No considero a Alamar, de Pedro González-Rubio, como calculada para el preciosismo. Son sus escenarios naturales bellos desde cualquier ángulo, por lo que la cámara no debe ni esmerarse en redundar. Los pocos planos compuestos virtuosamente pasan desapercibidos, no son, pues, atavíos para un relato cansino que urge de postales naturales para provocar admiración y posterior atención.
Lo que muestra en primera instancia el filme se mantiene invariable: la inmaculada interacción entre Jorge y Natan, padre e hijo, respectivamente, con la naturaleza de Banco Chinchorro, la segunda isla coralina más grande del Mundo. Como sus protagonistas, el director consigue también mimetizarse con el arrecife, con sus corales, peces, moluscos y demás vida marina, logrando un acercamiento tan estrecho que nos permite recoger cada detalle que comparten el pescador y su hijo. Detrás de cámaras, parece invisible frente a su escenario o no estar presente para manipular nada.
Alamar apenas tiene una premisa, su sinopsis es resumible en pocas palabras. Su propuesta no tiene nada de extraordinaria, mas su ejecución es notable, límpida, pareciera filmada desde la perspectiva de los corales (bajo el agua), de las aves (desde el bote y la playa) y de las plantas (en la cabaña y florales). No se percibe ni casualmente un elemento perturbador que corrompa la armonía de la convivencia en el Banco, del que Jorge y Natan forman parte natural en el metraje.
Acaso no recuerdo la cámara y sus poses (sólo si me pongo memorioso y antojadizo), en la memoria también viene relegado el ambiente natural, que se sabe precioso. Entonces, lo verdaderamente entrañable es el registro, cómplice y conmovedor, de dos seres humanos como especies del arrecife, especies también animales que pueden convivir con aves y peces porque comparten el mismo espacio. Es un «documental» que concentra su visión en quienes puede entender (por la relación padre e hijo, su cercano adiós y el trabajo como supervivencia) para aplicar su reflexión figurada en una dualidad: no se puede dejar de ser hombre social, asimismo se puede ser lo que el contexto demanda.
Alamar expira pureza, su historia de crianza en un paraje exótico supone un encuentro con lo virginal como inicio a la vida. No hay atisbo de plasticidad ni de cálculo embellecedor. Padre e hijo bastan para encantar con su simpleza.
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