Excursiones es un lindo filme argentino que trata sobre la amistad y la recuperación de la amistad. Es al mismo tiempo una película juvenil, los personajes no pasan de los 25 años y viven esa etapa de la vida en la que empiezan a llegar los primeros trabajos profesionales. Son gente de cine, actores, músicos, escritores y guionistas. El relato gira, prácticamente, en torno a los preparativos para la producción de una obra dramática que, sin embargo, nunca exactamente sabemos de qué se trata; porque las conversaciones que se entablan para ello se centran en detalles demasiado específicos o derivan rápidamente en asuntos personales, muchas veces inocuos. Las situaciones y conversaciones tienden a ser divertidas, a veces a su pesar y, en ocasiones, entretenidas antes que cómicas. Además, hay episodios donde vemos a los amigos conversar (por ejemplo, en la playa) o jugar, pero no los oímos. De esta forma, la sensación fresh estas conversas se amplifica gracias a las secuencias no habladas, maravillosamente apoyadas en la música.
Es difícil definir exactamente cuál es la sustancia de la cinta, porque buena parte de ésta son esos momentos que normalmente se eliminan por elipsis, o sea momentos y conversas que normalmente omitiríamos de la acción, pero que aquí están creados, recreados y puestos en escena con una espontaneidad maravillosa. El tratamiento audiovisual evita cualquier intrusión o recargamiento formal; al contrario, es sencillo y minimalista. La palabra espontaneidad creo que define la clave de la obra. Las cosas ocurren casi sin planear y los planes se cumplen pero ello importa poco; la gracia está en el estar ahí, enterándose de lo que ocurre, viviendo. Los diálogos, los lugares que se visitan, lo que se hace, son las cosas más simples, pero siempre arregladas de tal forma que tienen un encanto especial; y esto es el gran logro de la película, mantener el interés durante casi tres cuartos de la película prácticamente sin que ocurra nada, o muy poco.
Y, de pronto, en la última parte surge el trasfondo de la relación entre el par de amigos protagonistas. Se hablan por primera vez los motivos de su separación, diez años atrás; época en que ocurrió un hecho trágico, cuyas circunstancias no se dijeron ni precisaron en su momento. Pero todo esto, entonces como ahora, sin ninguna intensidad, apenas unas horas para reflexionar por separado y terminar de aclarar las cosas. Comprendemos entonces que todo lo anterior tenía un sentido, era una preparación para lo que seguiría: la recuperación de la amistad, el reconectarse con el pasado a partir de los buenos momentos compartidos, con lo cual acaba la película. Digamos que toda la parte previa como que nos prepara para hacer todavía más soportable la parte final, que tampoco es presentada como tan grave ni profunda, pero sí importante en la vida de los personajes. El tiempo lo cura todo y, en esta obra, saboreamos su vaivén. Y es como un primer estadío de la madurez, la primera –temprana– adquisición de sabiduría, sin que ni siquiera hayamos llegado a la mitad del camino de la vida. Una década bastó para asimilar el trauma y recuperar la amistad, pero con un plus: el feliz alargue de la infancia, sugerido por los juegos y juguetes con los que se entretienen los personajes.
Hay mucho de juego en Excursiones. Es lúdica su estructura, irónica la mirada del director sobre sus jóvenes personajes, fenomenológica en llegar a la esencia de las situaciones a partir de lo más simple, de aislarse del mundo y concentrarse en la pura interacción, en mostrar lo cotidiano como si fuera excepcional; ya que, finalmente, se llega a lo excepcional y esos diez años que pasaron adquieren su verdadero sentido, el que los amigos habían estado tratando de entender en algún momento del reencuentro. Hay mucho de juego, insisto. La escena de patinaje, las conversaciones (nunca oídas) en la playa, los juegos de ping pong, todo el cambio de lugares y las inesperadas habilidades durante el manejo del avión a control remoto. Todos juegos realmente muy simples, pero bien preparados, mejor ejecutados y muy bien colocados para graduar esa espontaneidad que se trasluce a lo largo del metraje.
Pero hay también una cierta imagen generacional, una imagen entrañable, apenas idealizada. Chicos sanos, inocentes, puros, irónicos, rockeros soft y light, con un pie puesto en la infancia; pero también sensibles, leales, artistas, marihuaneros ocasionales, pero sumamente responsables y comprometidos con sus compromisos artísticos. No en vano uno de ellos es actor y, al mismo tiempo, trabaja en una fábrica de caramelos. He ahí la síntesis. A veces da la impresión de ser una película casera de recuerdos y de memoria; ya que, además, es casi totalmente en blanco y negro. Este es un filme chévere, que da ganas de ver una y otra vez, para saborear el momento, relajarse y disfrutar también la música de la banda sonora.
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