Mañana te cuento fue una película taquillera en su momento, que ha merecido su publicación en DVD original y el buen recuerdo de quienes –gracias a su aparición en ese formato– la hemos vuelto a disfrutar. Su éxito se explica por varios factores, siendo el primero el haber apuntado a un público bastante específico (el de los adolescentes), al punto de graduar minuciosamente las características de sus personajes a dicho grupo etario. Así, por ejemplo, los chicos toman sus traguitos y se fuman un troncho, pero no desbarran entregados al alcohol y las drogas. Igualmente, hacen sus travesuras en la calle pero no siempre se salen con la suya y, al final, incluso «pagan el pato» con la policía. Cierto que son personajes estereotipados y situaciones ídem, pero el director hace un manejo inteligente de los estereotipos y juega la carta del humor con las expectativas del público.
En segundo lugar, se apoya en unos diálogos muy divertidos y espontáneos. No me refiero al guión, que es simple y eficaz, sino a los propios parlamentos; los cuales amplifican el efecto cómico de las situaciones, hacen más fluido el avance de la acción y logran la identificación del espectador adolescente. Esto vale también para las conversas telefónicas y el paralelismo entre los diálogos en grupos separados de chicos y chicas. Este constituye uno de los grandes atractivos de la cinta, sobre todo considerando que la mayor parte de la película transcurre en interiores, captados en planos cerrados y, a veces, aberrantes.
En tercer lugar tenemos que este es un filme –me excusarán los términos, pero luego verán que están plenamente justificados– de «hueveo y desahueve». Hasta el momento hemos hablado de la primera parte, de donde los púberes protagonistas se dedican a huevear alegremente y sin grandes consecuencias. Pero luego, cuando llegan las prostitutas «A1» –y tras las calaterías y escarceos de rigor–, empezará la fase de «desahueve» de estas tiernas criaturas. Así, en la interacción con las damas contratadas para la iniciación sexual de Manuel (Bruno Ascenzo), cada uno de los amigos tendrá su propia iniciación pero en la vida adulta, vía su correspondiente «desahueve».
El bacancito Juan Diego (Jason Day) irá perdiendo gradualmente la seguridad en sí mismo y terminará –emocionalmente– hecho añicos; Efraín (Óscar Beltrán), descubrirá aspectos insospechados de su propia sexualidad y su autoestima quedará también seriamente afectada; mientras que Manuel tendrá una iniciación tan violenta como inesperada, aunque no limitada al encuentro ocasional. En paralelo a estos tres encuentros, el vagabundeo del gordito (José Manuel Peláez) por la casa y sus vulgares ocupaciones resultan una metáfora de la edad, con sus dosis de aburrimiento, inseguridad y curiosidad insatisfecha (que sus amigos también tendrán en los primeros momentos con las ocasionales odaliscas); aunque él igualmente hará un descubrimiento que afectará sus relaciones con Juan Diego, a la vez que le dará el puntillazo final al declive emocional de su amigo.
Los «desahueves» incluyen adulterio y travestismo, así como sugieren homosexualidad, incesto y un «toque» de masoquismo embrionarios; los que emergen como el otro lado de lo que parecía ser una noche vacilona de sexo y diversión por parte de un grupo de amigos. Y algo parecido le ocurrirá al menos a una de las tres prostis: Viviana (Melania Urbina), quien revelará un secreto de su pasado y, a la vez, origen de su ingreso a la profesión; quien, junto a Gabriela (Angie Jibaja), bajarán los humos a Manuel y Efraín, respectivamente. Mientras que Carla (Milene Vásquez) y su propia madre lo harán con Juan Diego.
Con esto llegamos a su cuarta y principal característica, el ser un filme que utiliza los tópicos de comedias adolescentes tipo Porky para luego «voltearlos», pero –y esto es lo interesante– sin abandonar los patrones de entretenimiento de dicho subgénero. En consecuencia, esta vuelta de tuerca «seria» que nos conduce al desenlace ocurre de manera tan inesperada que antes de que podamos digerirla del todo ya la película ha concluido, evocando irónicamente su título: mañana te cuento. De tal forma que este final es el último y gran chiste de la cinta: fueron por lana y terminaron trasquilados. Pero esta ironía queda mitigada por el zarandeo emocional del «desahueve». Se trata entonces de una película divertida y entretenida, pero que… «te deja pensando».
