Dir. Barry Levinson | 104 min | EE.UU.
Intérpretes: Robert De Niro (Ben), Sean Penn (Himself), Catherine Keener (Lou Tarnow), Bruce Willis (actor), John Turturro (Dick Bell), Robin Wright Penn (Kelly), Stanley Tucci (Scott Solomon), Kristen Stewart (Zoe), Michael Wincott (Jeremy Brunell).
Estreno en España: 11 de diciembre de 2009
Dicen que cuando faltan ideas, al menos queda hablar o escribir de lo que pasa en casa. ¿Qué de nuevo cuenta Algo pasa en Hollywood? Sobre el tema nada que no sepamos y nos hayan contado mejor antes. Quizás la diferencia está en el tono y el ritmo que utiliza el director Barry Levinson para desarrollar la manera como vive los altibajos privados y laborales un productor de cierto poder (que no retuvo), pero expuesto en el período de una semana, día a día, llena de stress y lucha de fieras en esta jungla de la evasión, en la que los carteles de las películas ya no muestran director, actores, trama o título, solo una gran cifra.
El baile de las productoras
Dicen que cuando faltan ideas, al menos queda hablar o escribir de lo que pasa en casa. Algo pasa en Hollywood, ciertamente, para que sus responsables, guionistas y productores -dejemos a un lado los realizadores- recurran a decir más bien poco, y de maneras insuficientemente bastardas, sobre lo que se trajina en sus interiores para que nos lleguen tsunamis de cine comercial que supone ya el 90% de la oferta fílmica de cualquier país, con el añadido de que la producción nacional imita sin rechistar las directrices de tal oferta. Cine rentable, cine monolítico en ideas con secuelas, precuelas, sagas, mil partes, asegurando sus dividendos activos. Puestos a contar que pasa de puertas adentro y cómo son los que pringan dentro de ese mundillo, hacerlo al menos con un poco de sustancia no estaría nada mal, para variar, y dejarnos con cierta idea del proceso macanudo que hay detrás de cada cartel y correspondiente merchandising expuestos en las multisalas de nuestra ciudad.
Ben Stiller lo hizo a su manera rocambolesca y muy divertida el año anterior con Tropic Thunder, donde no se salvaba ni el apuntador y Tom Cruise daba una réplica perfecta del productor bipolar y bananero. También Vicente Minnelli dio un buen varapalo a la figura del productor en Cautivos del mal (1952), con un Kirk Douglas portentoso. Y qué decir de Mulholland Drive (2001), con la que el genial David Lynch nos dejó perplejos, aún hoy, tratando de descifrar su puzzle cinematográfico. Al parecer tocaba el turno de otra visión de Hollywood, y a falta de incorrección y mala leche, para ello se recurre a actores que tienen estrella en el paseo del Hollywood Boulevard, y otras emergentes, como la novia de vampiros Kristen Stewart.
Robert De Niro, quien desde Jackie Brown (1997) se puso a dormir y a vivir del nombre, es la elección del director Barry Levinson, o mejor dicho del grupo de productores entre los que está el propio De Niro. Levinson, un director de Oscars, que tiene en su haber trabajos como Good Morning Vietnam, Rain Man, Bugsy, además de producir y escribir algún que otro éxito televisivo y cinematográfico como Tootsie, mueve la cámara en Algo pasa en Hollywood entre las presencias, además de De Niro -absoluto protagonista haciendo, da la impresión, de un sosias del propio Levinson- de John Turturro, Robin Wright, Sean Penn, Bruce Willis (éstos últimos haciendo de ellos mismos), Stanley Tucci, o Catherine Keener como una productora que acuchilla con la mirada.
¿Qué de nuevo cuenta Algo pasa en Hollywood? Sobre el tema nada que no sepamos y nos hayan contado mejor antes. La diferencia está, quizás, en el tono y el ritmo que utiliza Levinson para desarrollar la manera como vive los altibajos privados y laborales un productor de cierto poder (que no retuvo), pero expuesto en el período de una semana, día a día, llena de stress y lucha de fieras en esta jungla de la evasión, en la que los carteles de las películas ya no muestran director, actores, trama o título, solo una gran cifra. Ese tono flácido y desganado lo pone el rostro y la actitud del personaje de De Niro, el productor mencionado, que ve todo bajo la bruma de la insipidez sentimental, arropado por tecnología de punta que cuelga continuamente de sus orejas (sobre el que cualquier tribu alejada de la civilización calificaría de adorno corporal identificativo de un clan).
El resto es un repaso a la excesiva importancia que se da a los pases previos de las producciones, la abundancia de hipocresía y cinismo del susodicho mundo, la soledad inmensa de los sujetos que conforman el recuadro, los divorcios y líos sentimentales que van y vienen como un juego de parchís, los caprichitos desquiciados de las estrellas, una superficialidad nauseabunda, el tongo de los festivales y la cada vez mayor supeditación de la creatividad a la corrección política y por ende, al dinero.
Levinson y De Niro nos abren una pequeña ventana de su entorno, que vendida como comedia, puede llevar a confusión, puesto que no es una comedia al uso, aunque algunas actuaciones posean cierta vis cómica. La banda sonora llama la atención por su eclecticismo, lo que hará que la que suscribe la busque para su colección. Se agradece la ausencia de moralinas, o arrepentimientos irreales, y así todo sigue su camino al final, sin saber si es una simple anécdota, una crítica, una parodia, o qué. No obstante, su estilo documental le da un tono fresco a la cinta del que no hace que reneguemos de haber pagado entrada.
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