El 20 de enero del 2010 el gran cineasta italiano habría llegado a los 90 años. Pero Federico nos dejó el 31 de octubre de 1993, con una carrera distinguida como una de las más personales de la historia del cine. Su filmografía recorre diversos períodos de la producción audiovisual italiana. Desde la estética neorrealista surgida en la posguerra mundial, pasando por la etapa próspera de los grandes productores en los años 60, hasta la moderación, progresiva decadencia, o las alianzas y financiamientos provenientes de la televisión. En todos esos momentos el estilo «Fellini» se fue confirmando como el de un original observador de ese mundo mediterráneo y bullanguero, al cual asoció con los circos que adoraba en su niñez. Imagen definitiva en el transcurso de su vida y por la cual se pueden rastrear sus primeras aficiones por el surrealismo y los detalles pictóricos.
Dentro de ese cine bello se hayan obras maestras como la conmovedora La strada, su cinta más representativa de los años 50 y que le valiera el primero de varios premios Oscar (el último, de tipo honorífico, lo obtuvo meses antes de morir). La dolce vita en 1960, marcaría su consagración definitiva como autor y también su paso completo por un universo barroco, muchas veces intelectual, y siempre fascinante. De ahí vienen a mi memoria varios momentos de obras como Ocho y medio, Satyricon, Roma, Casanova o Ginger y Fred. Todas ellas proyecciones de una sensibilidad llena de humor, pero también de mucho temores con respecto a la disolución de esa realidad de la que se extraían todos sus demonios. Acá repasamos algunos instantes de su galaxia:
La strada: La primera película con la que Fellini se hizo conocido internacionalmente, aparenta ser un típico producto del melodrama neorrealista. Pero lo que consigue es una muy propia aproximación a ese «cine de pobres», convertido en fábula.
Ocho y medio: Brillante consumación del estilo que el director manejaría hasta el final. Todo un show extravagante se arma alrededor de Guido Anselmi, el cineasta que intenta elucubrar su próximo proyecto en medio de un laberinto que se extiende hasta los recuerdos más lejanos de su existencia.
Amarcord: La era del fascismo nunca fue representada de forma tan extraña, divertida o entrañable. En realidad ese contexto histórico tiene relevancia por cuanto funciona como parte de una especie de narración de la niñez inquieta y fantasiosa del provinciano Fellini, antes de acudir a la capital de sus futuras obsesiones.
Y la nave va: La última década de Fellini en activo fue acentuadamente nostálgica. Habían no solo proyecciones de sí mismo sino de sus compañeros de toda la vida: Masina, Mastroianni, Cinecittà, el cine en suma. El homenaje más sutil a esa labor, personal aunque necesariamente colectiva, fue este viaje a bordo del Gloria N, un trasatlántico que cargaba con uno de los mejores zoológicos de su autor.
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