Dirección y guión: Elisa Eliash | 80 min. | Chile
Intérpretes: Catalina Saavedra, Eva Luna Ícense, Valentina Alegría, Josefina Gonzáles.
Estreno en Perú: 21 de noviembre de 2009
Una mujer madura está casi ciega y su pequeña hija experimenta una fijación con esa circunstancia. No parece tener defectos oculares, pero emprende un tránsito desdramatizado y tedioso hacia esa condición. Se trata de un Chile sombrío, ajeno a su gastada imagen de país próspero, en medio de una cierta depresión suburbana, con autopistas y avenidas vacías, lazos truncos y condominios despoblados, donde la (supuesta) conversación más animada es producto de un error ocasionado por la falta de visión y el estado permanente de sonambulismo en el que vive la madre que interpreta Catalina Saavedra.
Mami te amo (2008) juega con los sentidos, sus capacidades y aprovechamientos. Traza un permanente coqueteo con la oscuridad y lo inaudible, lo ininteligible. La trama principal es una paradoja, y el título una perversa ironía, porque no existe clima «familiar» ni frase alguna parecida. Una mujer madura está casi ciega y su pequeña hija experimenta una fijación con esa circunstancia. No parece tener defectos oculares, pero le dice a un médico que prácticamente no ve, por lo que se somete a una serie de pruebas y líquidos que la van acercando a la condición de su progenitora, en un tránsito desdramatizado y tedioso. La directora Elisa Eliash utiliza el digital con desenfado, y elabora una puesta en escena rústica y desprolija. El discontinuo montaje maneja interiores irrespirables y exteriores igualmente apáticos aunque algo más frescos, entre desenfoques, planos detalle, saturaciones de iluminación, movimientos erráticos de cámara y una progresión de fundidos en negro que representan la intermitente relación filial y la inexorable alienación de la muchacha, que nunca se encuentra bajo la tutela maternal. Los diálogos escasean, y cuando se dan no son más que esquirlas, a veces hasta los vehículos suenan más fuerte y se tienen que usar subtítulos.
El punto de vista de la narración se mimetiza con las sensaciones de la dupla protagónica, por lo que el resultado viene a ser una poética de lo bizarro y lo incompleto, con el gusto de emplear el espacio en off y de evitar los rostros en los taciturnos diálogos que ellas sostienen, sobre todo en el descompuesto lecho íntimo de la madre. Asistimos a un Chile sombrío, ajeno a la épica de su gastada imagen de país próspero. Es una atmósfera de cierta depresión suburbana, luciendo autopistas y avenidas vacías, lazos truncos y condominios despoblados, donde la (supuesta) conversación más animada es producto de un error ocasionado por la falta de visión y el estado permanente de sonambulismo en el que vive la madre que interpreta Catalina Saavedra, que a la postre constituye el momento más «divertido» de la cinta. Los personajes viven aislados, y hasta en la amplitud de una vía expresa la niña y su amiga adolescente prefieren pasar el tiempo en el solitario pasadizo de un puente peatonal y parapetarse detrás, y casi debajo, de su baranda protectora.
Suerte de autopsia de los vínculos parentales, el filme presenta interés; construye un universo propio, pero aún adolece de lagunas, en las que se dilatan situaciones y el ritmo decae. Realizada al interior de la Escuela de Cine de Chile, es la tesis de largometraje de Elisa Eliash, una opera prima de laboratorio por partida doble, porque forma parte de un proceso formativo que busca potenciar sensibilidades autorales, y al mismo tiempo muestra una voz que todavía está descubriéndose y perfilándose, y que desde ya no teme audacias como su oscurísimo desenlace.
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