Un año más, la competencia de documentales es la mejor sección del festival limeño. Ya hemos comentado recientemente el Moscú del brasileño Eduardo Coutinho y Nostalgia de la luz del chileno Patricio Guzmán. Ambas son notables, aún así no están muy por encima de algunas de sus competidoras: como la coproducción colombo-argentina Pecados de mi padre, del Nicolás Entel, que abordaremos en una próxima oportunidad, y Presunto culpable, de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, la cual centrándose en un solo caso desnuda las arbitrariedades y ligerezas del sistema judicial mexicano, donde se obvia, apoyado por la ley, el derecho universal a la presunción de la inocencia, por lo que prácticamente cada presunto culpable sufre condena efectiva.
Este documental de investigación refuerza su denuncia con contundentes estadísticas, muchas de ellas indignantes, sobre el común proceder de la policía en sus operativos de capturas, en altos porcentajes resueltos sin pruebas y con abuso de autoridad de por medio, asimismo, del proceso jurídico, donde la versión del acusado vale nada y todo se desarrolla oculta y unilateralmente a favor del denunciante. La posibilidad de una defensa legal eficiente está obstruida desde las reglas de juego.
Las cifras comprobatorias de la debacle institucional son las conclusiones objetivas del informe, aunque irrefutables, son inútiles para la apreciación del filme del que son parte. Si Presunto culpable es una película sobresaliente es porque atestigua el calvario de Toño, acusado al azar como asesino, desde un punto privilegiado, ubicuo, sin perder detalles. Fuera y tras las rejas, la cámara se inmiscuye tanto en las diligencias de la defensa como en las sensaciones del condenado, proporcionándonos la radiografía del aparato judicial de México, en cuya placa vemos todas sus irregularidades, sus cánceres provocados por atropellos morales y vejaciones de lesa humanidad. Jugando con las etiquetas, es esta película un documental de horror.
A los directores de este trabajo se les puede considerar ya enemigos de la diplomacia del país del norte, pues Presunto culpable humilla su sistema del orden y el de leyes. Como en un laboratorio, los realizadores cogen a Toño cual muestra de matraz de entre todo un organismo para estudiarlo y concluir que de esa pequeña porción se resuelve que el mal es generalizado, que todo está podrido y que los rostros del juez y de los policías son los de la inicuidad y del atropello. Aparte de feos se ponen sombríos.
Esta es una película reveladora, valiente, que no sólo es valiosa por la información que ventila y el panorama que despeja sino también por ser el sentido diario de un tipo que anduvo encerrado dos años de su vida por su sola condición. El caso de Toño queda resuelto por influencia del material grabado que indujo a su favor, muchos más como él esperan más a la suerte que a la justicia.
Es pues la radiografía del sistema judicial del México de inicios de siglo. De seguro ganará importancia en el archivo de su cinemateca pasados unos años.
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