Huachac, provincia de Chupaca, Junín. Acabada la Campaña Terrestre de la Guerra del Pacífico, sus combatientes regresan a casa. El sinsabor de la derrota era motivo para la desazón, sin embargo, el orgullo por servir a la Patria los aireaba como triunfadores morales. Sus padecimientos en la guerra habían acabado, entonces era tiempo de festejo, tiempo que coincidió con la fecha de Año Nuevo.
Terminado el año de las guerras, venía el de la paz. Para saludar estos nuevos tiempos los ex soldados ensayaron una danza que conmemore el momento a la que denominaron Auquish. En los tiempos que corren, los lugareños celebran durante los tres primeros días de cada año esa tradición. Tradición a la que refiere el título de la película.
Los tiempos de guerra ahora son pretéritos, el de terrorismo también, empero en la zona andina peruana -desde que no hay recuerdo- se convive con el miedo legendario e intemporal de los Pishtacos, mercenarios comerciantes de la grasa de sus víctimas, que serán los antagonistas de los huachaquinos, quienes como descendientes de guerreros los enfrentan.
Sangre y tradición es un homenaje a la huachaquinos como raza guerrera, que por medio del Auquish perpetúan su condición, la rememoran en el tiempo. Lástima que Nilo Inga la contamina con la parafernalia rosa del amor perdido, la venganza del corazón y el amor trunco por el recuerdo del pasado. Ese ejercicio “de género” de su director intenta hacerla asequible al “gran público”, desdeñando la idea de hacer de su película una épica entre el heroísmo wanka y el terror atemporal.
La secuencia de la caza de “la pandilla de los Auquish” a los pishtacos devela la naturaleza real del filme: persecuciones largas, agitadas, con emoción de batalla terrestre que se desenlaza trágicamente con la caída del líder, del héroe. Lograda parte del metraje donde se despliega la acción por varios rincones agrestes, ubicando la cámara desde varias perspectivas para elevar de nivel la aventura. La película deja de amargar y ejecuta la épica con satisfactorios resultados.
Sin embargo, en su desmedro, la consideración de elementos contaminantes, incongruentes a la propuesta, malentendidos como “de género”, seguirá siendo un cáncer a la autenticidad de un artista. Mientras se crea que una película será más completa adaptando la visión autoral del director al esquema siempre pródigo en estereotipos y repeticiones poseras, los artistas trastabillarán ilusamente con la misma piedra, la piedra del cálculo fallido.
Nilo Inga no se considera capaz de sacar adelante su película con su propuesta de fondo, por lo que le acuña un romance mimoso, fantasmagoría de culebrón (penantes vestidos de blanco) y largo minutaje de música local, como si cada carácter diera utilidades por su cuenta.
No obstante, leer entrelíneas Sangre y tradición salda a un director inteligente, reivindicador de sus raíces, pero seguidor de criterios “taquilleros” que maneja pero no domina.
Sangre y tradición define a Huachac en el écran: un clan de danzantes guerreros. En esta época parece de fantasía.
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