Juan José Beteta replica el comentario de Ricardo Bedoya a la crítica del primero a Inglourious Basterds:
Ricardo Bedoya escribió un post completo sobre mi crítica. Le contesto con el mismo sistema.
Dices: «En Cinencuentro, Juan José Beteta ha publicado una crítica de “Bastardos sin gloria” que dictamina la minusvalía intelectual y supone la carencia testicular de los admiradores de “Bastardos sin gloria”. Desde esta profunda y dolorosa disminución fisiológica, paso revista a algunas de sus afirmaciones.»
Sobre las castraciones, no lo digo yo, Ricardo. Son imágenes de las cintas realizadas o en las que interviene Tarantino.
Y tampoco pensaba en ti, sino en unos críticos españoles que leí. Pero si te hace feliz, nada digo.
Por otra parte, veo que has aprendido ese hábito blogger de sacar frases o párrafos de contexto. Por lo que te responderé con las frases que explican, sustentan o complementan lo que citas.
Dices: «Terrible revelación esa de enterarse de pronto que lo que muestra una película no corresponde a la verdad histórica. Y yo que creí que Hitler había muerto acribillado por los bastardos en un cine de París y que la Segunda Guerra Mundial había sido ganada por Brad Pitt, él solito. E imaginé que, acabada la guerra, Hans Landa, sometido a varias cirugías plásticas en la frente, vivió muchos años convertido en presidente de una próspera corporación germano-americano. Tremenda decepción la de saber que Hans Landa y Aldo Raine nunca existieron.»
Te respondo: “No obstante, hay quienes salen de la sala de cine (me consta) afirmando que, por supuesto, se trata de “la versión” de Tarantino sobre el nazismo; lo que no es el caso en absoluto, ya que su intención no es la contextualización de un fenómeno histórico”.
El crítico debe escribir pensando en todo público, no sólo para los cinéfilos. Es una manera de tener respeto por el lector y no dar por sentado que él conoce, por ejemplo, hechos de la II Guerra Mundial.
Dices: “Mentirosos Tarantino, Ernst Lubitsch y Fritz Lang. Mentirosos Jean Renoir y Frank Borzage. Mentirosos Robert Aldrich, Douglas Sirk y Samuel Fuller. Mentiroso Chaplin con su barbero de pacotilla y su dictador de globo de gas. Mentirosos Jules Dassin y Edward Zwick (en “Desafío”, que dice adaptar una historia real, vemos una banda de judíos vengadores que ajusticia nazis y colaboradores en Bielorrusia). Mentirosos todos los que inventaron historias de la Segunda Guerra Mundial con resistentes grupales o solitarios y personajes desesperados o vengadores de comunidades judías, polacas, gitanas, o franceses de la Resistencia, o figuras de convicciones democráticas enfrentadas al totalitarismo. Mentiroso Marco Bellocchio por alterar la historia de una mujer enfrentada al fascismo en “Vincere”. Mentirosos los que crearon fábulas y alegorías de heroísmo y arrojo. Mentirosos los que imaginaron historias de acción y aventuras, de suspenso o humor, usando los insumos de la Historia pero sin apelar al dato cierto, al pasado verificable ni a la caución del “hecho real”.
Te respondo: «Es bueno precisar que esta no es una discusión sobre si el cine puede o debe ser fiel a una determinada verdad histórica. De hecho, no lo es ni lo puede ser, en ningún caso. El cine manipula y simplifica determinados hechos históricos según las necesidades dramáticas y/o estéticas propias de su arte. Y lo que el crítico debe señalar es a qué conduce o qué sentido resulta de esta manipulación, estética y –si viene al caso– histórica.»
Me citas: Beteta pontifica. “Por tanto, este aspecto central de la película es ofensivo para la memoria de las víctimas del Holocausto, así como para los sobrevivientes y sus familiares; y pretender que esto es “sólo una película” o un simple juego, es –por decir lo menos– como meter un elefante en una cristalería y pretender que no ha ocurrido nada.”
Y comentas: «Sólo queda el acto de contrición y el propósito de enmienda. Nunca pensé que disfrutar de una película tan brillante y divertida como “Bastados sin gloria” podía infundir tanta culpa, haciéndonos sentir casi cómplices del genocidio, sembrando en los espectadores una mancha indeleble, equivalente a la del pecado original.»
