A la inversa de Clark Kent/Superman y otros héroes, Tony Stark ya es célebre con su nombre real, y en apariencia no tiene los conflictos existenciales de Batman o el hombre de Kripton, por lo que «entregó» su doble identidad en el epílogo del filme original. El prólogo de Iron Man 2 lo recuerda brevemente a través de un monitor de TV, en un adelanto de la exacerbación mediática del narcisista personaje que pasa por una pérdida de vitalidad y una crisis personal que deteriora su imagen, sus vínculos personales, el manejo de su compañía y la relación con los militares norteamericanos.
Hace dos años decíamos del director Jon Favreau que «relata con cierta destreza la paulatina conversión de Stark en la misteriosa máquina superdotada que la opinión pública bautiza como Iron Man», y que su protagonista Robert Downey Jr., «consciente de las coordenadas del filme, alcanza un registro relajado, y a la vez transmite las contradicciones de una celebridad que ha amasado fortunas con la muerte ajena.»
Ahora Tony lleva los tornillos revueltos, y se luce desvergonzadamente en público en estado de ebriedad, con la armadura puesta y sus herramientas bélicas en ristre, comportándose como si estuviera en un picnic. Desdeña lo políticamente correcto, pero a diferencia del simpático Hancock que compuso Will Smith, estas andanzas de Stark saben a disfuerzo. Una cosa es tener poderes sobrenaturales y que arrojes por los aires autos, ballenas o adolescentes abusivos, y otra es usar glamorosamente armas sofisticadas de guerra como en una pelea de almohadas. Por más disparos traviesos que lance a escasos metros de sus idiotizadas fans, no habrá consecuencias (si las hubiera tendríamos otra película). Sólo es un truco argumental muy obvio para provocar la irrupción del teniente Rhodes –esta vez interpretado por Don Cheadle, ya no por Terrence Howard– y preparar el terreno para la duplicidad de armatostes circulantes por New York y el cuestionamiento de la figura pública del magnate estrella.
Favreau traza en paralelo la conspiración de Ivan Vanko (Mickey Rourke) y el traficante de armas Justin Hammer (Sam Rockwell). Pero no funciona, porque Rockwell no pasa de una magra imitación de ciertos toques del malvado Gary Oldman de los 90 (El quinto elemento, El profesional), y Rourke asume un rol afectado que amenaza mucho y daña poco, un ruso hijo de un renombrado físico, casi una añoranza de los tiempos de la bipolaridad mundial. Tampoco convence el ingreso de Scarlett Johansson como la teniente Romanoff / Black Widow, cuyo aporte a la historia es muy escaso. Su participación parece simplemente una carta de presentación para el próximo proyecto centrado en ese personaje, además de un cambio general de registro en la carrera de la actriz.
Es curioso el tratamiento de Iron Man 2 de temas como el negocio belicista, los intereses expansionistas estadounidenses y el hiperbólico star system. Favreau subraya que es un producto de (casi) puro entretenimiento y no más -en el que las escenas de acción no son tan espectaculares como se podría esperar-, pero además fragua una suficiente irrealidad para evitar en lo posible los probables diálogos con las coyunturas de su país. La película viene a ser un guiño sardónico, donde se mimetizan el poder económico y militar, y el fabricante bélico, necesitado de un nuevo material para continuar su papel de superstar y salvar su propia vida, es el mismo ejecutor y estandarte mediático del combate contra la agresión. El lobby ya ni siquiera es necesario y el Estado de la superpotencia militar no pasa de una débil preocupación por mantener el control, en su propio territorio, de la más avanzada tecnología guerrerista.
Dir. Jon Favreau | 124 min. | EE.UU.
Guión: Justin Theroux
Intérpretes: Robert Downey Jr. (Tony Stark), Gwyneth Paltrow (Pepper Potts), Don Cheadle (Teniente Rhodes), Mickey Rourke (Ivan Vanko), Sam Rockwell (Justin Hammer), Scarlett Johanson (Black Widow), Samuel L. Jackson (Nick Fury) y Garry Shandling (Senador Stern).
Estreno en el Perú: 29 de abril de 2010.
Estreno en España: 30 de abril de 2010.
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