Dir. Woody Allen | 92 min | EEUU
Intérpretes: Ed Begley Jr. (John), Patricia Clarkson (Marietta), Larry David (Boris Yellnikoff), Michael McKean (Joe), Evan Rachel Wood (Melodie St. Ann Celestine), Conleth Hill (Leo Brockman).
Estreno en España: 2 de octubre de 2009
Whatever Works nos devuelve al mejor Allen, aquel que se sitúa delante de la pantalla a hablarnos en mini-monólogos a través de su personaje principal, en este caso un retirado profesor de física cuántica. El cineasta ha empleado sus mejores tácticas, y ha dejado de lado esta vez las estrellas fugaces, para centrarse en un grupo de buenos actores, desde la joven Evan Rachel Wood hasta la siempre estupenda Patricia Clarkson, pasando por un cómico televisivo muy en la línea del mismo Allen, Larry David. Todo ello en clave de humor gozoso e inteligente, rudo sin herir y mordaz sin morder.
Visión abiertamente global
Estoy feliz. Como espectadora he recibido satisfecha a mi hijo pródigo, mi genial Woody Allen de siempre, aunque haya vuelto a las andadas y se encuentre rodando en Londres con Antonio Banderas junto a Naomi Watts (elegida, espero, que por aquello de contrarrestar fallos). Pero ahora mismito las pantallas nos han devuelto al mejor Allen, que me tranquiliza cuando tengo un día neurótico, cuando veo que todo a mi alrededor se plastifica cada vez más, y eso que están reduciendo las bolsas de plástico. Aquel que se sitúa delante de la pantalla a hablarnos en mini-monólogos a través del personaje principal, en este caso un retirado profesor de física cuántica, Boris/Larry David, y lo hace, para más regalía, con un guión de hace treinta años, convenientemente puesto al día. Uff, ¡qué alivio!, le creía perdido en encargos de postal y ayuntamientos zascandiles entre alcaldes, productores y cineastas.
Si la cosa funciona (Whatever Works) demuestra que, a pesar de su edad y la continua -y quizás, a ratos, cansada- producción de este cineasta de una New York de ficción (él mismo reconoce en entrevistas que la New York que aprendió es la del glamour de las viejas películas, lo que le acarrea no pocas decepciones), sigue estando en forma, y sigue haciendo que salgamos de los cines satisfechos, como después de un buen yantar o ayuntar.
Con su característico fino humor, y no menos característico sarcasmo, mordacidad y falta de tacto, que sin embargo no molesta, muy al estilo Groucho Marx -referencia metaficcional en la cinta, entre otras como Sed de mal, Rocco y sus hermanos, Fred Astaire, o los diálogos dirigidos a nosotros, público de la sala de cine, punto realmente logrado que en cierta forma nos hace partícipes del encuentro con el Allen de siempre-, la cinta no defrauda.
Woody ha empleado sus mejores tácticas, y ha dejado de lado esta vez las estrellas fugaces, para centrarse en un grupo de buenos y arcillosos actores, desde la joven Evan Rachel Wood (que vimos hace poco en The Wrestler); hasta la siempre estupenda Patricia Clarkson. Por supuesto, un valor seguro, el cómico televisivo muy en la línea del mismo Allen, Larry David, además de unos secundarios que sellan un acertado y apropiado casting, lo que ratifica el propio cineasta: «contratar a los actores indicados es un noventa y nueve por ciento del trabajo del director».
Este regreso a casa de Allen es un collage de tópicos (que siempre criticamos y a los que siempre recurrimos mal que nos pese), del gran fraude de la religión y el amor romántico. Desatasca prejuicios, expone la necesidad de cierta ingenuidad y desconocimiento de los mass media, deja entrever la filosofía de la vida, lo impredecible que ésta es, y como está regida por el azar, ya desde el mismo momento de nuestra concepción, algo que recuerdo ha repetido más de una vez Allen en su obra. Todo ello en clave de humor gozoso e inteligente, rudo sin herir y mordaz sin morder, algo así como que nos dejamos pinchar con gusto. Y esto lo expone Allen a través de su sosías, por mucho que niegue que él no era el protagonista adecuado (que sí lo era), un Boris Yellnikoff encarnado por Larry David, maduro y algo misántropo, personaje bastante inteligente y genial, pero no por ello feliz, que acaba aceptando la felicidad de la que reniega cuando irrumpe en su vida una joven sureña bastante inculta e ingenua, y Si la cosa funciona por qué no aceptar lo que el destino nos regala, aunque sea temporal, como todo. Eso sí, el disfrute es doble cuando uno de 70 puede conseguir una de 21. Yo me apunto a este azar, es más, estoy preparada para recibir a dos de 25, y si la cosa funciona…
Deliciosa, auténticamente rica, la última de Allen hace gala de ese humor sardónico con buenas dosis de cinismo sin complejos (a pesar de los complejos de Allen con respecto al resto de cine de cartelera), acompañada de unos gags desternillantes, que hacen partícipe al espectador como cuando nos advierte que el pago de nuestra entrada hará la piscina más grande a algún productor, o que a pesar de haber alcanzado Obama la Casa Blanca sigue sin poder coger un taxi en plena noche, o lo del Dios decorador, o… mejor descubránlo por sí mismos, todo un gozo.
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