Thomas Sanchez es un joven cineasta peruano que ha vivido desde los ocho años en Estados Unidos y que recientemente regresó al país nada menos que para emprender aquí su primer proyecto de largometraje. Se trata de una cinta de ficción inspirada en esa visión de Lima que tuvo gracias a su padre y su tío, que le contaban variadas historias a lo largo del tiempo. Tras graduarse en el programa de artes cinematográficas de la Universidad del Sur de California, Tom dirigió el cortometraje Ventana y ha tenido algunas experiencias en el campo del videoclip.
Finalmente en 2008 llegó en compañía de los productores estadounidenses Benjamin Wilkins y Julie Sifuentes Etheridge, y la directora de fotografía Nicola Marsh, y de inmediato se puso a trabajar en La navaja de Don Juan, una cinta que se introduce en el clásico retrato costumbrista y la comedia dramática ambientada en el mundo juvenil, de un barrio de la capital. La sinopsis nos dice básicamente esto: Se trata de la historia de dos hermanos cuyas relación se definirá a partir de un juego de fuerzas y una fiesta donde el menor de ellos espera perder la virginidad. Pero mientras se desenvuelven los acontecimientos, los chicos deberán superar rivalidades que, después de una pelea, llevarán las cosas de pronto a una espiral fuera de control.
El dar cuenta de una sociedad a partir de una historia familiar siempre será una idea muy atractiva. Aunque la mayoría de veces, al menos en Perú, se suele caer en el abuso de los estereotipos. Dentro de lo más reciente que se ha ofrecido de este, si se quiere «estilo popular» (patotas, momentos calenturientos, humorada adolescente), estuvo Peloteros, la cinta de «Coco» Castillo, que apelaba a divertir a base de un esquema televisivo y a un fácil reconocimiento de los personajes de nuestro contexto limeño. Bastante de ello se deja ver en el primer avance de esta nueva producción que contó con el apoyo de la compañía nacional 1405 Comunicaciones, y con un reparto integrado por Juan Carlos Montoya y Rodrigo Viaggio, en los papeles protagónicos, y los conocidos Irma Maury y Antonio Arrué.
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