Como dijimos en nuestro artículo anterior, otra competidora de fuste en el rubro documental es Pecados de mi padre, la cual, desde su gestación, es histórica por su importancia en el campo social-político colombiano de hoy. Para la película, nombres (uno infame y dos) ilustres de la historia contemporánea de Colombia como Pablo Escobar, Rodrigo Lara Bonilla y Luis Carlos Galán son materia de remembranza, y es que, principalmente, son los hijos de estos, aún vivos, el material del metraje, los protagonistas y la imagen proyectada de un futuro en construcción.
Lo sabido de Escobar como narco, primero generoso y después violento y temerario; de Lara como insobornable hombre de leyes desde su cargo como ministro de justicia; y de Galán como agitador de masas y vendedor honrado de bonanza social es parte de la memoria colectiva alrededor de sus mitos. Esas impresiones generales sobre ellos sirven como punto de partida para la profundización de sus seres a través de los testimonios de sus hijos, todos varones, quienes narran, responden, se disculpan y se amistan en nombre de los fallecidos, exorcizando los malos recuerdos que dejaron los episodios violentos de la turbulenta década ochentera.
En 1993, casi inmediatamente después de ser cazado Pablo Escobar en el tejado de su escondite en Medellín, su hijo Juan Pablo y su madre, la viuda del narcotraficante, viajan a Argentina, con identidades cambiadas, por motivos de seguridad en pos de hacerse invisibles y, en el anonimato, expiar el pasado del capo. Como Sebastián Marroquín, Juan Pablo vivió casi 15 años hasta la grabación de la película, que supuso el encuentro de las nuevas generaciones de los implicados en la lucha pro y contra narcotráfico, pero con bandera blanca y sonatas de paz.
Pecados de mi padre más que un filme testimonial es una travesía de la reconciliación. Es el camino hacia un tratado de paz a firmarse veinte años después de su planteamiento: ahora, los intérpretes son otros y las condiciones también, es otra Colombia la del 2010.
El copioso e impresionante material de archivo de audio y video hace de la retrospectiva una reconstrucción histórica sentida aunque objetiva, que pretende consolidar la memoria y prevenir el reverdecimiento del terror. Es, pues, esta película un llamado a la fraternidad popular, por lo que es perfectamente atendible por todas las naciones -especialmente las latinoamericanas- fragmentadas en su ámbito social, que son la mayoría.
La investigación periodística de Entel es acuciosa y, el montaje de esa información, cabal, por lo que el filme es sobrio y llevadero, no requiriendo nunca atavíos ni informáticos ni digitales para explicarse bien. Acaso no los necesita, su sola historia es cautivante.
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