Y se vio en el Festival de Lima una joya de museo del cine latinoamericano: Alma provinciana, melodrama colombiano filmado por Félix Rodríguez en el lejano 1926. Eran las fechas de esplendor de Fritz Lang, quien al año siguiente haría su obra maestra Metrópolis, que no deja de escribir su leyenda hoy, 83 años después. En la comedia, Buster Keaton fascinaba a las masas, para entonces ya contaba con Las tres edades (1923), La ley de la hospitalidad (1923), El navegante (1924), El moderno Sherlock Holmes (1924) y Las siete ocasiones (1925). El cine, como arte, evolucionaba a la par que crecía como negocio cual fuere la latitud, aunque no a iguales escalas.
Mientras en Bogotá se rodaba esta historia romántica de ribetes clasistas, asimismo ingenua y cándida, en Perú pululaban los documentales de vistas con afanes festivos y hasta propagandísticos. Apuntemos que hasta ese momento se había filmado sólo un largo de «ficción argumental» en Perú, Negocio al agua, en 1913, escrito por Federico Blume y producido por la entonces grande Empresa del Cinema Teatro, ergo, el grueso de la cinematografía peruana estaba compuesta por «registros objetivos de la realidad nacional». Trece años tuvieron que pasar para dar un segundo paso adelante, empero la historia registra que inmediatamente se dieron dos hacia atrás.
Ese mismo 1926, año de Alma provinciana, se filmó el segundo largo «argumental» peruano. Páginas heroicas fue escrita y dirigida por José A. Carvalho, encargándose de la producción Atahualpa Films y Compañía Cinematográfica Peruana. Ésta se desarrolla en el contexto de la Guerra del Pacífico, donde un grupo de mujeres se dedica a realizar tareas de cuidado médico en el frente de batalla, exponiéndose a ser víctimas también del enfrentamiento. Es esta película un mito de los libros de Historia, pues no se estrenó; sufrió el fallo cancelador de la Junta Censora por considerársele controversial en su ánimo revanchista contra el resultado de la guerra con Chile. Se desconoce el paradero de alguna copia y de sus negativos. Invisible, está sólo rescatada por investigaciones históricas, principalmente las de Ricardo Bedoya.
Pero no fue la única, otras dos películas peruanas fueron producidas ese mismo año, y con mejor suerte. Ambas «de vistas», al estilo primigenio del cine: en marzo, Carnaval de 1926, documental divido en seis actos, producido por la Empresa Teatro Forero, y en noviembre, la oficialista Un gran gobernante y un pueblo agradecido, que registra un banquete en homenaje al presidente Leguía realizado el 31 de octubre. La última la filmó la Compañía Cinematográfica Peruana bajo la producción del Ministerio de Gobierno del soberano agasajado. Las dos ni juntas ni revueltas compiten en valor histórico con el melodrama de Rodríguez, que hoy se ventila cual nueva, luego de sus largos años de reposo.
Páginas heroicas y Alma provinciana nacieron prácticamente juntas, sin embargo, tienen hoy destinos totalmente contrarios. La peruana no tuvo ni templario ni cruzado que la cuidara, deferencia que sí gozó su par colombiana con la figura de Doña Clementina Pedraza Vda. de Rodríguez, quien alejó del olvido el legado de su esposo. Fue ella misma, muchos años después, la que entregó los rollos a la Fundación Patrimonio Fílmico Colombiano para que se encargara de su recuperación y posterior conservación. La ayuda del sector cultural del Estado colombiano fue fundamental para restaurar la copia que hoy se puede ver. Qué lejos está el Estado peruano de considerar como importante el rescate de nuestra historia cinematográfica; no obstante, hoy se pretende una ley de cine tramposa que beneficiaría a gringos y a municipios que albergan muchas multisalas. Así, el cine peruano seguirá sobreviviendo del recurseo de sus autores.
La obra del recientemente fenecido Robles Godoy, no tan distante en el tiempo, está tan extraviada como las primeras vistas y «argumentales» de la etapa silente en Perú. Inclusive la copia de Cuentos Inmorales (1978) que circula es de VHS. El Estado y sus miembros, cínicos, parecen haber delegado la tarea de conservación cultural a la piratería, a la que todavía se atreven a hostigar. Entonces que no nos parezca tan pintoresco que Polvos Azules sea nuestra Filmoteca Nacional. Muchos cinéfilos hubiéramos muerto de inanición si no existiera.
Mientras nuestra historia fílmica se sigue olvidando -o pudriendo-, otras ni muy distintas ni lejanas dan señales de memoria. Hoy, Alma provinciana goza de vida pública, sus contemporáneas peruanas son sólo anécdotas de revisiones del pasado, como si el cine fueran letras.
Deja una respuesta