Finalmente, luego de una larga batalla contra el cáncer de páncreas que sufría, y que fue cubierto por todos los medios del planeta, Patrick Swayze murió a los 57 años. Seguramente su nombre nunca pertenecerá al cánon cinematográfico, ni tampoco fue un actor particularmente memorable, pero pese a ello supo hacerse de un lugar el gusto del público gracias a un puñado de roles que definieron alguna que otra moda.
En los años 80, ya entrado en sus treintas, Swayze se dio a conocer en pequeños papeles en diversas cintas como Red Dawn y especialmente The Outsiders. En esta última fue dirigido por Francis Ford Coppola, quien simbólicamente nos presentó a una nueva generación de actores entre los que se encontraban Rob Lowe, Matt Dillon y Tom Cruise.
Sin embargo, el primer rol con el que se hizo un nombre conocido fue en la exitosa miniserie Norte y Sur, la historia de una amistad en medio de la Guerra de Secesión, adaptada de una novela de John Jakes, y en la cual se dejaban ver también David Carradine, Kirstie Alley y Jean Simmons.
A partir de entonces el actor gozaría de un ligero estrellato sostenido en dos taquillazos aún recordados de la transición de los 80 a los años 90: Dirty Dancing y Ghost. En aquellas películas, Patrick se convertía en un amante clásico, negado por las circunstancias y las reglas de los estratos sociales o «virtuales». Algo de esa fantasía, o aire de cuentos de hadas no impidió que algunos otros realizadores «serios», le otorgaran papeles de cierto prestigio. Ese fue el caso de Roland Joffé, que lo convirtió en un espectador de la brutal realidad tercermundista en La ciudad de la alegría, una cinta parcialmente fallida y poco recordada en la actualidad. Mejor resultó, como siempre, en el cine de acción. Ahí fue donde se lució gracias a la pericia de la directora Kathryn Bigelow, que le dio el mejor personaje de su carrera en Punto de quiebre.
Así es como queremos recordar a Swayze, como Bodhi, el gurú de una extraña tribu, siempre en avanzada y retirada brusca, como las de aquellas olas, que dominaban el paisaje playero de Los Angeles. Movimiento de la naturaleza y de los cuerpos, la utopía del paraíso eterno ahogado por la brutalidad de la realidad que acompaña al american dream, el crimen o la vagancia perpetua como sombra eterna sobre aquellos aparentes hippies. Impresión que se cura con dosis de surf y paracaidismo.
De lo que siguió tal vez merezca mencionarse Donnie Darko y la entretenida 11:14. Filmes que lo confirmaron relegado nuevamente a roles secundarios, aunque los tiempos y su rostro ya eran otros. Hubiera sido bueno ver que alguien como Michael Mann le diera la oportunidad de una revancha.
Punto de quiebre (un salto, la gloria)
To Wong Foo (acá pegándola de Toosie, Priscilla o como sea)
(Vía LA Times)
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