Como su título original –que podríamos traducir libremente como “Arriba, en el aire”– esta película parece flotar en un cielo diáfano y con las turbulencias bajo control, avanzando plácidamente y sobrevolando encima de vidas particulares y situaciones sociales espinosas, presentadas con un enfoque original y con personajes que no eluden las consecuencias de sus actos. Pese al título, la mayor parte del filme transcurre con los pies muy bien puestos en la tierra, centrado en dramas individuales, contrastes generacionales y en un contexto laboral inestable, con su trasfondo de crisis económica y desempleo.
La cinta tiene varios componentes. El primero es el ágil y fluido montaje inicial y de varias transiciones, los que muestran ciudades, aeropuertos y las rutinas del viajero frecuente, acompañadas de canciones juveniles que comentan las situaciones y dan el tono de la película. Aunque este es un drama, el tratamiento del director Jason Reitman pareciera ser el de una comedia sentimental, dada la ligereza aparente con la que desarrolla el filme, marcado por el cinismo y elegancia de su protagonista, Ryan Bingham (interpretado por George Clooney); aunque sin llegar al nivel naif de Juno, su anterior cinta. Aquí hay un mejor equilibrio entre los elementos críticos y los que corresponderían al formato de una película de género.
El segundo aspecto, definitivamente original, son los propios aeropuertos. En muchas historias de amor aparece el aeropuerto como el lugar al que llega corriendo uno de los amantes para impedir la partida o separación de su pareja; procedimiento estándar calcado de la “salvación de último momento” en las películas de acción y otras. Aquí ocurre exactamente al revés: los aeropuertos son los sitios de encuentro y el clímax de la relación sentimental no ocurre allí sino en la puerta del apartamento de la chica. Así, los terminales aéreos vienen a representar un estilo de vida, antes que peculiares locaciones para contactos casuales.
Y es que esta película tiene como trasfondo la problemática posmoderna de relaciones fortuitas y episódicas, condicionadas por la primacía de lo profesional sobre lo personal; o, simplemente, impuestas por el ritmo acelerado de la vida, que dificultan las relaciones más largas y estables. Esto conduce a determinada filosofía de vida encarnada por el protagonista, quien siempre es un ave de paso –vive prácticamente en aviones– y se jacta de su libertad; sensación que es reforzada y ratificada por la feliz relación que establece con la psicóloga Alex (interpretada por Vera Farmiga), también viajera habitual.
Sin embargo, la seguridad emocional de Bingham se verá afectada por dos historias secundarias que lo rodean: una, el matrimonio de una hermana que no ve casi nunca, y otra, la historia sentimental de una colega más joven (interpretada por Anna Kendrick) a la cual tiene que entrenar. En el primer caso, nuestro héroe comprobará que su libertad lo condena, en realidad, a la soledad; y representa la culminación de toda una línea de crítica a esta cultura de lo fugaz y del desarraigo social y emocional que caracteriza a la sociedad actual. Este es uno de los grandes asuntos que plantea la película y que arrastra la identificación del espectador. En el segundo caso, tenemos –y este sería el tercer elemento interesante de Amor sin escalas– la comparación y contraste generacional (tema también planteado en Juno) entre la filosofía de Bingham y la de la ambiciosa pero también desengañada asistente, lo cual se cumple de manera comprensiva y encantadora.
En cuarto lugar, habría que señalar que este no es exacta (ni solamente) un filme romántico; ya que el trabajo del protagonista (y el de su asistenta) es despedir gente de sus empleos. Es decir, pertenecen a una empresa dedicada exclusivamente a esta tarea, que aporta las escenas emocionalmente más fuertes de la cinta; las que se contrapesan con el tratamiento más light de las historias románticas. En primer lugar porque, aún sin mostrarlo como tal, se dibuja la imagen de una sociedad donde los puestos de trabajo aparecen y desaparecen permanentemente; al punto que hay gente que dedica toda su vida a viajar para anunciar las pérdidas de empleo. Y donde el hecho de la traumática desaparición de puestos de trabajo no se compensa por la posible reubicación, reinserción u obtención de un nuevo empleo. Esta volatilidad en el empleo es característica en el mundo laboral norteamericano.
