Hace exactamente 40 años se estrenó la que sigue siendo una de las películas más intensas y formidables que se hayan visto. La pandilla salvaje (The Wild Bunch), se circunscribe dentro del género western pero de una forma muy significativa. Es una cinta de acción trepidante aún cuando su premisa desarrolla una revisión, apocalíptica más que crepuscular, de ese estilo y ambiente tan característico de Estados Unidos ya en franca decadencia por esos años. Cupo al talento de su director, transformarla en una epopeya compleja y disfrutable a la vez. Una de esas creaciones que marcan un antes y un después.
Sam Peckinpah se convertiría en un director de culto a partir de esta película, aunque durante buen tiempo no cosechara más que incomprensiones debido a los niveles de violencia que alcanzaba la historia sobre la última aventura de los bandidos liderados por Pike Bishop. Despliegue pocas veces tan justificado como en este filme. Ya para ese entonces la sensibilidad del realizador era la de una peculiar nostalgia sobre el pasado ancestral de su país, la de la tan conocida pregunta hecha canción: ¿qué fue de los cowboys?
El genial Peckinpah intenta resolver la interrogante de forma brutal, lírica y muchas veces desencantada. Todo ello no es nada casual puesto que su obra se desarrolla en el momento más álgida de la era contracultural, del frenesí y la agresividad con la que se abren las brechas generacionales en el llamdo mundo moderno. Es interesante ver tan solo como esa carrera contra el tiempo de esos supervivientes de la era de leyenda, se convierte en la expresión misma de la decadencia que el creador veía en su propio universo. Tanto por fuera como por dentro, el director observa los fuertes troncos de la tradición cinematográfica siendo carcomidos por otras pandillas algo más civilizadas, adaptadas mejor al momento.
Tal vez por ello, a partir de La pandilla salvaje uno puede ver las películas de Peckinpah como intentos por obligar a la reinvención de un tipo de cine, a través de estallidos de sangre y fuego hacen las veces de cataclismos. Gritos finales de guerra antológicos como los de su obra maestra. Sin duda no bastan solo unas líneas para describir tantas impresiones que puede despertar un espectáculo como este. William Holden, Robert Ryan, Ernest Borgnine, o Edmond O’Brien, esos viejos rebeldes, cada cual con su propio estilo y destino, quizá nunca estuvieron mejor.
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