En Rehenes el teatro reta al cine: lo visita y, pretencioso, amaga hacer el esfuerzo de adecuar su lenguaje, sus propios códigos, a la mirada excluyente de una cámara, con el objeto de destacar sobre este. Ambas artes representativas compiten de forma parcializada por el antojo y la sesgada perspectiva de un vivaracho dramaturgo que debuta como realizador de cine, Bruno Ortiz León, quien hace manifiesto de su preferencia por las tablas principalmente en las secuencias de escenificación teatral, ubicando la cámara lejos, con planos generales, abiertos, que muestran los actos como paisajes, como cuadros admirables, distantes de la óptica de la cámara que no puede acercarse. Así, literalmente, el director marca su distancia del cine.
Ortiz León también desconsidera al cine para la representación metafórica, así mismo para la interacción con el público a través de sus varios recursos –de los que no conoce alguno-, por lo que apela a un ‘happening’ como desenlace en el intento de generar emociones. Y es que todos los mensajes que esboza el director los transmite mediante caracteres teatrales: lo metafórico, con la intemporal puesta en escena paralela en la que se representa el ultraje a la Patria (que personifica Analí Cabrera), y que se alterna durante todo el metraje; y la interactividad, con el seguimiento a la preparación de la obra contestataria a la violencia guerrillera a cargo de un grupo de jóvenes, en el que se encuentran los protagonistas. Esa es la columna de la película y la reflexión final del director. El resto, que es la gruesa mayoría, es drama de culebrón análoga a las miniseries de Michelle Alexander. Esas que rayan los estereotipos y cuyos guiones están escritos con el oficio de un escolar.
¿Y la toma de la casa del embajador de Japón por el MRTA en el ‘96? ¿Acaso no era ese el drama de la película? ¿Y la reconstrucción histórica y reflexiva de ese hecho de violencia? Todo eso se olvida a los 10 minutos de acabar la película por la ausencia total de tensión y drama en cada escena grabada, perdiéndose, como si estuvieran en un limbo, todo lo dicho y hecho, no sólo por la ausencia de sonido ambiental, que debiera ubicarnos en un contexto realista, sino, más bien, por el mareo que provoca los casi 50 actores ‘principales’, “todos con formación, nada de actores tipo” (dixit Bruno Ortiz), que se estorban entre sí. El resultado es calamitoso porque muchos de los parlamentos se resumen a 3 líneas, buscando la participación de todos, cual actuación de kíndergarden. Agreguemos a eso la totalmente gratuita escena erótica nivel Leonidas Zegarra entre Havier Arboleda y Nidia Bermejo. Una pena llegar a ese corte chicha sólo para ganar algunos espectadores –que sí existen- del cine ‘de calatas’.
Empero la peor ofensa de Rehenes al cine es el doblaje en su totalidad de las voces originales, comprendiendo, Ortiz y Cía, que el de la pantalla grande es el arte de la manipulación, que puede corregírsele en un laboratorio, que escasea de humanidad por el corto margen de falibilidad, lo que es falso, propio de un ajeno e improvisado como el ahora infame director de Rehenes. El audio parece hecho al rudimento, en una cueva y no en una cabina, y es que ese doblaje más le da apariencia de radionovela adaptada a video que a una película integral. El divorcio entre imagen y audio está expuesto desde el primer minuto. Tal nivel de desorientación me remite al incansable e insufrible Héctor Marreros, que hace lo suyo en Cajamarca.
El innecesario ejercicio de sobreponer un arte sobre el otro por parte de Ortiz León más parece motivado por su aversión al cine que por su amor al teatro. Pero su insolencia no es lo más denunciable sino que Rehenes sea la película de 90 min. más larga de la historia del cine peruano. El calvario fue punzante y ralentizado, indignación y aburrimiento en un solo combo. Nunca se sufrió tanto en una butaca.
Dir. Bruno Ortiz León | 90 mins. | Perú
Guión: Jorge (Cucho) Sarmiento.
Intérpretes: Havier Arboleda, Luis Ramirez, Nidia Bermejo, Kareen Spano, Anali Cabrera, Susan Leon, Leonar Torres.
Estreno en Perú: 29 de abril de 2010.
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