La presidenta de Conacine, Rosa María Oliart, ha comunicado a la lista de interés Cinemaperú que la película Tarata, de Fabrizio Aguilar, ha congregado a 45955 personas a las salas en los primeros cuatro días de su exhibición, de jueves a domingo, lo que representa un buen nivel de asistencia y que tiende a sostenerse e incrementarse en los próximos días. Ojalá sea así, no sólo por el mero hecho de ser un filme peruano, sino porque es necesario que la colectividad lo vea y discuta, cinematográfica y políticamente.
Por otro lado, hoy en Perú.21 el columnista Ricardo Vásquez Kunze publica la primera opinión sobre este largometraje, en términos bastante desfavorables, con los que en esencia estamos de acuerdo. El texto se titula irónicamente Schell, otra calle del distrito de Miraflores y cercana a Tarata. Vean un fragmento:
El problema con Tarata no es que sea una mala película sino que su mediocridad dé la impresión, en quienes no vivieron ese miedo, esa desconfianza y, a veces, esa emoción juvenil de que algo importante estaba aconteciendo en nuestras vidas, de que el terrorismo fue en el Perú una cosa anodina, tan anodina como la película.
Porque, en efecto, si hay algo que expresa Tarata es la falta de sustancia. Todo es soso allí; la historia que nos han querido contar los guionistas, la familia protagónica, el retrato de las clases altas, medias y bajas, la universidad, la ciudad y, lo que es peor, hasta el terror y las bombas de Sendero. Nadie en el cine siente miedo alguno, nadie se siente asfixiado por la atmósfera de lo incierto, nadie emocionado por estar viviendo una aventura. Por el contrario, lo absurdo de la trama solo genera carcajadas que es lo peor que le puede pasar a una tragedia.
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