Ojos opacos
El cine de hoy en día por lo general es terrible, afirma el realizador italiano Luca Gaudagnino, autor de una belleza inesperada, una película que se asienta en la expresión lírica de la realidad, inspiración de maestros como Visconti, Antonioni e incluso de Pasolini. Yo soy el amor (Io sono l’amore), hermosa, catalítica, perfumada, delicada, elegante, innovadora donde se mueven figuras tristes y solitarias, maniquís adiestrados en las normas educadas y convencionales de la alta burguesía milanesa, dotados de una fría amabilidad. No puedo evitar darle la razón a Guadagnino cuando habla así del cine actual. La decepción ante el reciente Robin Hood de Ridley Scott, incapaz siquiera él de salir de los esquemas y las formas narrativas abotargadas del universo Hollywood, lo confirman una vez más. No es casualidad que la crítica se exalte y le brillen los ojos ante las producciones con carácter autoral e independiente, hablando de una independencia real, no aparente. En definitiva producciones con carácter personal que quieran comunicar desacuerdos. Y gracias a las influencias y la vista atrás de esos gigantes realizadores italianos, de los que Guadagnino parece haber estudiado sus universos, Yo soy el amor es una película sorprendente en su magnitud poética y artística, encuadrada por una belleza explorativa que aúna el hermoso paisaje arquitectónico creado por el hombre (Italia es una bombonería de la mejor calidad) con escenarios naturales, la libertad de la expresividad de las emociones, el deslizamiento de la cámara sobre los poros de la piel, y el placer de lo culinario entendido como arte y cultura.
Pero como dice de nuevo el realizador de Palermo, el mero deleite contemplativo del cine no sería suficiente sin activar el pensamiento, sin remover conciencias bastante dormidas por la homogeneidad informativa de la actualidad. Guadagnino, de la mano de la extraordinaria y carismática Tilda Swinton, eje central de este filme, apunta a algo que quizá olvidamos por las prioridades de la economía, que aparta todo a su paso. Apunta hacia el amor, sentimiento tan superficialmente expresado por lo general en el cine. Confiesan, director y estrella, como el amor puede ser un increíble antídoto contra esta sociedad cada vez más fracturada por los modelos hipercapitalistas y burgueses establecidos con las fusiones familiares desde la era industrial. Contratos familiares encadenados por un patriarcado protector y fortalecidos hoy día con fusiones y adquisiciones a nivel global.
Con esmero en el detalle, en los silencios, las miradas y los escasos y certeros diálogos el realizador viaja desde el asfixiante, aunque muy elegante, entorno de la poderosa familia Recchi, en el que cada uno tiene claro, además de su sitio en la mesa de comensales, su lugar en la estructura empresarial, heredada de padres a hijos y cuñados. Malheuresement a veces algunos elementos no encajan bien en esta decadente pero sólida organización. De los tres hijos de Emma/Swinton, Edoardo con cierto complejo de Edipo y Elisabetta por su recién descubierto lesbianismo, poseen una sensibilidad especial que les hace desviarse cada vez más del férreo huevo familiar.
Por su parte, Emma, rusa de nacimiento, educada y convertida en perfecta esposa anfitriona, sobrelleva con extrema soledad dicha representación. Su marido la ama, como se aman todos en el círculo familiar, con delicadeza pero sin pasión. La pasión no es buena, puede derribar muros y barreras y hacer peligrar fortalezas.
A través de metáforas, desenfoques, sueños, luces, texturas de telas que casi se sienten, perfumes que casi se huelen, sabores que casi se degustan, la aparición de Antonio, amigo de Edoardo cambiará de forma dolorosa y radical, por medio de Emma, la vida de esa saga familiar, aunque permanece intocable lo esencial, su poder económico no se verá alterado, o mejor sí, se adaptará a los fríos tiempos globalizados y aumentará.
Desde el mismo comienzo se intuye que la fotografía y los encuadres tendrán una importancia principal, poniendo el énfasis junto a la música, en un melodrama operístico viscontiano, con juegos expresivos constantes, en el que los planos se mueven entre la grandilocuencia paisajística y la opacidad o luminaria del ojo humano, como esos ojos muertos con lo que es capaz, la bellísima Tilda, de expresar tanto dolor.
La aparición de Marisa Berenson interpretando su propia caricatura forrada de silicona, no hace sino apuntalar el patriarcado asfixiante de estas cuevas familiares que el deseo de un hombre por la madre de su amigo llevará a desestabilizar, rompiendo además con prejuicios convencionales ya cansinos, el escándalo de la mujer madura con el hombre joven.
Una maravilla punzante llevada con maestría e independencia que sabe transmitir emociones.
Dir: Luca Gaudagnino | 120 min. | Italia
Intérpretes: Tilda Swinton (Emma Recchi), Flavio Parenti (Edoardo Recchi Jr.), Edoardo Gabbriellini (Antonio Biscaglia), Pippo Delbono (Tancredi Recchi), Alba Rohrwacher (Elisabetta Recchi), Diane Fleri (Eva Ugolini), Marisa Berenson (Allegra Recchi), Maria Paiato (Ida Roselli), Gabriele Ferzetti (Edoardo Recchi Sr).
Estreno en Italia: 19 de marzo de 2010.
Estreno en España: 21 de mayo de 2010.
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