Ojo, este texto tiene spoilers. Ella bebe de la misma fuente de la anterior película de Francisco Lombardi, Un cuerpo desnudo, la idea de hacer en un principio un largometraje de tres episodios a partir de la exposición inerte de la desnudez femenina en diferentes contextos. Las dos primeras historias se independizaron y la tercera ya no se hará, según ha declarado el director. En ese filme, la premisa tuvo una expresión extrema: desde que aparece se trata de un cadáver y muestra el avance de su descomposición a lo largo de una madrugada en la que unos erráticos amigos intentan sobrellevar el trance. El resultado expresivo fue bastante pobre, pues el clima claustrofóbico nunca pudo superar la impostación y el impacto de la fúnebre compañía acabó diluyéndose.
En cambio, Ella sí exhibe con vida a la fémina al inicio y en momentos dispersos del relato, convertida en sufrida pareja de un artista en crisis y sacrificado objeto de su obra, pero da la impresión que el realizador recién tuviera las cosas más claras cuando la musa, Luna, ya no respira, pues antes de que eso ocurra, la cinta lucha por encontrar un tono de hastío y desgarro, que finalmente sólo exuda teatralidad y que pareciera querer pasar rápido al manejo de la materia inanimada, como el propio dibujante. El infortunio marca una inflexión narrativa y empieza la parte central de la narración, en la que el creador que interpreta Paul Vega, en actitud que recuerda Psicosis, procede a borrar las huellas de la pérdida, y luego a buscar las señales de un tercero en los resquicios de privacidad que le quedaban a su compañera en la asfixiante relación.
El ritmo es ceremoniosamente sepulcral, lentamente indagatorio, calculadamente confrontacional. Los mejores momentos de Ella, y de toda la filmografía de su autor desde Tinta roja, son los del seguimiento al ser nebuloso que a priori sólo existe en fotografías o mensajes de texto. Son largos minutos donde no faltan apreciables encuadres en los que Vega es el eje narrativo exclusivo, y el guión escrito por Eduardo Mendoza y Joanna Lombardi –también muy involucrada en el rodaje, formalmente como asistente de dirección– se da la oportunidad de prescindir del diálogo y manejar el acecho y la contemplación. Un nuevo giro lo marca el personaje de Rómulo Assereto, desde que mira sorprendido a su perseguidor, salvando todas las distancias, como el Raymond Burr de La ventana indiscreta. El camino inverso es directo y chocante, y todavía ofrece algunos pasajes regulares de perturbación, con el agobio del encierro y una puerta entre los dos «viudos». Todo en medio de una atmósfera sofisticada, provista de locaciones confortables, calles miraflorinas y barranquinas, pinturas sugerentes -rojísimas, húmedas-, modernos celulares que comunican más que los seres humanos y tres actuaciones respetables, incluida una musa frágil y atractiva (Patricia Garza).
Sin embargo, la agotada verbosidad de Lombardi, que ya no se reconoce en la fluidez que tuvo hasta mediados de los ’80, tenía que asomar. Además del escaso rigor que se ve en la dirección actoral de los roles secundarios, nos endilga una conversación pesada, discursiva, digresión innecesaria sobre «el arte y la vida», preparatoria del «suceso artístico» que priva a Ella de una mejor resolución. Como el reencuentro del joven periodista y su padre en Tinta roja, la voz en off atosigante de Mariposa negra, los instantes más dolorosos de Pantaleón y las visitadoras, Ojos que no ven y Un cuerpo desnudo. Es un tic que nadie se lo quita, ni una trama de sólo tres personajes importantes.
Dir.: Francisco Lombardi | 90 min. | Perú
Producción: Gustavo Sánchez
Guión: Eduardo Mendoza y Joanna Lombardi
Intérpretes: Paul Vega (Alfredo), Rómulo Assereto (Hombre), Patricia Garza (Luna), Alfonso Santisteban, Jorge Rodríguez Paz.
Estreno en el Perú: 23 de setiembre de 2010
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