La última tentación de Martin
He tomado por banda la primera y la última película de uno de los creadores cinematográficos más febriles e importantes de las últimas décadas, el director italoamericano Martin Scorsese. Desde que se licenciara en cine por la universidad de Nueva York en los sesenta, la carrera de este apasionado del cine clásico ha tomado direcciones muy diversas en temáticas narrativas o reencuentros y colaboraciones con músicos, haciendo de la música una parte importante de su experimentación fílmica. Pero lo que no escapa a ninguno de sus proyectos y extensa producción son sus propias neurosis, miedos, influencias de los rituales familiares y religiosos heredados.
Ese enfoque obsesivo que el cineasta procura en cada uno de sus largometrajes hace que sea un elegido, como él mismo ha apuntado muchas veces, por los temas. Who’s That Knocking at My Door, 1967, es una zambullida en el éxito primerizo de una realización larga y de bajo presupuesto, con actores que requerían de mucha voluntad y entusiasmo, por ejemplo un Harvey Keitel sorprendente y a flor de piel, resultando para la posteridad una película de culto, con una banda sonora mítica y unas escenas oníricas y subjetivas subyugantes. Francamente sorprendente para un primer trabajo de recién licenciado, dejando impresionada a la que suscribe. Toda una borrachera de obsesiones y moralismos culturales que Scorsese mostrará en las décadas posteriores hasta llegar a la desbordante arquitectura onírica y fantasmal de Shutter Island.
Pero esta vez no es el mundo de las malas calles de Nueva York o Los Angeles, el universo de la mafia que el realizador conoció en la cotidianidad de su infancia, de las bandas rivales o la historia de su violencia, aunque esta última sigue estando presente en este drama áspero que no podía dejar de contener el peso de la religión y las costumbres hieráticas de la cultura católica, irlandesa en este caso, bajo la adaptación de una de las historias del exitoso escritor irlandés, Dennis Lehane, cuyos personajes ya fueron moldeados para la pantalla por la mano prodigiosa de Clint Eastwood (Mystic River) o Ben Affleck (Gone, Baby Gone).
A pesar de que Shutter Island es una adaptación en cuyo guión (Laeta Kalogridis) no interviene Scorsese, la cinta contiene no poca de la fuerte y convincente poética del realizador, pues indaga, de la mano de uno de sus actores fetiche y habituales en sus últimos proyectos, un estupendo y cada vez más trabajado en sus estados de ánimo Leonardo Dicaprio, en el interior de la oscuridad del hombre, revolviendo en la historia de la psiquiatria y las oscuridades de la mente humana.
Teddy Daniels es un agente judicial que se hace con el caso de investigar la desaparición de una paciente peligrosa recluida en un remoto y un tanto terrorífico psiquiátrico situado en una isla de la costa estadounidense. Allí llega junto al nuevo compañero que le es asignado, coincidiendo con el desencadenamiento de un huracán. Las dos pequeñas notas que encuentra en la habitación de la paciente serán la clave que le pueden llevar a la solución, no solo del caso, también de sus propios fantasmas interiores.
Vuelve de nuevo el realizador, como hiciera con Taxi Driver, sobre los traumas de la guerra, (la Segunda Guerra Mundial, y la violencia extrema de la barbarie nazi), y sobre los incomprensibles estados emocionales que llevan a la perturbadora violencia de una mente enferma, en autoprotección contra la cruel realidad. Scorsese aprovecha y exprime bien la historia de misterio de Lehane, desarrollada en el interior de tan tétrico psiquiátrico, para volver a hablar de los fantasmas interiores del hombre, haciendo uso de superficies húmedas y texturas putrefactas, paisajes perturbadores o nieblas mentales. Vuelve a hablar de la culpa y la redención, y como ya he dicho, del lado oscuro de la existencia humana.
Bajo la apariencia de un thriller, la cinematografía desarrollada por Scorsese en Shutter Island es un ejercicio de estilo clásico, como hiciera Eastwood con Changeling, dotando de cierto gótico la implosición moral de un hombre, apuntalando su autodestructivo carácter por medio del protagonismo del paisaje y su dura climatología que pincela con dureza a sus guardianes y prisioneros-pacientes.
Como Changeling era una representación, una simulación, una mentira, Shutter Island se mueve en lo márgenes de la verdad y la mentira, entre la locura y la cordura, para expiar los pecados cometidos. El espectador es manipulado bajo la odisea scorsesiana de un viaje no sólo físico, también mental, e histórico, reflejo del tiempo en el que transcurre la trama, mediados de la década de los cincuenta, en la que surge una corriente médica antipsiquiatría con el fin de oponerse al uso controvertido de métodos terapéuticos extremos.
Scorsese vuelve a hacer uso de la narración subjetiva, que estrenó en su primer film, y se agarra a su universo fílmico nunca alejado de la violencia. Con la siempre influencia de su cinefilia, en este caso yo entreveo flashes del Alan Parker de “El corazón del ángel”, o el Milos Forman de Alguien voló sobre el nido del cuco, Shutter Island es un ejemplo más del cine de calidad de Scorsese. Sus silms son concretos pero irreales, son la forma que tiene este auteur de Queens de escapar al acorralamiento de sus obsesiones y neuras. Qué afortunados somos por contar con estos voluntariosos artistas.
Shutter Island. Dir: Martin Scorsese | 139 min. | EE.UU.
Intérpretes: Leonardo DiCaprio (Teddy Daniels), Mark Ruffalo (Chuck Aule), Ben Kingsley (Dr. John Cawley), Michelle Williams (Dolores Chanal), Patricia Clarkson (Rachel), Max Von Sydow (Dr. Naehring), Jackie Earle Haley (George), Emily Mortimer (Rachel).
Estreno en España: 19 de febrero 2010.
Deja una respuesta