Antes que cualquiera de sus otros registros, para Kurosawa, la figura de Toshirô Mifune siempre debe haber sido la ideal para representar su versión orientalizada del maverick westerniano, ese personaje indomable, lleno de secretos, pero que en algún momento podía delatar los signos de la eterna búsqueda de la justicia y el honor, tal cual los seguidores de las consignas del Bushidō. Algo que me llamó la atención al respecto desde la primera vez que vi Rashomon o Los siete samuráis fue precisamente que en medio de los súbditos semi rapados de ese Japón antiguo recreado por la Toho, Mifune aparecía siempre desafiante con el gesto y la presencia toda de quienes suelen morir en su ley, íntima e indescifrable.
La película paradigmática al respecto llegaría en 1961 y es probablemente el trabajo en el que AK exhibe con mayor claridad su afición por los relatos de acción occidentales. Yojimbo, parte del interés de su director por volver, en su propio estilo, a las cintas de samuráis que por ese entonces venían proliferando con gran acogida de público. Para ello, la historia que presentan Kurosawa y su colaborador Ryuzo Kikushima, toma elementos de los relatos criminales de Dashiel Hammett, especialmente de Cosecha roja y La llave de cristal, para contarnos el paso del ronin en cuestión, por un aparente pueblo fantasma que en realidad es escenario de una guerra entre dos bandas por el dominio del comercio y la vida oculta de todos sus habitantes.
A partir de esa idea, la película se desenvuelve en el peligroso e irónico juego que se propone llevar a cabo este desconocido mientras sus recorridos por uno y otro bando tienen una equilibrada carga de tensión y relajo que Kurosawa maneja de forma tan formidable como la del mismísimo Howard Hawks en Rio Bravo. El samurái de MIfune se distingue en medio de los pocos rostros que se asoman al exterior con esa presencia sólida y atenta que pocos le otorgaron estos guerreros del cine nipón. Cuando no está blandiendo la espada ante los mercenarios de los dos equipos, en coreografías impresionantes que remarcaban esas libertades que se tomaba el autor en la presentación de la violencia, este vengador o ángel anónimo pasa por convertirse en un intrigante consumado, cuyo sentido de la ética no está reñida con la sentencia de “el fin justifica los medios”. Recogiendo muy bien la esencia del relato policial negro, en esta trama todos los personajes están sumergidos en el tinte gris de este elaboradísimo enfrentamiento entre un bueno y muchos malos.
Esto alcanza a los villanos que no son más que fanfarrones o muchachos ingenuos con sed de aventuras, pero también a los personajes buenos pero pasivos como el tabernero que funge de testigo de los planes del protagonista o de esa familia separada por la ley del más fuerte, con la que el “yojimbo” revelará su lado Shane. A pesar de que, en apariencia, se trata de un trabajo menos “ambicioso”, Kurosawa vuelve a hacer gala de ese detallismo tan propio de su obsesa creatividad, para regalarnos una galería de personajes retratados con pinceladas breves y precisas. No solo está la figura predominante del ronin característico de Mifune, sino también esa galería seres que parecen haber llegado a ese lugar solo para hacerle competencia, dispareja, a su aura rebelde. Ahí es donde destaca su antagonista Unosuke, quien igualmente conserva su cabellera intacta y reta al maduro héroe con revólver en mano. Con ese fuerte papel, Tatsuya Nakadai haría su entrada como se debe en el universo de Akira, en el cual entregaría desempeños notables en las extraordinarias Kagemusha y Ran.
Filme de aventuras pero también retrato de lo más vil, infame y misterioso del comportamiento humano, Yojimbo es también una película cargada de un singular lirismo, algo rastreable hasta en las películas más “realistas” de AK. Cada acción y reacción por parte de estos dos ejércitos en tierra de nadie, propicia algunas escenas entre satíricas y brutales, que el director resuelve como festivo espectáculo dentro ese círculo vicioso de corrupción. El proyecto resultó tan bueno en todos aspectos que inspiraría una secuela poco después, Sanjuro, nuevamente con Mifune y Nakadai enfrentados un combate de catanas y rumores. Y es que para Akira el honor siempre tuvo que navegar en aguas sucias. Esa es otra de las lecciones que Leone extrajo de la película para empezar sus historias del dólar.
Dir. Akira Kurosawa | 110 min. | Japón.
Intérpretes: Toshirô Mifune (Sanjuro Kuwabatake / el samurái), Tatsuya Nakadai (Unosuke), Yôko Tsukasa (Nui), Isuzu Yamada (Orin), Daisuke Katô (Inokichi), Seizaburô Kawazu (Seibei), Takashi Shimura (Tokuemon), Hiroshi Tachikawa (Yoichiro), Eijirô Tôno (Gonji, el tabernero), Kamatari Fujiwara (Tazaemon), Ikio Sawamura ( Hansuke), Atsushi Watanabe (fabricante de ataúdes), Susumu Fujita (Homma), Kyû Sazanka (Ushitora).
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