Con lo perfeccionista que era, los rodajes en los que se involucró Akira Kurosawa deben contener muchas más historias interesantes que las recopiladas en las publicaciones o medios especializados. Aún así han sido muy pocos los registros que quedan de esos procesos, por lo general complejos, enfrentados a todo tipo de contingencias, y en los que se revela lo más personal del hombre orquesta desde su talento, hasta su vanidad y sabiduría. Concebida en forma de homenaje a este aspecto en la vida del cineasta, A.K, debe ser la intromisión más extensa y detallada en el trabajo del maestro japonés.
El francés Chris Marker se introdujo en 1984 dentro del rodaje de la nueva cinta épica que Kurosawa venía preparando tras la monumental Kagemusha. La película en cuestión sería Ran y como la anterior presentaría una visión desoladora pero a la vez misteriosa del fenómeno de la guerra y sus motivaciones. Es a partir de esa idea que el propio documentalista se dedica a indagar sobre ese hombre detrás de los antojos oscuros y los guantes, siempre meticuloso en extremo, capaz de solucionar alguna cuestión creativa con solo una frase, tal y como su experiencia profesional se lo permite, aunque también asome en él la sobra de lo enigmático, ya sea cuando la cámara lo registra de cerca o de lejos como parte de ese mundo de laborioso artificio, todo un castillo de fantasía creado en el Monte Fuji.
Marker da a conocer a lo largo de los 80 minutos del filme sus impresiones sobre esa figura admirada y todas las ideas preconcebidas sobre su vida, sus películas, y sus métodos de trabajo, cuando estos son contrastados con una realidad en la que lo epopéyico se reduce a que tanto puede soportar el oficio del autor y sus colaboradores para llegar a concluir la que a la larga se convertiría en una de sus mejores creaciones. El pasado y su peso en esa figura sobreviviente de una industria completamente transformada para ese momento, solo es mencionada o apenas oteada desde una ocasional pantalla televisiva que remarca lo distante de aquellas imágenes concebidas en el blanco y negro al que se aferró Akira hasta donde pudo.
Todo ello contribuye a la impresión austera y extraña que recorre la cinta de Marker, jamás apela al sentimentalismo o la nostalgia que en otros tiempos también habría acompañado al cine de Kurosawa. Por eso mismo siempre parece que el francés busca nunca perderle el paso a la estrella que tiene enfrente, forjada a base de una sucesión de etapas consagradas pero concluidas. El testimonio lírico y meditabundo de su realidad como hombre de cine que como cualquier otro también aguarda la mejor luz para rodar escenas masivas o que el viento le otorgue movimiento completo a las banderas, y que en el ínterin opta por permitirnos ver a sus guerreros de coloridos uniformes (casi todos reutilizados de su película anterior) convertidos en comensales entre agradecidos y resignados.
Aún en su apariencia seca y expositiva y todos los hallazgos nada románticos de la elaboración de una película, la película deja permanentemente la sensación de querer buscar algo de esa aura importante o reverenciable, como la que permanentemente ven los participantes del rodaje en ese personaje larguirucho y de rostro sereno, cuya presencia basta y sobra para evitar quejas o gestos de desacuerdo, ante hechos como los de tener que esperar dolorosamente a que el tiempo sea el preciso para determinada escena, o que una ardua y hasta caprichosa labor para disfrazar la naturaleza a registrar acabe excluida de la edición final. La insólita mística que se forja sutilmente en el conjunto de esas situaciones cotidianas y despojadas, termina siendo más efectiva que un repaso clipero por los varios capítulos del cine de A.K.
Dir. Chris Marker | 75 min. | Francia – Japón.
Intérpretes: Akira Kurosawa, Chris Marker, Tatsuya Nakadai, Ishirô Honda, Asakazu Nakai, Takao Saitô, Fumio Yanoguchi, Takeji Sano, Teruyo Nogami.
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