, dentro de lo posible. A diferencia de Tarantino, que –debido a influencias de formatos literarios– muestra una tendencia a personajes excesivamente locuaces, Rodriguez sí tiene un guión típicamente dramático; es decir, con acciones –si bien grotescas– bien anticipadas, justificadas y eficazmente hilvanadas en los términos en los cuales el director presenta la acción.
En segundo aspecto clave para el éxito de cualquier comedia es que haga reír. En ese sentido, el humor está garantizada y nunca decae; más aun, cada cierto tramo de secuencias hay un “pico” humorístico que mantiene el nivel y lo incrementa hasta llegar a lo que quizás sea una de las escenas más extravagantes que he visto en mucho tiempo: cuando al personaje interpretado por Quentin Tarantino se le derriten los genitales en un intento de violación, así frustrado. Como se aprecia, hará reír a quienes les agrade este tipo de huimos, aunque debo aclarar que tratándose de una sátira total de este tipo de películas, la sangre y evisceraciones que abundan no pueden ser tomadas en serio. En este esquema, el humor está muy bien dosificado y no presenta desniveles.
Es cierto que hay algunos elementos totalmente gratuitos, específicamente cuando a partir de cierto momento de la cinta ocurren contínuas explosiones e incendios, sin venir a cuento; pero esta circunstancia es claramente secundaria y contextual, y hace parte de toda la parodia. En esa misma línea podríamos incluir también algunos momentos en los que los zombis no intervienen, como debieran, permitiendo que la acción prosiga por donde quiere el director.
Por estas razones, se trata de una película altamente recomendable y, por ese mismo motivo, al igual que su segunda parte –A Prueba de Muerte–, sólo estuvo una semana en la cartelera limeña; lo cual es otra de las gracias de nuestros distribuidores.
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