Y al tratarse de una historia de aprendizaje juvenil, es también una película educativa. De hecho, fui a verla por sugerencia de unos profesores, asombrados porque sus alumnos la habían visto en masa; enganchados, seguramente, por la parte «huevera», pero atentos también a esos elementos de la adultez que se asoman al final. Por tanto, es educativa en el sentido que puede serlo el cine y el audiovisual, es decir, no en su acepción escolarizada, sino como acompañamiento de la experiencia vital («la universidad de la vida», que le llaman). De allí su éxito entre el público adolescente, el que también vale para el espectador adulto, ya que ¿quién no rememora las palomilladas que hizo de joven?
En consecuencia, Mañana te cuento es una buena película –si bien menor– en la medida que ha imaginado su público y ha graduado eficazmente sus contenidos tanto en función de este como de sus recursos disponibles (es una cinta de bajo presupuesto); logrando extraer un nuevo sentido al viejo recurso de las cintas de iniciación sexual. En esta línea, es interesante compararla con Máncora, otro filme que buscó taquilla con tema juvenil pero que fracasó estrepitosamente.
Máncora
De hecho, el planteamiento inicial de esta película pareciera tener como antecedente la situación en que quedó Juan Diego en Mañana te cuento, contemplando una crisis familiar en ciernes, lo cual sugiere que Santiago, el protagonista de Máncora, podría ser un Juan Diego con unos pocos años más. Fuera de que ambos personajes son interpretados por el mismo actor (Jason Day), también comparten una crisis familiar: en la cinta de Mendoza planteada al final, y en la de De Montreuil presentada al inicio.
Sin embargo, Máncora exhibe algunas virtudes adicionales: buena fotografía, una plana actoral más sólida, un argumento más desarrollado (a manera de road movie), así como oficio y talento innegables del director para filmar y montar su historia. En otras palabras, Máncora tiene un mejor acabado técnico que Mañana te cuento, sin embargo fracasó en la taquilla; pese a que incluía elementos que supuestamente –y como lo había demostrado la cinta de Mendoza– jalarían público juvenil: playa, calatería, sexo, drogas y pituquería con el correspondiente morbo. ¿Qué ocurrió?
A mi juicio, el guión del filme de De Montreuil tiene un serio problema estructural: no jerarquiza (léase no enfatiza ni diferencia adecuada y suficientemente) los elementos que permiten la transformación de su protagonista. Esta es también una película de «hueveo y desahueve», con la diferencia de que nunca salimos realmente del hueveo, por lo que la cinta no avanza mediante un incremento de tensión dramática suficiente y la transformación final del protagonista resulta poco verosímil. La relación con su hermanastra Ximena (Elsa Pataky) –el factor que empujaría tal transformación– no es muy distinta de la que establece con otras chicas; y, por lo demás, lo vemos indeciso e inconstante en sus avances con ella. Sin ese apoyo emocional, esa relación sentimental «distinta y especial», Santiago no tiene cómo superar la depresión por la desaparición de su padre, que lo empuja a una vida decadente de vicios y sin perspectivas. Esto impide el necesario incremento de tensión dramática que justifique tal cambio personal.
Se dirá que nuestro héroe es como cualquier otro adolescente, es decir, voluble e inmaduro. Ciertamente, esta etapa de la vida es un poco estúpida, pero no totalmente: hay otros elementos que aparecen en esta edad y que, además, empiezan a desarrollarse rápidamente. Por ejemplo, a los jóvenes les gusta ponerse a prueba constantemente. En el caso de los chibolos de Mañana te cuento, buscan «enfrentarse» (y tirarse) a mujeres más experimentadas; uno sucumbe, otro se queda zarandeado y el tercero (Manuel), el más inocentón, sale airoso aunque deba recurrir a métodos tortuosos y algo brutales. Nada parecido ocurre en Máncora. Nuestro héroe nunca llega a ponerse a prueba realmente, ya que los obstáculos que enfrenta son siempre los mismos que ya antes ha conocido y superado: salir triunfante de broncas en borracheras y acostarse con chicas fáciles y descocadas. No enfrenta una voluntad superior a la suya ni supera un obstáculo de peso, sino que permanece en un vacilón permanente, aunque depresivo, más o menos como quedó el Juan Diego al final de la cinta de Mendoza. A tal punto que la situación de Santiago al final de Máncora es casi la misma que al comienzo de la película.
