Eden à l’Ouest
Dir. Costa-Gavras | 110 min. | Francia, Grecia, Italia
Intérpretes: Riccardo Scamarcio (Elías), Ulrich Tukur (Nick Nickelby), Juliane Koehler (Christina Lisner), Eric Caravaca (Jack), Ana Paula Aurijo (Elena).
Estreno en España: 23 de octubre de 2009
Kostantinos Gavras, el antaño esforzado cineasta denunciador, caja de resonancia de discusión en torno al atropello que padecen los derechos humanos, ha acometido una bizarra película enmarcada en el cenagal de la inmigración ilegal, hoy por hoy el tema más inquietante del planeta, en la vida real y en la ficción. Visionar Edén al Oeste requiere de un cambio de chip en lo que habitualmente entendemos por ir a ver un Costa-Gavras. El cineasta francés de origen griego ha dejado de lado su ira, y se ha enfundado los dientes de un estilema epopéyico literario de raigambres griegas.
El fin de los paraísos
A excepción de los fiscales. Qué tiempos vivimos, ya ni los autores más comprometidos, aquellos cuyo solo nombre nos sitúa en los aledaños del mejor cine denuncia bien fait, son lo que eran, ni siquiera la sombra les queda. Admito que todos nos hacemos mayores, y nuestros aguerridos humos de combate se convierten con los años que pesan en una significativa subida de cejas sin mayor gasto de energía, asentándonos, a lo sumo (si no se cambia radicalmente) en una cómoda denuncia de sillón.
Kostantinos Gavras, el antaño esforzado cineasta denunciador, caja de resonancia de discusión en torno al atropello que padecen los derechos humanos, ha acometido una bizarra película enmarcada en el cenagal de la inmigración ilegal, hoy por hoy el tema más inquietante del planeta, en la vida real y en la ficción. Conociendo la trayectoria del cineasta, (Z, État de siège, Missing, Hanna K., La caja de música, o Amen) visionar Edén al Oeste requiere de un cambio de chip en lo que habitualmente entendemos por ir a ver un Costa-Gavras. El cineasta francés de origen griego ha dejado de lado su ira, y se ha enfundado los dientes de un estilema epopéyico literario de raigambres griegas, muy Homérico, quizá para seguir con su compromiso, pero de manera más circense o abstracta, dejando un cierto sabor de boca extraño, algo así como la alta cocina de fusiones químicas con ecléctico resultado.
La idea de Costa-Gavras no es mala, es extraña. La denuncia continúa, si bien al espectador le falta apoyos para entrar en el terreno de la empatía con el personaje y su situación. Costa-Gavras ha colocado un guiñol (hermoso guiñol, gorgeous por cierto, interpretado por Riccardo Scamarcio, un famoso actor italiano que vimos recientemente en la premiada “Mi hermano es hijo único”, y en “Romanzo criminale”) que representa al inmigrante ilegal universal, por así decir.
Silencioso, mímico, Chaplin del presente, sin nacionalidad determinada, como no sea la de su humana ingenuidad, que inicia un largo periplo hacia un paraíso cualquiera, en este caso París es el que se cruza en su primer aterrizaje, un horrible Resort costero de ricos insufribles y ampulosos. Desde que Elias/Scamarcio salta de un barco avistado por las autoridades y repleto de inmigrantes en un punto cualquiera de la costa mediterránea entre Grecia, Turquía e Italia, sus peripecias serán curiosas, encontrando un variado catálogo de reacciones humanas en su camino a París, en su obsesiva búsqueda de un mago que le invitó a la ciudad, con cierta comicidad en algunos casos, ridículas en otros, dramáticas pocas veces, pues el director no se arriesga, no muerde el polvo, ni en las escenas de violencia ni en las de sexo, evita el apoyo en el suelo del que hablaba más arriba, y deja al protagonista un papel simbólico, pero sin el naturalismo de bases reales: apenas duerme, casi no come ni bebe, en un cambio constante de ropajes, más cerca del teatro del absurdo, más cuento de títeres que denuncia de una realidad constante y dramática, complicada y rechazada, compleja e ignorada, hiriente y perturbadora.
Costa-Gavras no acaba de cuajar el proyecto, quizá porque ha desprovisto de historia a Elias, de quién no sabemos nada. Es un hombre casi sin nombre, un hombre en permanente cautela, con miedo, como sus ancestros cuando tenían que huir de las amenazas de animales y otros clanes y subir a los árboles. Desde este punto de vista, el realizador consigue situarnos en un plano más filosófico-histórico, para recordar que todos somos desplazados y provenimos de la búsqueda de paraísos de supervivencia de nuestros ascendientes.
La expresividad de los ojos y la mímica (en ocasiones sobreactuada) de Scamarcio y los muchos y buenos secundarios no son suficientes para levantar Edén al Oeste, un film que se queda en un intento digno, pero débil y poco arriesgado, un tanto chamarilero. Con su intención de dar comicidad a un drama social, el maestro con dos Oscar, Oso de Oro, Palma de Oro y César en su filmografía, antaño rey de la denuncia con sus historias, se ha quedado en tierra de nadie, sin papeles.
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