Chéri antes que una buena película, es, primero, una puesta en escena preciosista a propósito. Stephen Frears viste todo de seda para atosigarnos de belleza, después hacernos sentir y mucho después pensar. Nos ubica en la Belle Époque, época anterior a la Primera Gran Guerra que se recuerda como la más armoniosa de los últimos siglos. Los políticos entonces no planeaban guerras sino afanaban cortesanas, los galanes andaban más en prostíbulos que en los cines y las rameras parecían damiselas con glamour. Acaso, en Chéri, vemos dentro de una casa de muñecas, muñecas que sí tienen conflictos, se enamoran y se equivocan, lloran de verdad.
Frears hace todo muy ataviado para «afearlo» con su drama, como presentando un caos en el Olimpo. Los bellos rostros los humedece de lágrimas, las sábanas blancas las transpira de sexo y las hedonistas vidas de los amantes las arruina con el amor. Chéri (Rupert Friend) y Léa (Michelle Pfeiffer), prácticamente ahijado y madrina, son dos divinos a quienes se les atormenta con emociones, no sabían ser humanos antes de enamorarse. Sobre esa inocencia perdida trata la obra, los protagonistas dejan sus juegos con el alcohol y el sexo para recién intentar conocerse a sí mismos, magullándose en el camino por ser inexpertos. Sintiendo al adulto como niño, Frears, lo asocia con la Belle Époque, así, para su tragedia de la maduración, eligió el clásico literario de Colette que data de esa fecha.
El director británico juega a darles alma a sus muñecos, por eso se les nota vulnerables, frágiles, como recién despabilados. La prostituta en retiro Léa y el joven Chéri parecen de porcelana. Ante cada avatar diera la impresión que se quiebran, y eso nos conmueve, nos acerca; provoca una lástima más profunda. Estos amantes son como niños que recién aprenden las reglas de juego, el que si se pierde es como perder la vida.
El ambiente rosa que arma Frears sería fútil y hasta vanidoso si no estuviera sostenido del tridente Pfeiffer/Friend/Bates. Michelle Pfeiffer, a sus cincuentaypico, evolucionó de ícono sexual de toda una década a ícono de la belleza, cada gesto suyo es sugerente de su soberbia, de su encanto. Podría no hablar e igual trasmitir lo mismo. Lo de Rupert Friend es una revelación, como galante berrinchudo se le nota desprotegido, necesitado de mimas. Algún mercachifle podría vestirlo de galán teen y pervertir su talento. Por su parte, Kathy Bates apunta otra notable interpretación en una película donde no se la presenta como estrella pero termina siéndolo. Es acaso la mejor actriz secundaria de habla inglesa.
En Chéri se juntan los tres y encantan, el director que está detrás merece el mérito por concertar el encuentro, además por embelesarnos con castillos, carruajes y corsés. Todo esa refinería está armoniosamente orquestada por el esteticista Frears, no obstante, su artesanía alguna vez gozó de mejor calidad.
Dir. Stephen Frears | 92 min. | Reino Unido, Alemania y Francia
Intérpretes: Michelle Pfeiffer (Lea de Lonval), Chéri (Rupert Friend), Kathy Bates (Madame Peloux), Frances Tomelty (Rose), Felicity Jones (Edmée).
Estreno en Argentina: 8 de julio de 2010
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