Dir. Duncan Jones | 97 min | Reino Unido
Intérpretes: Sam Rockwell (Sam Bell), Kevin Spacey (voz de GERTY), Matt Berry (Overmeyers), Robin Chalk (Sam), Dominique McElligott (Tess Bell), Kaya Scodelario (Eve Bell)
Estreno en España: 9 de octubre de 2009
La ganadora del Festival de Sitges 2009, es la opera prima de Duncan Jones. Con tomas cautivadoras que crean una atmósfera lunar bien real, nadan cuestiones filosóficas que hacen del ser humano lo que es, a diferencia del único compañero de Sam Bell/Rockwell, el robot GERTY (más humano de lo que cabría suponer). Jones trabaja el interior con una opresión degenerativa que desorienta al personaje astronauta, cuyo escape es su constante comunicación y pensamiento en la familia que le espera en la Tierra, que le confiere la humanización necesaria para resistir un contrato de tres años en una base lunar minera, dedicada a extraer Helio-3 para una multinacional energética.
Lunaris
Poco tiene que ver la calidad de su opera prima y lo que ha sorprendido en varios festivales, entre ellos los de Sundance, Seattle, Edimburgo y Sitges 2009, donde ha arrasado al hacerse con los premios a mejor película, mejor guión, mejor actor (Sam Rockwell) y mejor diseño de producción, con la anécdota que se repite hasta la saciedad de que Duncan Jones sea hijo del gran Bowie. A no ser, quizá, cierta herencia genética de genialidad. Pero como no están en una revista amarillista, este tema lo obviamos por nada interesante. Aterricemos, pues, directamente en el insólito trabajo de este británico de treinta y ocho años, Moon, una incursión en la ciencia ficción con la finura que pocas veces se ve en la gran pantalla.
Al apreciar estos trabajos pequeños pero consistentes, se cuestiona el espectador lo poco que recurre el cine al fantástico en serio, que automáticamente le trasladan mentalmente a esas incursiones de antaño que marcan un repunte en los mejores libros sobre cine: desde el primero de Méliès, Le voyage dan la lune, llegando a 2001: odisea del espacio; Solaris de Tarkovski, Alien, el octavo pasajero de Scott, o un poco más lejanas en similitud como Apolo XIII de Howard y Cowboys del espacio de Eastwood. La proliferación de criaturas antropomórficas y polimórficas que hacen de las sesiones de cine un peligro de ataque epiléptico para cualquiera compone el menú actual. Me comentaba un amigo cinéfilo que esa sci-fi que asomaba en los años setenta y ochenta trataba la soledad del hombre y sus relaciones a distancia, con sus consecuentes estados de paranoia y confusión. Eran personajes que hacían de tipos duros y valientes que viajan al espacio para una misión en la que, a pesar de la soledad y la distancia, luchaban para mantener su humanidad en remotos escenarios extraterrestres, reflexiones de la evolución del hombre truncadas con la llegada de Star Wars y secuelas, dirigiendo el género a un camino de perdición que nos deja con las retinas quemadas y la desaparición del discurso, algo recuperado -¿una vuelta quizá?-, con la última Distrito 9 del sudafricano Blomkamp, en un cóctel de reflexión y efectos especiales.
Moon, ambientada en un futuro (descrito por Jones en una entrevista: «Verás, el futuro que nos imaginamos ahora, con la tecnología actual que tenemos, sinceramente, me parece aburrido. Esto (un teléfono móvil)… este teléfono es aburridísimo. Me interesaba la idea de hacerlo todo muy industrial, más sucio que toda esta estética tan limpia que tenemos hoy en día) en el que la búsqueda de energía sigue siendo una prioridad, y un elemento de enriquecimiento expansivo para las grandes empresas, cuyos nuevos campos de extracción se sitúan en la fascinante luna. Ya en el comienzo del filme, Duncan Jones nos confunde por unos segundos, al lanzar un chocante advert en el que no sabemos muy bien si pertenece a la cinta o es la habitual publicidad de cine. Touché, el interés del espectador se ha despertado. Y eso que disponemos de un solo actor, es decir, Moon está interpretado por Sam Rockwell y Sam Rockwell, con un cameo de Sam Rockwell. Pero no desesperen, Jones ha conjugado bien las piezas, haciendo un intenso estudio en películas de un solo protagonista: Náufrago, Taxi Driver, o Soy leyenda, entre otras, junto al gran trabajo de actor tan polifacético y mímico que compone un mismo yo con diferentes personalidades, todo un merecimiento de nominación a mejor actor para el próximo Oscar.
No puedo dejar pasar las influencias de Blade Runner que se intuyen en este proyecto con guión del mismo realizador, centrado en la caducidad de aquellos replicantes que nos conmovieron. Con unas tomas cautivadoras que crean una atmósfera lunar bien real, en la que se puede apreciar la tierra en su azul vital, nadan cuestiones filosóficas que hacen del ser humano lo que es, a diferencia del único compañero de Sam Bell/Rockwell, el robot GERTY (por otro lado más humano de lo que cabría suponer). Jones ha trabajado el interior con una opresión degenerativa que desorienta al personaje astronauta, cuyo escape es su constante comunicación y pensamiento en la familia que le espera en la tierra, lo que le confiere la humanización necesaria para resistir un contrato de tres años en una base lunar minera, dedicada a extraer Helio-3 para una multinacional energética. Cerca ya de expirar su contrato, Sam ve cómo empieza a sufrir extrañas reacciones que conducirán a un desarrollo y final de la historia sorprendente y con un punto de denuncia suficiente que enfoca las prácticas nada éticas de las grandes corporaciones muy al estilo de lo mostrado por Gilroy con Michael Clayton.
Estupefacta y emotiva reflexión, confrontando el yo con el yo, (un «ser o no ser» shakespeariano) ambientada en otros mundos sobre nuestra condición y lo que el progreso nos puede deparar, tanto de bueno como de malo. Emprendido el camino del buen cineasta, esperamos de Jones una evolución benemérita.
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