Oliver Stone encontró en la sísmica crisis financiera internacional la oportunidad de hacer una secuela por primera vez en su trayectoria, Wall Street, el dinero nunca duerme. Si el filme original de 1987 exploraba con deslumbramiento el mundo de las finanzas, sus turbias negociaciones y especulaciones, en un relato ágil y tenso que no se refería a un acontecimiento particular, esta vez el realizador se engolosina con el famoso crack dando vueltas alrededor de él. La dupla de guionistas que conforman Allan Loeb y Stephen Schiffo, lo anuncia y somete a críticas machaconas y explicaciones didácticas, en nerviosos diálogos privados o altivas conferencias magistrales, convirtiendo al personaje de Frank Langella, el alicaído empresario Louis Zabel, en un heraldo luctuoso y a Gordon Gekko en una especie de oráculo que advierte el escenario inminente y mucho más atrae que repele a las nuevas generaciones.
Luego de un lustro en la corte y ocho años en prisión, Gekko vuelve a la calle en el emblemático 2001 –el de la caída de las Torres Gemelas–, completamente solo y con unas cuantas pertenencias, entre ellas un teléfono celular de dimensiones ladrillescas. El salto temporal que lleva al 2008, nos sitúa en la ambivalencia de una paulatina recuperación de su fama y el desastre familiar con un hijo suicida y una hija distante, Winnie, quien es novia de un talentoso asesor financiero, Jake Moore (Shia LaBeouf), que aún no define su proceder en los predios mercantiles y hace que el vínculo amoroso esté amenazado por las sombras del pasado.
El eje de la película es, entonces, la triangulación Gordon–Jake–Winnie, que carece de simetría, motivaciones parejas que consoliden la historia. Jake es la correa de transmisión para que Gordon incursione en los ámbitos familiar y económico, y los vincule en su beneficio. Winnie es en teoría un obstáculo para los objetivos de su padre, pero el conflicto filial se expone débilmente, sin suficiente nervio, en el cual Stone parece no estar convencido y Carey Mulligan no pasa de una permanente expresión melancólica. Más bien, hay un traspaso de la figura paternal de Winnie a Jake, quien siente admiración por Gekko y trata de aprender de él todo lo posible.
Los vaivenes sentimentales y económicos que llevan a Gordon y Winnie de un incipiente acercamiento al recrudecimiento de la ruptura y provocan la crisis sentimental entre ella y Jake, resultan trazos gruesos, recubiertos del típico halo de los personajes misteriosos y las triquiñuelas legales de los grandes depósitos. La puesta en escena toma a veces aires expansivos, pero nunca llega a despegar vuelo. Apariciones como las de Susan Sarandon y Charlie Sheen, el memorable Bud Fox de antaño, son sólo simpáticas y aportan muy poco. El desenlace es bastante impostado y anodino, impropio de los mejores momentos del cine de Stone, que por lo demás se pone a jugar una y otra vez con la pantalla dividida y los números multicolores, y finalmente no alcanza una imagen contundente del panorama económico contemporáneo.
Lo mejor de la cinta son algunos momentos logrados de los actores principales. Michael Douglas se entretiene con su papel, LaBeouf y Josh Brolin contribuyen al desarrollo de los conflictos. Por su parte, el inacabable Eli Wallach, al borde de los 95 años encarna a Jules Steinhardt, un símbolo de aquellos hombres del sistema que se resisten a dejar el oficio de las maquinaciones y los negociados hasta el fin de sus vidas, pase lo que pase.
Wall Street: Money Never Sleeps
Dir.: Oliver Stone | 133 min. | EE.UU.
Intérpretes: Michael Douglas (Gordon Gekko), Shia LaBeouf (Jake Moore), Josh Brolin (Bretton James), Carey Mulligan (Winnie Gekko), Susan Sarandon (madre de Jake), Frank Langella (Louis Zabel), Eli Wallach (Jules Steinhardt), Charlie Sheen (Bud Fox), Oliver Stone (inversionista).
Estreno en el Perú: 23 de setiembre de 2010
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