Pero la situación se agrava, implícitamente, por el contexto de la terrible crisis económica de 2008 y cuyos efectos se siguen sintiendo en la actualidad; aunque, en rigor, esto no aparece mencionado en la película. No obstante, estamos (también) ante un filme que retrata un aspecto específico de la historia norteamericana y mundial, el de la mayor crisis económica jamás vivida desde 1929. Y, además, lo hace eludiendo el camino fácil de una visión estereotipada del fenómeno (como también ocurre en Juno, donde huye del lugar común al tratar el tema del embarazo adolescente y el aborto). En ese sentido, las reacciones de los/as despedidos/as en varias de las entrevistas son crudas y hasta trágicas; pero también se presentan un par de ejemplos en los que el desempleo se presenta como oportunidad factible para un cambio de vida.
Es cierto que Reitman no profundiza sobre las causas de esta situación social, pero ya sería mucho pedirle; dejémosle esa tarea (y reto) a directores como Oliver Stone, quien ya ha presentado en Cannes una especie de secuela de su anterior filme de 1987 Wall Street, título que ahora completa de la siguiente forma: El dinero nunca duerme.
En suma, de un lado la película pone un foco crítico en el individualismo extremo propio del liberalismo a ultranza; mientras que, de otro, cuestiona también la creciente deshumanización de este aspecto de las relaciones laborales, ya que la asistenta de Bingham ha sido contratada para que sustituya el despido presencial por otro realizado on line (léase, a través de una conexión de Internet). Y, entre ambos elementos, el desarraigo y las dificultades para establecer relaciones duraderas y estables, tanto en el aspecto familiar como en el de “echar raíces” fuera de la vida en los aviones y aeropuertos.
En esa línea, las actuaciones son eficaces e impecables, tanto por un sobrio y levemente cínico Clooney, que con gran economía de gestos, logra concentrar los distintos elementos que componen la acción y que se le van acumulando hasta empujarlo a una ya imposible resolución. Es fascinante ver cómo la personalidad que había construido y que tanto éxito profesional le había generado, se convierte en una especie de cárcel dorada de la que ya no podrá salir; sólo le quedará una especie de condena a vagar por plazos inciertos, como el holandés errante, pero no por el mar sino “up in the air”. Para ello tendrá el apoyo de sus comprimarias Fermiga (su alter ego femenina) y Kendrick (la competidora a la cual, culposa y finalmente, recomendará para un puesto fijo). Ambas se contagia del estilo sobrio del protagonista, brindando interpretaciones solventes.
Pero lo más admirable de Amor sin escalas es la forma cómo Reitman ha hilvanado todas estas historias y asuntos disímiles. Recurriendo a los mejores procedimientos del cine clásico norteamericano, ha logrado en su puesta en escena un perfecto equilibrio de todos los componentes, dramáticos e ideológicos, que componen este –por otra parte– notable guión. Humor y dolor se dan la mano, acompañados por cinismo y desapego emocional; mientras que las situaciones y conflictos se resuelven o presentan suave y delicadamente, sin excesiva marcación emocional. En esto destaca la visión personal del joven director Jason Reitman, quien en el marco de la producción industrial norteamericana, sobresale por su talento y originalidad.
Digamos, para terminar, que el título que le han puesto a este filme en Latinoamérica –como en muchos otros casos– es equívoco ya que no se trata de una cinta puramente romántica y donde, además, el amor ocurre justamente en las escalas.
Up in the Air. Dir. Jason Reitman | 108 min. | EE.UU.
Intérpretes: George Clooney (Ryan Bingham), Vera Farmiga (Alex), Anna Kendrick (Natalie Keener), Jason Bateman (Craig Gregory), Danny McBride (Jim), Melanie Lynskey (Julie Bingham), Amy Morton (Kara Bingham), Sam Elliott (Maynard Finch), J.K. Simmons (Bob), Zach Galifianakis (Steve), Chris Lowell (Kevin).
Guión: Jason Reitman y Sheldon Turner; basado en la novela de Walter Kirn.
Estreno en Perú: 21 de enero de 2010
Estreno en España: 22 de enero de 2010
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