José Martí, el ojo del canario es un buen filme que, sin embargo, estéticamente, parece hecho hace 20 ó 30 años. Muestra la infancia del héroe nacional cubano José Martí entre los 9 y 17 años de edad, para lo que hace una impresionante labor de reconstrucción histórica, con un vestuario y ambientación a todo dar, y una fotografía sobresaliente, que produce la sensación de una superproducción a gran escala (aunque en realidad no lo es). Asimismo, hay una notable fluidez narrativa, que logra hilar una secuencia biográfica en torno a las fuertes tensiones familiares, primero por el espíritu justiciero y rebelde del padre de Martí y, luego, por el creciente enfrentamiento entre ambos, cuando el José Julián adolescente se enfrenta a su progenitor al unirse a la lucha por la independencia de la isla.
Esta fluidez tiene al menos dos momentos inspirados, cuando unas mismas imágenes le sirven al director Fernando Pérez para combinar simultáneamente más de una línea narrativa. En todo esto se nota el hecho de que estamos ante el producto de un cine industrial, así sea de una industria en situación precaria, como la cubana, la que, sin embargo, se apoya en la experiencia de los talentos formados en este contexto y, claro, en la coproducción con España. Si bien esto garantiza un producto técnica y dramáticamente impecable, al mismo tiempo esta solidez puede resultar un poco convencional; curiosamente, Pérez ha demostrado que puede manejarse en este registro algo académico, como también en otro, más experimental, como fue el caso de su anterior Suite Habana, una cinta muy distinta y más interesante.
En todo caso, este planteamiento tradicional puede pasarle la factura a la cinta en lo que es su principal objetivo, el de dar una imagen desmitificada del héroe nacional cubano. En efecto, el enfoque de Martí niño y adolescente muestra aspectos propios de la edad, como la inocencia, ingenuidad, descubrimiento de la sexualidad, así como otros propios del personaje, como por ejemplo su temprana curiosidad intelectual o el que tolerara el ser maltratado constantemente durante su etapa escolar por una pareja de gemelos condiscípulos suyos, a pesar de tener el ejemplo de un padre rebelde y riguroso. Hay instantes muy logrados en esta aproximación, como su fascinada y meticulosa observación de los insectos, y lo notable es cómo la fragmentación de las secuencias iniciales de la película va siendo superada por la relación con el padre, un conflicto que se va despuntando gradualmente y que dará cohesión a la obra. Pese a ello, la humanización del Martí adolece de cierta aura seráfica.
Es decir, que el cúmulo de conflictos y experiencias traumáticas que podría haber sufrido (y que el filme muestra) no parecen hacerle mella en absoluto, ya que el personaje –sea niño o púber– siempre mantiene una expresión de pureza e inocencia, que muta a un obvio sufrimiento hacia el final de la película. En un conversatorio sobre el filme, Pérez explicó que ha buscado presentarlo como un observador y basar su imagen en la que brinda su obra literaria; sin embargo, para muchos, el resultado final puede resultar un poco apologético. Este desbalance pudo ser eludido por el director brasileño Walter Salles, en el caso del Che Guevara en Diarios de motocicleta, creándole a su héroe un compañero de personalidad contrapuesta, cuya acción compense y reduzca el riesgo de santificación del entonces proto ícono mediático-revolucionario.
En defensa de esta cinta cubana habría que decir que no se queda en el pasado, sino que algunos aspectos importantes que plantea el personaje tienen candente vigencia en la Cuba contemporánea. Como buena película histórica, José Martí: El ojo del canario no se limita a reconstruir el pasado sino también a colocar temas vigentes en la actualidad o en el pasado reciente. Así, para la gente de la generación de los 70 en América Latina, las fuertes tensiones y disensiones familiares que se muestran en el filme recuerdan a situaciones similares ocurridas –por ejemplo– en Perú y Chile durante los gobiernos de Velasco Alvarado y Salvador Allende; así como, posteriormente, durante el régimen de Augusto Pinochet en este último país.
Como reflejo de las tremendas presiones políticas producidas durante etapas de fuerte polarización social durante aquella década y no sólo en esta parte del mundo. Pero, además, hay episodios que hacen referencia a hechos de la historia reciente y actual de Cuba. Por ejemplo, los fusilamientos sumarios realizados por los españoles de rebeldes independentistas recuerdan actos similares al comienzo de la revolución cubana. Igualmente, vemos a Martí joven defender la libertad de prensa y expresión, valores democráticos de raíz liberal, que cuestionan este déficit del sistema político imperante en la isla. Estas escenas recolocan la cinta en una línea de compromiso político con libertades necesarias para el pueblo cubano.
En suma, una buena cinta, con logrado trabajo de reconstrucción histórica y buen pulso narrativo, con actuaciones solventes, aunque bajo un enfoque old fashion, que consigue una humanización sólo parcial de su protagonista, pero incluyendo componentes críticos a algunos aspectos centrales del régimen político cubano.
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