Filmado en 16mm, Desencuentro, de Pancho Tuesta, es un trabajo del cual no podemos hablar mucho más que de la fotografía (premiada por CONACINE el 2008). La textura de su imagen, granosa, hace parecer al relato reminiscencias de su protagonista, Claudia (muy bien Kareen Spano, cuyas carnes y figura se reflejan difuminadas ante un espejo). Los reflejos son recurrentes en varias de las tomas, denotando el ensimismamiento de Claudia, (des)encajada en su propia casa. Esas escenas de ella sola, posando frente al espejo, duchándose, abstraída, son las que permiten el lucimiento del fotógrafo Fernán Chávez-Ferrer en su oficio y de Kareen Spano como actriz.
Asimismo, el buen manejo de los silencios y de los gestos de Spano por parte de Tuesta generan misterio con relación a la trama, que a posteriori resulta confusa en su intento por parecer profunda: deja preguntas varias sobre su coherencia, principalmente desde el arribo de Martin/Eduardo (Joaquín de Orbegoso), su amigo/amante. La interacción entre ambos alterna la amistad con la pasión, pero sin un objetivo más claro que el disfrute de ambos. A esas alturas somos sólo testigos del remember de la pareja, el encanto que destiló la protagonista al inicio se disipó tras la llegada de Martin, quien cual aerosol ambientó las escenas con olor a rosas. La última discusión revuelve todo, concluye a los personajes como simples desorientados de sus sentimientos, dejan la impresión de estar construidos a medias pues no queda nada claro: ni para ellos ni para el relato.
Distancia, de Paulo Yataco, está grabada en digital de baja resolución. Queda al descubierto una vez proyectada en el écran por el pixeleo en la imagen, estirada más de lo que puede soportar sin sufrir perjuicios. Aún así es de lo mejor de la competencia.
El tratamiento de este trabajo, contemplativo, más interesado en mostrar espacios, no demandaba de una plana actoral de nivel para hacerse valer. El reparto lo conforman Julián Legaspi, nuevamente Kareen Spano, Carlos Cano y Alejandra Saba, aunque cualquier otro pudo haber interpretado sus papeles, lo que deja manifestado que estamos ante la presencia de un autor que utiliza las imágenes y no parlamentos ni muchas acciones dramáticas para presentar reflexiones, ideas, postulados. Yataco crea atmósferas, juega con los silencios que interrumpe apenas con zumbidos que fungen de sonidos ambientales. Acaso los muy pocos diálogos parecen cacofonías que irrumpen el atinado mutismo con que se desenvuelve la película.
El uso del blanco y negro aporta densidad a las imágenes, reforzado con el tempo aletargado de cada escena que se desarrolla entre miradas desde diferentes ángulos y locaciones. El director ubica siempre su óptica distante, tanto al emplear la visión subjetiva de la cámara como cuando se posa como testigo de los acechamientos en planos abiertos, nunca explicando lo que su cámara muestra, pues es también voyeur, forma parte del juego. Ergo, Distancia es un auspicioso debut para su autor.
Por su parte, Andrés Vernal con su Fundido en negro cree parodiar el cine de autor, especialmente el de bajos recursos: en digital y sin guión. Ese cine no-narrativo del que se burla este novel director es presentado como dislates de orates obsesivos. Empero su manera de hacerlo da vergüenza ajena por lo ramplón de su hechura.
El protagonista es un tontín con pretensiones de cineasta que intenta hacer de su cámara una «extensión de su mirada», logrando sólo mamotretos sin atractivo ni visión personal, tan malos como la película de la que forman parte. El humor teen de Vernal, al estilo Disney Channel, hace de Fundido en negro uno de los peores cortometrajes presentados en los cuatro años de Filmocorto, junto a ¡Cállate! Ambas rayan la estupidez, haciendo desvariar a sus actores, en especial esta a Billy Bell Taylor en una caracterización tan absurda como cineasta amateur, recargado de tics y actitudes púberes, que pensábamos sólo Roger del Águila podía interpretar.
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