El cine peruano no ha sido ajeno a los hechos, circunstancias y secuelas del conflicto armado interno que marcó a fuego la historia del país de los últimos tiempos, y cuyo 30 aniversario –con la incursión de Sendero Luminoso en el poblado ayacuchano de Chuschi un 17 de mayo de 1980– se recuerda hoy (a propósito, desde Ayacucho, a través de El Comercio, llega una nueva y más fiel versión de los hechos, incluyendo el momento preciso: realmente ocurrió a la 1 de la madrugada del 18 de mayo).
Las películas que, explícita o tangencialmente, han retratado aquella época no sólo forman parte del grueso de la producción nacional de las últimas décadas, también algunas de ellas se ubican entre lo mejor que ha dado nuestro cine. Son razones suficientes para hacer un recuento de estas cintas, a las que Cinencuentro dedicará algunos artículos. De la ficción al documental, del largo al corto, pasando por el cine limeño y regional, incluyendo filmes extranjeros, y sin dejar de lado el impacto que ha tenido la guerra en el devenir de la cinematografía local y sus realizadores, presentamos la primera parte de este especial.
I. Largometrajes de ficción producidos en la capital
Se considera a La boca del lobo (1988) de Francisco Lombardi como el primer filme peruano que hace mención explícita al conflicto. Basada en la masacre de campesinos perpetrada por una patrulla policial en 1983, uno de sus aciertos se encuentra en la no presencia de Sendero, en su invisibilidad como enemigo, lo que acentúa el clima de amenaza y tensión que se cierne sobre un destacamento militar asentado en una comunidad andina para combatir la subversión. La tragedia de un pueblo, y el oprobio y la deserción de las fuerzas del orden constituyen el colofón de una de las cintas más logradas del director tacneño. Una mención aparte, merecen otras obras de Lombardi que refieren indirectamente al inconsciente colectivo limeño de aquellos años, con historias donde el conflicto entre clases, la crisis social, la huida como salida final al estado de cosas, y la verdad escondida se leen entrelíneas en títulos como Muerte de un magnate (1980), Caídos del cielo (1990), Sin compasión (1994) y Bajo la piel (1996). Más adelante, las secuelas de la década fujimorista también serán objeto de relatos más explícitos, aunque cinematográficamente fallidos, como Mariposa negra (2006) y Ojos que no ven (2003). (Portales)
En Ni con Dios ni con el diablo (1990), Nilo Pereira Del Mar ubica a Marino León -el recordado Gregorio- en la piel de un «desplazado» por la guerra (el primero que muestra el cine peruano). Jeremías es un joven pastor perseguido tanto por militares y terroristas, que abandona su comunidad y se refugia en Lima, donde constata que la fatalidad –que le presagió el curandero del pueblo– lo alcanzará tarde o temprano. La historia, planteada al inicio como un relato de sobrevivencia, no guarda coherencia con el desarrollo posterior en la capital a base de episodios burlescos y ligeros que restan carga dramática a la situación. (Portales)
Alias ‘La Gringa’ (1991) de Alberto Durant entrelaza el drama carcelario de un relajado preso, experto en fugas y aspirante a escritor (protagonizado por Germán Gonzáles) con la reconstrucción epidérmica de la masacre de la isla penal El Frontón de 1986, la cual sólo sirve de telón de fondo. Resulta convincente en lo anecdótico (las escapadas de la Gringa, su amistad con el presidiario gay encarnado por un conmovedor Enrique Victoria), pero naufraga en el retrato de los acontecimientos (los presos senderistas son autómatas, el ambiente carcelario asemeja un internado estudiantil, y la responsabilidad de la autoridad en la matanza de internos se ve de soslayo). (Portales)
Una mirada diferente a la insurgencia de SL es la que ofrece Marianne Eyde en La vida es una sola (1993), su mejor película a la fecha. Se trata de un logrado esfuerzo por entender el accionar de una columna terrorista que se infiltra en una comunidad andina. La historia contrasta el dilema de una campesina enamorada de un militante senderista, con el drama de una colectividad cuyo modo de vida es avasallado por el adoctrinamiento extremista, y finalmente aniquilado por la respuesta militar. Otro acierto constituye la cámara de César Pérez, colaborador habitual del boliviano Jorge Sanjinés, que valoriza al paisaje andino, vía extensos planos-secuencia, dándole un tratamiento verista y expresivo a las situaciones. (Portales)
Con la idea de aprovechar el recuerdo que dejaron en el público Gregorio y Juliana, sonados éxitos del Grupo Chaski, los protagonistas de ambas películas –Marino León y Rosa Isabel Morffino– aparecieron juntos en la secuela Anda, corre, vuela… (1995), dirigida por Augusto Tamayo, cinta urbana de acción en la que huyen de policías y terroristas. La acumulación de situaciones tópicas, sumado al tratamiento televisivo y a la lasitud en la puesta en escena, dieron a la película un saldo negativo que se reflejó en la crítica y en la taquilla (Portales).
