Dir. Francis Ford Coppola | 127 min | EEUU – Italia – España – Argentina
Intérpretes: Vincent Gallo (Tetro), Maribel Verdú (Miranda), Alden Ehrenreich (Bennie), Klaus Maria Brandauer (Carlo), Carmen Maura (Alone), Rodrigo De la Serna (José), Leticia Brédice (Josefina), Mike Amigorena (Abelardo), Sofía Castiglione (Maria Luisa), Francesca De Sapio (Amalia), Adriana Mastrángelo (Angela), Silvia Pérez (Silvana)
Estreno en España: 26 de junio de 2009
Otros escenarios, otros paisajes, otras ciudades son posibles en el cine. Coppola se ha mudado a Argentina, concretamente a La Boca, enclave de inmigrantes italianos, y a los cafés con sabor a tango, política, innovadoras movidas artísticas, donde la bohemia porteña se mira a sí misma en los espejos del neorrealismo italiano, con virutas poéticas y surrealistas. Encuentro de intelectuales, a veces un poco rotos, como Tetro, o alocadas y alegres almas cómicas, proclives a experimentar huyendo del ahogo convencional de la mediocre burguesía.
Libertad otoñal
Dice Milán Kundera en su último ensayo, El telón, que no es fácil para un joven artista innovador seducir a un público y hacerse querer. Pero cuando, más tarde, inspirado por su libertad otoñal, transforme una vez más su estilo y abandone la imagen que se hacían de él, el público dudará en seguirle. Federico Fellini es un ejemplo, y precisamente, muchos trazos Fellinianos muestra también Francis Ford Coppola en su segundo (o más preciso sería decir tercer) reflejo de su otro yo artístico, su segunda época, su momento de libertad creativa alejada, con ganas, de las (inamovibles) fórmulas comerciales del cine empresa. Ver, con avidez todo hay que decirlo, una película rebelde y libre, creativa y alejada de lugares comunes, es un remedio de botika para la vista, quemada por tantos necios productores. El que dijera de la Palma de Oro 1979 “mi película no es una película sobre Vietnam, es Vietnam” ha compuesto una insigne partitura dramática, en su libertad otoñal: Tetro, eclipsando, sin atisbo de duda por mi parte, al resto de la cartelera.
Otros escenarios, otros paisajes, otras ciudades son posibles en el cine. Coppola se ha mudado a Argentina, concretamente a La Boca, enclave de inmigrantes italianos, y a los cafés con sabor a tango, política, innovadoras movidas artísticas, donde la bohemia porteña se mira a sí misma en los espejos del neorrealismo italiano, con virutas poéticas y surrealistas. Encuentro de intelectuales, a veces un poco rotos, como Tetro, o alocadas y alegres almas cómicas, proclives a experimentar huyendo del ahogo convencional de la mediocre burguesía. Paisajes donde proyectos como Radio La Colifata son posibles. Después de la ganadora La conversación, estamos ante otro Coppola sui generis, más teatral, más circense, vía por la que el realizador, tomando a su nueva obra como diván freudiano, se ha procurado unas sesiones de alivio personal, abriendo compuertas de secretos familiares a través de una historia medio ficticia, medio autobiográfica. Pero eso es lo de menos, al fin y al cabo, lo interesante es que estamos ante una propuesta diferente, con una estética diferente, (y vuelvo a las referencias de un Fellini de final de carrera, cuando era más importante recrear un mar de papel que situar el barco en medio de un Océano de verdad, sin importarle que el barco tuviera relieve y pareciera plano, sugiriendo más que mostrando por medio de la imagen y la estética, modelando un tratamiento especial al drama), propuesta en la que une la música, el teatro, la danza, la literatura, formando -otra- familia de necesidades artísticas, como cura y como motor vital.
Tetro tiene mucho de carácter salvaje, como el protagonista elegido, Vincent Gallo, suavizado y equilibrado por la gran profesional que es Maribel Verdú, y encendido por el sarcástico registro (un tanto grotesco) de Carmen Maura, además del apoyo de secundarios un tanto curiosos, Leticia Brédice, Klaus Maria Brandauer (en un doblete de gemelos), Alden Ehrenreich, Rodrigo de la Serna, Sofía Castiglione, o apariciones esporádicas como la de Silvia Pérez, que hace unos meses vimos interpretarse a sí misma en Encarnación, el tercer largo de la realizadora argentina Anhí Berneri.
Tetro y Miranda reciben la visita de Bennie/Alden Ehrenreich, joven hermano de Tetro. Con el sentimiento de haber sido abandonado hace años por su admirado hermano mayor, Bennie indaga, a escondidas, entre las cosas personales de Tetro, buscando su obra literaria inacabada, además de las razones de su rotura con el padre de ambos, un músico famoso, egocentrico e inflexible. La visita de Bennie hará supurar las ampollas del pasado familiar. Mucho arrebata al cine neorrealista y expresionista de la época en que Hollywood mezclaba carear muestras rodadas en la calle, conjugadas con fantasmagorías, sublimaciones, poesía teatral o circense, cierto barroquismo en los sentimientos, los gestos y las formas, cierto tratamiento teatral del drama, junto a la sarcástica utilización de congregaciones o party de intelectuales que marcaban la moda, utilizando fatoches críticos pagados de sí mismos, artistas amigos de la pose cultural, banal y snob, tan bien representada aquí en el cartón piedra del Festival (cultural) de La Patagonia, con una grotesca crítica literaria, Alone/Carmen Maura, sosias de Victoria Ocampo (alusión, tal vez, al majadero cuadro crítico actual).
Sea este un ajuste de cuentas con su propia familia, algo con lo que ya jugó Coppola en su saga del Padrino, o un ejercicio confesional exorcístico a través de una familia desestructurada donde la rivalidad acampa a su gusto, sea una revancha al trabajo antojado, con el uso de dinero propio, manipulando, reelaborando o reinventando el cine, demostrando que se puede hacer lo que a uno le de la real gana, Tetro es una delicia de rebeldía.
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