Esta película chilena es casi documental y muestra un día en la vida cotidiana de una familia en una población rural chilena en Ñuble, cerca de Chillán. La estructura de la película es extremadamente simple. Comienza en el amanecer, con la familia reunida, las actividades de primeras horas y luego vemos, prácticamente, un día en la vida de cada uno de los personajes, casi por separado. Luego de eso, regresan a casa, se reúnen en la noche y la película acaba.
En lo cotidiano vemos una situación de pobreza y, a través de un detalle del día de cada uno de los protagonistas, advertimos los síntomas de una pequeña degradación económica. Hay sequía, deudas, pagar la cuenta de luz, el niño no consigue que un amiguito le preste un gameboy en el colegio y el abuelo siente que los años no pasan en vano. Fuera de esto, la cinta abunda en situaciones de vida cotidiana y nada más. Su mayor logro es haber conseguido que actores no profesionales de la zona reproduzcan un guión basado en su vida diaria (lo que no es poco); además, está filmada mayormente con cámara en mano.
Algunos opinan que aquí se respeta al mínimo detalle la realidad social de este grupo humano y, de esta manera, se le separa de un contexto cinematográfico direccionado. Esto no es exacto. Pese a su estética hiperrealista, está basada en un guión elaborado en función de lo señalado más arriba.
En tal sentido, existiría también una sutil denuncia política; tan sutil que casi nadie la nota. ¿No es triste que las denuncias sobre las condiciones de vida de esta población no se manifiesten enfáticamente, sino que deban mantenerse lo más soterradas posibles?
Esto es consecuencia de la imposición de una moda estética dirigida a esforzarse por decir lo menos posible y que debamos asumirlo todo «por descarte». Felizmente, para eso estamos los críticos.
Reveladora película minimalista y testimonial.
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