Revisamos algunos de los documentales que se han visto durante estos días. Como siempre esta sección es la que puede deparar las más gratas sorpresas, pero también -y lamentablemente- la que menos funciones programadas tiene, en muchos caso sólo una, lo que no permite que el boca a boca haga su efecto, y las cintas y los cinéfilos se encuentren. Aún así, dedicamos unas líneas a las que vimos, hasta el momento.
En Los que se quedan, Juan Carlos Rulfo (En el hoyo) y Carlos Hagerman, abordan el tema de la migración a EEUU, a través de los que extrañan a los ausentes: hijos, esposas, padres añoran a sus familiares; mientras algunos se preparan a viajar. El resultado tiene la estructura y ritmo de sus cintas anteriores, pero no los picos dramáticos. La cinta celebra las tradiciones, apunta las situaciones y los conflictos con eficacia, pero no resulta tan redonda como los trabajos precedentes de Rulfo.
José Padilha (Ônibus 174) vuelve al documental después de Tropa de Elite con Garapa. El nombre hace alusión a la bebida de agua y azúcar que les dan a los bebés para engañar al hambre; hambre extremo al que el director/camarógrafo nos enfrenta con un blanco y negro contrastado, y un zoom sensacionalista. En medio de entrevistas a tres familias, retratando la pobreza, los vicios, y los problemas culturales y educativos asociados a esta situación, el discurso se vuelve reiterativo y cansado.
Los herederos (en la foto) de Eugenio Polgovsky es la sorpresa de la sección. Un documental sobre el trabajo infantil en las zonas rurales de México. El film sólo registra y contempla las acciones, con una cámara segura y de imágenes potentes. La contundencia del trabajo físico se hace patente en cada encuadre, y sin embargo no se vuelve patetista, ni panfletaria; si no toda una experiencia cinematográfica y, porqué no, antropológica. Sería más que justa ganadora.
Camilo Botero ha creado con 16 Memorias, un hermoso albúm familiar en movimiento, la cinta rescata el material fílmico personal de Mario Posada Ochoa, un obseso del registro familiar, y a través de 16 viñetas, recrea la historia de la familia de Posada, sólo en sus momentos felices e íntimos; y nos deja con la sospecha de los momentos faltantes. Montada con recursos del cine mudo -el registro no tiene audio en 16mm-, resulta no solo interesante a nivel formal, sino también un muy bien narrado documental.
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