Coraje (1998), de Alberto Durant, fue una visión muy pálida de la huella que dejó María Elena Moyano, maniquea, con lagunas narrativas, sin contradicciones ni profundidad, casi sin conflictos dramáticos pese a que su vida, y su muerte, estuvieron marcadas por el enfrentamiento a Sendero. Su sepelio contó con una asistencia multitudinaria, pero en la pantalla grande dio la impresión de ser un conjunto agrupado de transeúntes, en vez de usar poderosas imágenes de archivo. (Quispe)
En Paloma de papel (2003), Fabrizio Aguilar arma su historia que se ensambla como un largo regreso al pasado. Ahí vemos al pequeño Juan (Antonio Callirgos), un niño alegre y juguetón (a pesar de su hogar en conflicto) que con sus pequeños amigos será testigo del ingreso abrupto del temor y la violencia a su pueblo. Colocado sin quererlo como parte de la lucha armada, como tantos otros moldeables compañeros a los cuales seguirá y de los que aprenderá las doctrinas de la igualdad social (a su manera), el sorprendido nuevo adoctrinado hasta respirará el respeto y el código cívico de su nueva escuela, pero sin olvidar su ansia por la libertad. (Esponda)
Santiago (potente actuación de Pietro Sibille) es un ex combatiente del Cenepa acostumbrado a imponer una forma de orden lejos de la civilización. Allá donde se viven los restos de lo que fue una cruenta lucha contra el terrorismo en su peor época y una fracasada y corta bronca con un país vecino, que puso en evidencia el abandono de esas zonas producto del patológico centralismo. Como él mismo se define, allá era alguien. Un hombre de acción que como león enjaulado debía someterse a otras reglas de regreso a la gran capital. El conflicto entre su particular ideología con la de la polisémica y caótica Lima (y de cualquier seña de vida y convivencia) es el centro mismo de Días de Santiago (2004), la ópera prima de Josué Méndez. (Esponda)
Vidas paralelas (2008) de Rocío Lladó es una película uniformada. Está poblada de personajes del Ejército y de Sendero, pero el protagonista es un militar valiente, noble, sacrificado, que no abusa del enemigo vencido y respeta a la población, un perfil que de hecho hubo quienes lo cumplieron en la vida real, pero que nunca encuentra un contrapeso argumental en sus colegas de actitudes discriminatorias e instintos criminales. Propone, por deducción, que el Ejército, y la actuación general de las Fuerzas Armadas y el Estado en la lucha contrasubversiva, se encarnan en ese oficial, que además experimenta en su adolescencia el dolor de perder a su padre en un ataque senderista al pueblo serrano donde vivían, y en su madurez la ingratitud de ser enjuiciado y condenado por una confusa desaparición. (Quispe)
La teta asustada (2009) de Claudia Llosa es una obra bella y con indudables valores estéticos, que narra la liberación de un trauma por la protagonista Fausta (Magaly Solier) en los términos de sus propios patrones culturales y en interacción con otros. No es una cinta «comercial», en el sentido que no sigue a pie juntillas los patrones dramáticos convencionales, sino que apela al silencio y la sugerencia; como tampoco es un filme de tesis ni mucho menos de propaganda, ya que se centra en la subjetividad de una joven afectada de manera muy específica por una de las secuelas más terribles del conflicto armado interno: la violación sexual, en este caso, la de su madre. (Beteta)
Fabrizio Aguilar quiso crear antagonismo y tensión en Tarata (2009) con una impostada dupla protagónica. Intentó mostrar actitudes polarizadas frente al terror de la guerra interna a partir del maniqueísmo recargado y la caricaturización disimulada. En primer término, está el ama de casa autoritaria, mandona, expeditiva, que toma todas las decisiones y saca adelante a la familia, y que no se preocupa por el conflicto más allá de lo que le toca en lo personal. Por las limitaciones narrativas de Aguilar y las histriónicas de Gisela Valcárcel, no pasa del retrato monocorde y la ilustración chata construida en base a rictus y gritos permanentes. Aún así, ese rol guarda cierta coherencia en sus actos y sentimientos. Sin embargo, el marido que encarna Miguel Iza, desequilibra la premisa y es, sin duda, el elemento más descabellado de la propuesta. Es el trabajador administrativo de una universidad donde Sendero Luminoso está muy presente, tímido, que «analiza», en una mezcolanza entre apunte «académico» y mirada «artística», las pintas subversivas y cree ver en ellas que asoma una tregua de los terroristas. Así de absurdo. Y cuando está casi seguro, ocurre el famoso atentado. (Quispe)
En Paraíso (2009) de Héctor Gálvez estamos en una zona populosa y periférica de Lima, donde palpita no sólo el pulso de la pobreza, también el estremecimiento del éxodo forzoso del ande, el asesinato a mansalva y el ultraje uniformado cuyos recuerdos reaparecen una noche cualquiera. El relato se concentra en un grupo juvenil que ya siente el embate de su dura realidad: coquetean con el delito, recorren la geografía agreste, buscan trabajo, exploran espacios nuevos como el circo y descubren las secuelas de un pasado de violencia que no han conocido, pero que sienten cercano por lo que ven en sus familias y allegados, y por la pérdida que ellos mismos experimentan, la muerte de su amigo «Che Loco» en manos de una pandilla rival. Justamente, la cinta empieza con una escena común en el Perú de las tres últimas décadas, la colocación de ofrendas en una tumba, humilde y apenas visible. (Quispe)
Illary, exhibida en competencia en el Festival de Lima 2009, es el segundo largometraje de Nilo Pereira, y su segunda incursión, también, en el tema del terrorismo. Relata a través de las historias de dos universitarias de diversa condición social y background (una de ellas, policía encubierta) que se vinculan a una célula senderista, en la que terminarán por enfrentarse, sin saber que son hermanas. Lamentablemente, es poco o nada lo que se puede rescatar de esta cinta. Con una dramaturgia pobre, de textos por momentos escolares y una ejecución morosa y por demás televisiva, fue de lo más deslucido que se pudo apreciar en agosto del 2009 en el CCPUCP. Con fecha tentativa de estreno comercial para junio o julio del 2010, seguramente se escribirá más al respecto. (Prieto)
Las reseñas y críticas han sido redactadas por Juan José Beteta, Jorge Esponda, Rodrigo Portales, Antolín Prieto y Gabriel Quispe.
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