Te respondo: “Sin embargo, al estar estas lecturas enmarcadas en el contexto de una película que se postula como de mero entretenimiento, su efecto se anula; pero sólo parcialmente, ya que siempre permanece la sensación de que se está jugando con asuntos que no se prestan a juego. Asuntos que involucraron (e involucran) la vida o muerte de millones de personas. Y esta banalización de la violencia y la historia es el punto débil de la película”.
Como ves, no me ataca mayor culpa, ya que mi objeción es a un efecto parcial. Como respondí a un comment anterior, yo también disfruté de «esta película tan brillante como divertida», pero no tanto como tú.
Ah, y gracias por lo de «pontifica». Siendo tú el Sumo Sacerdote de la Crítica de Cine, me elevas de cura de izquierda de los 70 a Papa. Sin embargo, debo declinar de tal honor. Soy agnóstico.
Dices: «Cuando alguien, de aquí a unas décadas, se pregunte sobre la película que tomó el pulso de modo más fidedigno a la violencia y su percepción en la sociedad norteamericana de los noventa, seguro que echará mano a “Tiempos violentos” (“Pulp Fiction”), antes que a cualquier otra cinta con vocación de apostolado. Por eso, ya es un clásico y ha logrado generar una larga y disímil descendencia.»
En este punto tienes razón, no obstante me alegra tu lectura de esta obra, porque muchos piensan que esta es un simple juego de diseño, desconectado del contexto de la época. Lo que critico es que estos nexos con el mundo no aparezcan en muchas críticas.
Dices: «Como dijo un comentarista de Cinencuentro, la nota de Beteta parece escrita hace 40. No; en verdad, hace 80 años. Sigue buscando el vellocino de oro del montaje como distintivo esencial del cine, como signo de su pureza, como cifra de su autenticidad. Y mejor si va acompañado por los atributos de la “animación, el blanco y negro, diversos formatos de cámara, angulaciones y planos aberrantes y un largo etcétera».
Eso, en verdad, retrotrae la apreciación del cine a los años veinte, a la época de los primeros teóricos. Por aquí no pasaron las experiencias de la modernidad, las del plano-secuencia, las de la composición en profundidad. Tampoco la valorización del sentido que nace de las relaciones al interior del encuadre, de las posiciones de los personajes y objetos en relación con los términos del encuadre y de los volúmenes que se relacionan en el campo visual. Un clip de Pepsi con montaje virtuoso, angulaciones y “planos aberrantes” parece valer más que la composición con la cámara quieta de Chaplin, Ozu, Dreyer, Straub, Hou Hsiao-Hsien, entre otros maestros que dejan a Oliver Stone y su odiosa e hipócrita “Asesinos por naturaleza”, que espectaculariza la violencia que dice condenar, como un practicante de edición en MTV. En fin, para qué seguir.»
Tienes una concepción lineal de la historia del arte, la cual avanza en pasos cancelatorios y lo que queda atrás hay que descartarlo en nombre de un presunto «progreso». Ese conocimiento cosificado por la academia se convierte en un poder que la crítica puede usar para aplastar a cineastas o filmes que no calzan con ese canon.
Mi punto es que en la historia del arte también se reciclan y se reposicionan procedimientos del pasado, o que se rompen tradiciones establecidad. Y juzgo a las películas no a partir de algún presunto canon, sino a partir de la propia propuesta del filme, sin importar si me gusta o no.
En este esquema, el cineasta no depende de lo que diga el crítico, sino al contrario, es el crítico el que se alimenta de los cineastas. Por eso los respeto y juzgo sus obras de acuerdo a la propuesta que presenten.si la película es clásica, pues la trato en sus propios patrones estéticos. Si utiliza creativa y significativamente el montaje, pues voy por ese lado. Pero no se me ocurriría juzgar a una cinta ansiolítica, como si fuera clásica, para así “condenarla”. La evalúo como lo que es y la comparo con sus congéneres.
Y si hay cineastas que se remontan a 40 u 80 años atrás, no veo por qué el crítico no pueda hacerlo también. Desde el punto de vista de la historia tales retornos en el tiempo no son nada, son casi contemporáneos.
En el caso de «Asesinos por naturaleza» no me limito al montaje, sino también al uso del pastiche y la parodia. A ello debe sumarse que con estos procedimientos explora a fondo la naturaleza de la agresión humana a diferentes niveles (sería largo enumerarlos aquí). Justamente la gracia y el mérito está en el la plasmación de estos contenidos en el plano formal y sus efectos sobre el espectador. No es un mero videoclip. Y Tarantino está lejos aún de haber logrado esto.
Esta cinta es una obra maestra fallida y un reto para quienes se interesen en explorar el tema de la agresión humana en el cine.
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