Es cierto que un grupo de pescadores lo «desahuevan» propinándole una pateadura, pero una catana (así haya sido bien dada, como es el caso) no es suficiente para que el protagonista supere el peso emocional de una madre tempranamente desaparecida y un padre fracasado que se suicida; y salga de hoyo, como pretende hacernos creer el guión. Una acción externa desconectada de motivaciones internas generadas a partir de un conflicto de voluntades claramente establecido (por ejemplo, con Ximena) no lograrán hacer convincente la transformación de Santiago; y, de hecho, al final ni siquiera queda claro si se ha producido o producirá tal transformación. De allí que la película no levante vuelo, pese a la calatería, el trío o la sesión con ayahuasca puestos en escena por el director. Más aún, alguno de estos elementos (así como también la cita de un famoso poema de Vallejo o la filosofía barata de un patita brasileño que recogen en la carretera), quedan fuera de lugar y aparecen como datos hipostasiados pretenciosamente en la pantalla.
Es por ello que pese a su mejor acabado técnico, Máncora no logre superar a una película más modesta pero eficaz, como Mañana te cuento; ni como producto artístico ni en la taquilla.
Películas taquilleras
Esta comparación nos sirve para extraer un par de conclusiones sobre las películas taquilleras. La primera es que no es fácil hacerlas. Como hemos visto, es necesario saber adaptar una fórmula o receta a las necesidades y expectativas de un público específico. Pero luego hay que poder repetir la fórmula y hacer que siga funcionando, lo que no se logró con Mañana te cuento 2. Y nuevos intentos deberían ir en la línea de llegar o formar públicos más amplios, con cintas menos esquemáticas y más desarrolladas, que ofrezcan nuevos contenidos o nuevas formas de presentar aquellos que tengan relevancia individual, social o estética. Manteniendo e incluso superando la asistencia de público. Hacer buenas películas y taquilleras es, pues, muy difícil, aunque no imposible. Hitchcock lo logró y llegó incluso a crear obras maestras superando los estrechos límites del cine de género y elevándose a un plano estético en varias ocasiones. Aunque también es cierto que hay películas taquilleras y muy malas, pero ese no es el caso de la comparación que hemos hecho en este post.
En segundo lugar, no es exacto que la producción constante de películas taquilleras generará una industria cinematográfica nacional. Más bien pareciera ser al revés: para que se puedan hacer películas taquilleras constantemente se requiere de la existencia de una industria. En el Perú, por ejemplo, se han hecho varias películas taquilleras, incluso en el curso de un mismo año y no se ha creado una industria. En 1985, por ejemplo, Gregorio, del Grupo Chaski, llegó a tener un millón de espectadores, y -me recuerda Rodrigo Portales- La ciudad y los perros tuvo alrededor de 800 mil espectadores. Y no se creó industria alguna. Para ello se requiere de continuidad en la producción y no sólo de un realizador sino de varios, lo que implica inversión masiva de recursos y el desarrollo de un mercado, con todo lo que supone.
Además, el objetivo de una cinematografía nacional no es producir películas «taquilleras», sino buenas películas y de todo tipo (de género, de autor, cine arte, comerciales, documentales, etc.). O como lo dijo en alguna entrevista Augusto Tamayo: formar una «masa crítica» de realizadores que produzcan buenas películas y que atraigan público, puesto que el tema de la industria debe incluir el asunto de su sostenibilidad. ¿Cómo lograrlo? Algo hemos sugerido en un post anterior sobre este tema, que completaremos en una próxima nota.
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