El niño pez es una de las mejores películas presentadas en el Festival de Lima. Sobre todo por lo que, para algunos, es su defecto: una estructura dramática compleja, aunque eficaz para mantener un suspenso y tensión que nunca decaen. Lamentablemente, una reseña o crítica de esta película nunca podrá hacerle justicia, ya que la descripción de los giros dramáticos no sólo revelaría las sorprendentes relaciones familiares de las dos protagonistas, sino también la aparición de marcos ideológicos soterrados e insospechados. Por lo que aquí vamos a hacer un esbozo general de los mismos.
La película empieza mostrando las relaciones entre Lala, la hija adolescente de una familia acomodada de Buenos Aires con la Guayi, su empleada doméstica paraguaya; y, en paralelo, vamos viendo avances de lo que va ser el primer episodio central de la película, que en ese momento es un todavía no esclarecido crimen o suicidio. Conoceremos el qué (el resultado), pero no se nos mostrará el cómo (el hecho). Lo cierto es que esto pondrá en entredicho los planes de las jóvenes amantes.
Ese «cómo ocurrió» el hecho es en realidad un segundo punto clave, sobre el que se edifica una segunda trama. Mientras tanto, Lala viajará al Paraguay, a casa del padre de la Guayi, donde conocerá su historia, la que ella le ha ocultado; así como también la historia del «niño pez», momento mágico que luego volverá con su dosis de dolor, tragedia y revelación. Esta parte también es clave porque se establece un paralelo entre las distintas relaciones de ambas con sus respectivos padres; en el caso de Lala, en el presente y en el de la Guayi, en el pasado.
Es recién entonces que la resolución de ese «cómo ocurrió» abre un nuevo conflicto que se desarrollará en la tercera parte del filme; que transcurre ya linealmente, a diferencia de las dos anteriores. De un lado, en todos estos giros y vueltas al pasado lejano (de la Guayi) y reciente (de Lala) es que se van construyendo ambos personajes; las que a partir del conocimiento de hechos terribles pasan de frágiles adolescentes a mujeres decididas y fortalecidas. Ahora deberán superarse a sí mismas para vencer un obstáculo más difícil.
Ahora bien, cada uno de estos giros estructurales ofrecen, aparte del efecto sorpresa, una visión más amplia del contexto y de los conflictos involucrados en este relato. Inicialmente pareciera una simple historia de amor lésbico y adolescente, un poco sórdida y con cierta connotación social, por la relación laboral de dependencia en un ámbito doméstico. Aún así, todo no pasaría de ser meramente sentimental. Pero, luego, la película evoluciona hacia un tema de relaciones con los padres de ambas protagonistas, ampliándose finalmente del ámbito doméstico al del sistema de justicia (el Estado) y la sociedad. Además, por este mecanismo pasamos de una amplificación de lo emocional hacia lo político. Al llegar a esta tercera parte, la relación de pareja y especialmente Lala lleva adelante la acción, pero ya reforzada dramática e ideológicamente; y logra, finalmente, un objetivo que parecía imposible o muy difícil de alcanzar. Este enfrentamiento final contra el poder público, al mismo tiempo, termina por convencernos de la fuerza de su voluntad desde el comienzo de la cinta (en que la más fuerte parecía ser la Guayi, gracias a su mayor experiencia de vida). Esto da sentido y unidad general a la acción y permite que resalten también los otros elementos de contexto, los «mágicos», referidos al pasado y los políticos, referidos al presente y futuro.
En ese sentido, Lucía Puenzo ha continuado la misma estructura de la película que vimos hace dos años, XXY, que tiene también –más o menos– una estructura parecida para un tema completamente distinto, el hermafroditismo. Como en este caso, tampoco vale la pena echar a perder mediante una explicación detallada el efecto tan laboriosamente diseñado por la directora, aunque sus conclusiones ideológicas son parecidas. En efecto, El niño pez reivindica las relaciones de pareja más libres y no ceñidas a la heterosexualidad. En el caso de la Guayi, la bisexualidad y en el de Lala, el lesbianismo. Pero no como derechos de la mujer tratados en el ámbito de la intimidad o privacidad de sus vidas, como pareciera inicialmente. Al contrario, en el caso de una de ellas son los condicionamientos sociales de una sociedad patriarcal las que determinan (y justifican) fuertemente sus opciones sexuales; mientras que para su amante, la posibilidad de defender y mantener su relación supone una lucha contra su propio condicionamiento social y familiar.
El segundo gran aporte de esta cinta es la crítica al sistema patriarcal y a una de sus peores manifestaciones de control y dominación de las mujeres. El fenómeno social que Lala enfrentará recién se está visibilizando y esta película constituye uno de sus mejores instrumentos de difusión. Contra lo que muchos creen, la trata de personas ha aumentado en las últimas décadas en todo el mundo y la radicalidad de esta obra de Puenzo consiste en mostrarla como parte de la estructura del Estado; sin bien como una práctica de corrupción. De otro lado, si bien no se presenta el lesbianismo como una alternativa a este problema, su legitimidad se fundamenta políticamente en los elementos de contexto que se exponen y denuncian en el filme. De allí que el desenlace abierto no deje de ser transgresor por las circunstancias y por la opción de vida escogida por las protagonistas.
La película tiene otras cualidades, como son un ritmo y fotografía «atmosféricos», gracias a una ambientación muchas veces orientada a un azul nocturno; lo que permite puntuales y oportunos momentos introspectivos de las protagonistas. Mientras que las actuaciones son funcionales a los distintos nivel de significación de esta notable obra. En consecuencia, no estamos sólo ante un logrado thriller dramático, sino también ante un filme relevante que conecta lo privado con lo público y ofrece un punto de vista político y crítico sobre un asunto relevante para el mundo de hoy.
Deja una respuesta